28/12/09

¿Quién mató a Esther Chávez Cano?

Queridos,

Quisiera compartir con ustedes el estupendo artículo que Lydia Cacho escribió sobre la muerte de esta admirable luchadora social.


México, Diciembre 25 de 2009

¿Quién mató a Esther Chávez Cano?

Lydia Cacho

A Esther la conocí en Ciudad Juárez, Chihuahua en 1994 durante un
encuentro de mujeres. De inmediato comenzamos a hablar sobre qué hacer
para defender los derechos de las mujeres; yo como buena reportera
tomé mi libreta y escribí sus respuestas, ella con su mano sutilmente
detenía mi pluma y me pedía que la mirara a los ojos. Mira Lydia
ustedes que están jóvenes tienen que saber cómo van a dar la batalla,
apenas estamos intentando abrir la cloaca y cuando comiencen a salir
las ratas tendremos que saber qué hacer, cómo hacerlo y quién nos
protegerá. Esto sucedió hace casi dieciséis años.

Esta mujer menuda y recia, nacida en la ciudad de chihuahua el 2 de
junio de 1933 había convocado en 1992, junto con otras once
organizaciones, a la formación de un grupo para defender a las
mujeres. El nombre que eligieron fue 8 de marzo, como símbolo de que
algún día se realizara el sueño de ese colectivo de norteñas que no
pedían permiso para saberse ciudadanas de México y el mundo, para
defender a las mujeres y niñas del corredor fronterizo con los Estados
Unidos.

Esther tenía una mente matemática, su experiencia como contable le
preparó para convertirse en la primera mexicana que llevo el registro
y contabilizó, de forma empírica pero impecable y detallada, todos y
cada uno de los asesinatos de niñas y mujeres en su estado. Fue ella
quien nos señaló el camino, fue Esther quien intuyó que las cloacas
simbólicas no eran subterráneos callejeros sino instituciones del
Estado mexicano y colectivos de hombres capaces de asesinar por placer
y por poder. Fue ella quien apuntó en su primera libreta los detalles
de cómo aparecían las víctimas, de quienes lo reportaban y qué
autoridades hacían o dejaban de hacer. Muy pronto ya no era una
libreta sino varias. Esther no estaba sola, sino acompañada de un
grupo de extraordinarias activistas, todas ellas dispuestas a aprender
y a elaborar estrategias para prevenir la violencia contra las mujeres
y niñas. Fue por ello que en 1999 fundó Casa Amiga, un centro de
atención de crisis en el cual las mujeres tienen un espacio de
seguridad luego e huir de la violencia en casa, o cuando luego de una
violación no reciben más que malos tratos de las autoridades y una
mezcla de miedo y desprecio de su comunidad.

Aunque desde 1993 este colectivo advirtió que existían patrones
criminales en los homicidios de mujeres, los más poderosos empresarios
de Chihuahua eligieron descalificar y acallar las denuncias. Muchos
medios locales despreciaron las advertencias y el análisis prospectivo
que desde entonces se hacía sobre la descomposición de Chihuahua y de
Ciudad Juárez en particular. Ahora, a fines de 2009 esos mismos
empresarios, periodistas y autoridades que descalificaron a Esther,
han huido de México y viven en el otro lado de la frontera bajo el
amparo de las leyes norteamericanas. A esos Esther les llamaba “los
cómplices voluntarios”. Como una contable decidida a no perder la
cuenta de las ignominias y sus autores, Esther escribió los nombres de
aquellos que, teniendo poder para proteger la vida de las mujeres y
niñas, elegían ignorar sus asesinatos; aquellos que teniendo el poder
económico, político y social para cambiar a México, elegían no
hacerlo. Esther los señaló con la mano firme y la palabra justa y
verdadera.

El 17 de diciembre de hace cuatro años, la tarde que salí de la
prisión a la que me llevaron los protectores de las redes de trata de
mujeres aliados al gobernador Mario Marín, Esther Chávez Cano me
llamó. “Tienes que ser fuerte –me dijo sin quebrarse- es la hora de la
batalla, sacaste sus nombres a luz y te acompañamos para señalarlos,
siempre lo haremos, pero tú eres el blanco y ésta es una batalla
solitaria”. Esther siempre supo en qué momentos debía abrazarnos como
una madre nutricia y amorosa y cuándo debía señalar la ruta y la
estrategia para seguir adelante.

A lo largo de estos quince años Esther fue un faro internacional para
que el mundo encontrara el camino hacia Chihuahua, para que las y los
mexicanos que elegimos escuchar y hacer eco de la realidad, pudiésemos
narrar -que no entender- el fenómeno del feminicidio mexicano. Ella
vio la muerte de cerca muchas veces, pero pasó la mayor parte de su
existencia haciendo honor a la vida, a la suya, a la de las otras
mujeres y niñas y niños. Cada día reivindicaba el derecho de las y los
mexicanos a vivir con dignidad, a perseguir el sueño de un país libre
de violencia. Insistía en que para la reparación de México
precisábamos mostrarlo tal cual es, diagnosticar su enfermedad y
comenzar su tratamiento desde las raíces.

Cuando yo decidí abrir un refugio para mujeres maltratadas en Cancún
le mostré el proyecto a Esther, con esa sonrisa que iluminaba su
rostro pequeñito como el de un águila respiró profundo y me dijo que
le emocionaba que por todo el país se fueran abriendo espacios para
que las mujeres se sintieran protegidas y fueran capaces de
reinventarse para luego reconstruir a este país adolorido y machista.
En la última década se han abierto medio centenar de centros similares
en la república mexicana.

Esther ya había recibido el diagnóstico de Cáncer cuando la vi en
Ciudad Juárez; esa tarde tuve ganas de tomarla en mis brazos como si
fuera una niña dulce, la sentí cansada y triste. Se dejó acariñar como
sólo a veces lo hacía, cuando bajaba la guardia y hablaba de sí misma
y no del país ni del dolor de las otras. Se dio permiso para hablar
del miedo y las dos nos preguntamos porqué tantas mujeres que han
dedicado su vida a trabajar por las y los demás, mueren de cáncer.
Hablamos de Cecilia Loría, otra querida guía del movimiento de
mujeres que en ese entonces enfrentaba el sufrimiento de las
radiaciones; Esther dijo que este país mataba a las mujeres y a los
hombres buenos, que esperaba que algún día México protegiera y amara
más la vida que la muerte. Entonces decidió que ella daría la batalla
por su vida. Todas las que la conocimos sabíamos que la maestra Esther
moriría de pie, que la amiga moriría pensando en lo que faltaba por
hacer, que la hermana estaba cansada y en el fondo sabía que había
hecho más que suficiente por su patria y su gente. Todas sabíamos que
Esther moriría pronto, es cierto, pero no estábamos preparadas para
perderla. Este 24 de diciembre la mujer de cuerpo pequeño y espíritu
inconmensurable se fue rodeada de las valientes que eligieron estar a
su lado, que se convirtieron en sus alumnas y maestras, en sus
hermanas y cuidadoras. Esther dio el último suspiro y sólo espero que
en esos momentos finales haya tenido la certeza de que gracias a ella
miles de niñas y mujeres, vivas y muertas, fueron reconocidas y vistas
por el mundo gracias a su voz, a su entereza, a su entrega, a sus
inquebrantables convicciones.

No sé si fue el cáncer, o el dolor y el miedo acumulados, no sé si fue
la angustia de ver su terruño tomado por soldados y narcotraficantes
y bañado de sangre; no sé si fue saber que ella le dio la vuelta al
mundo para pedir ayuda y nos advirtió hace quince años que un país que
ignora el asesinato selectivo de sus niñas y mujeres luego verá la
muerte sistemática de sus hombres y niños. No lo sé.

Como sea, hace unos meses la última vez que hablé con ella, Esther me
dijo que a mi generación le toca seguir con la tarea y ver los frutos
de la paz en México. No tengo la certeza de que lo veremos, pero sí la
convicción de que algo debe cambiar para que este país no quede
impasible ante el deceso de sus mejores hombres y mujeres que trabajan
desde la luz y la congruencia para construir la paz. Ya hemos visto
demasiada muerte, tenderemos que buscar las herramientas para hacerle
honor a la vida, a la dignidad y a la libertad que se merecen –que nos
merecemos- todas y todos los mexicanos. Vaya por Esther Chávez Cano,
por su vida, por las lecciones aprendidas. Por ella y por todas, que
después del llanto encontremos el camino a la esperanza.

Sobre Yasmina Reza

26/12/09

Joyce Carol Oates


Acabo de terminar de leer Mamá de Joyce Carol Oates. Estupenda novela. El duelo por la madre muerta lleva a Nikki, la narradora, a una búsqueda desesperada de sí misma. Secretos, violencia (contenida y no), y la vida en esos pequeños pueblos del Estado de Nueva York - que en mucho recuerdan los escenarios de Pastoral americana de Philip Roth - donde, aparentemente nunca pasa nada.

Éste es el enlace para poder leer el primer capítulo en pdf: http://www.elboomeran.com/upload/ficheros/obras/mama.pdf

¡Que lo disfruten!

24/12/09

¡¡Felicidades!!

Querid@s tod@s,
Va este hermoso poema de Tomás Segovia como regalo navideño, con mis deseos de que tengan un 2010 lleno de apapachos, versos, utopías, música y el calorcito de la gente querida

CALLADAMENTE

Como la historia misma
Sé bien a qué he sobrevivido
Pero a mí en cambio sé
Que me espera una hora dulce y grave
Se trata de ser digno de vivirla
De conocer mi gran fortuna
De saber que esa hora no era mía
No era de alguno que la mereciese
Sino de alguno que calladamente
A despecho de la historia la aceptase.



Un abrazo inmenso y cariñoso a cada uno



(PD: La cursilería del atardecer es obra de esta bloggera, sepan ustedes diculpar)

29/11/09

Algo sobre la FIL



http://www.fil.com.mx/

La poesía está reñida con todas las violencias


Rafael Cadenas al recibir el Premio FIL

http://www.eluniversal.com.mx/cultura/61493.html


Al recibir el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2009, el poeta y ensayista venezolano Rafael Cadenas disertó sobre la misión de la poesía en el mundo actual y frente a la violencia que se sufre en distintas latitudes. Dijo que la poesía está dentro y fuera de la historia y que se sitúa más allá de todo confinamiento ideológico. “Rechaza los fanatismos, ama la justicia pero quiere que no se acabe la libertad”, enfatizó el escritor.

Durante la inauguración de la 23 edición de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) donde le fue conferido el galardón, el llamado “Poeta del silencio”, afirmó que por su talante cordial, la poesía está reñida con todo tipo de violencia.

“Ya la ética no la seduce porque dejó de ser ingenua; hoy sabe lo que mueve a los héroes, sabe que ellos no desean verse, sabe que ignoran su sombra, pero éstas son sutilezas para nuestro mundo”, expresó.

El poeta le cedió también un espacio al pensador y al intelectual. Respaldado por su otra faceta, la de ensayista, Rafael Cadenas exhortó a los mexicanos a atender lo social y a cuidar su democracia aunque sea deficiente y casi nunca cabal. “Así evitarán que algún caudillo llegue al poder la destruya y se erija en dictador. La democracia es mejorable, la dictadura no. Aquella educa, ésta castra”.

¿Salva la poesía?

La ceremonia de inauguración estuvo presidida por Alonso Lujambio, Secretario de Educación Pública, acompañado por Antonio Villarraigosa, alcalde de Los Ángeles -invitada de la FIL-, Raúl Padilla, presidente de la Feria, y Consuelo Sáizar, presidenta de CONACULTA, quien le entregó el premio a Rafael Cadenas. Allí el poeta dijo que la misión de la poesía es ética.

El venezolano recordó que hace años en una lectura alguien le preguntó si la poesía podía salvar a la humanidad y él contestó que esa era una pregunta desmesurada, como para hacérsela a Dios o a Aristóteles y que más podría lograrlo la cultura, pero con apertura al misterio.

“Vivimos -dijo el escritor- dentro de la historia que es el ámbito donde se despliega a sus anchas la locura humana, la que se adquiere por normal, la del ego inflado que es el personaje tras la desventura actual”.

Yanet Aguilar Sosa / Enviada
Kiosko, El Universal
Domingo 29 de noviembre de 2009

15/11/09

El último profanador


Créase o no: Doctorado honoris causa a Fernando Vallejo en la Universidad Nacional de Colombia. ¡Bravo!


El último profanador
Alan Pauls

Creer o reventar, la Universidad Nacional de Colombia le otorgó un doctorado Honoris Causa a Fernando Vallejo (ex alumno de la casa de altos estudios), dando pie a una ceremonia ritual en la que el gran escritor reeditó su diatriba permanente e inalterable contra sus blancos favoritos: Colombia, el Papa, los pobres, las mujeres, el estado del idioma castellano. Y sin embargo, la visión de un Vallejo furioso no debería tomarse como un caso de desdoblamiento de un yo que puede ser tan amable y encantador con los animales. Se trata, quizá, del último artista con un profundo sentido de lo sagrado.


Hace unas semanas la Universidad Nacional de Colombia homenajeó a Fernando Vallejo concediéndole un doctorado honoris causa. Aspero ex alumno de la casa, el escritor se mantuvo fiel a su costumbre y aprovechó la pompa y la muchedumbre convocadas por la ceremonia para lanzar otra de las molotov con que revitaliza regularmente la relación que mantiene con su patria. “Un Papa colombiano es lo que falta”, recetó desde el púlpito. Carcajadas, aplausos. Vallejo –que cuando lee no soporta que lo interrumpan, ni siquiera para festejarlo– se apuró y hundió un poco más su puñal. “Pero ¿quién?”, se preguntó en voz alta. Silencio en el auditorio: saliva, temor y temblor. Y después, con un énfasis serio, crédulo, como de monólogo shakespeareano de kindergarten, él mismo se contestó: “¡Yo!”.

La candidatura no prosperó: el furor anticatólico de Vallejo es célebre, cien veces más célebre que los libros extraordinarios donde suele irrumpir, caprichoso como un latigazo obsceno. Pero dio paso a estrategias más accesibles y sin duda más eficaces: por ejemplo, sobornar al jefe de cónclaves del Vaticano para que voten por un Papa colombiano. Fue un gag, un pequeño exabrupto satírico, uno de esos números de terrorismo anti-patria de los que Vallejo suele jactarse en todo el mundo, pero que nunca ejecuta con tanta fruición –arrebatado por el mismo tenaz sadismo de víctima que Thomas Bernhard sufría y ponía en práctica con Austria– como cuando pisa el suelo de su país, del que se autoexilió hace cerca de treinta años.

Cualquiera puede seguir el discurso de Vallejo on line, aunque me temo que broadcasteada por YouTube su capacidad de perturbación se empobrece. Me tocó verlo en vivo en el Festival Hay de Cartagena, de pie, solito en el escenario abrumado del teatro Heredia, con 750 personas sentadas en el filo de sus butacas y otras 300 afuera, sin tickets, amenazando con tirar abajo las puertas del teatro si no las abrían, y debo decir que fue una experiencia. Habló contra la decadencia de Colombia, contra el Papa, contra la corrupción de la clase política colombiana, contra el narcotráfico, contra el Papa, contra la guerrilla, contra los viejos, contra el Papa, contra los Estados Unidos, contra el estado de la lengua en América latina, contra el Papa... Los temas eran apenas la agenda de cualquier sociedad latinoamericana en carne viva. El estilo que los encarnaba, en cambio, era todo.

En vivo, Vallejo no habla, no improvisa, no es un orador. Lee. Más que leer, en realidad, se adhiere con ojos y dientes a las páginas que escribió hasta que las termina, las extenúa, las vacía. La lectura pública es en él una variante de la posesión. Vallejo es lo que lee: un torrente aluvional, arrasador, sin puntos, ni comas, ni separación de párrafos, que vocifera con su voz opaca y el empecinamiento de un demente. Uno de esos diluvios bíblicos con los que a menudo termina sus novelas (La virgen de los sicarios, El desbarrancadero). Jamás mira al público. Ni siquiera parece registrarlo. Blasfema, experta en la imprecación, la injuria y el escarnio, sembrada de digresiones macabras à la Jonathan Swift, autor con el que comparte toda clase de distopías misantrópicas, la palabra de Vallejo es de algún modo como la de Dios –sobre quien escupe, desde luego– pero al revés, en versión subalterna, la versión del que no tiene nada que perder. Delirio de súbdito o de huérfano, es una palabra simple, directa, cruda, repetitiva: como los alegatos de las heroínas de tragedia griega, no tiene destinatario posible y está condenada a resonar, solitaria, entre las cuatro paredes del mundo.

En La desazón suprema, el retrato filmado que le hizo Luis Ospina en 2003, Vallejo aparece relajado y sonriente, de buen humor, como satisfecho, contestando preguntas con sensatez, celebrando un cumpleaños apacible y hasta husmeando con una dosis de enternecida nostalgia la casa familiar que en El desbarrancadero describe como una pesadilla o una tumba. Pero basta que una radio lo haga opinar sobre el político colombiano que propone secuestrar e incinerar la edición entera de La virgen de los sicarios para que el monstruo vomite sus llamaradas de ira.

¿Qué hay de sorprendente en ese contraste? Vallejo siempre ha sido el Increíble Hulk de la cultura latinoamericana. El desaforado que exalta el crimen en ficciones brutales y cultiva el hobby de llamar “hijoeputa” al presidente de Colombia es el mismo moralista de la lengua que debuta en las letras escribiendo una “gramática del lenguaje literario”, Logoi, inmenso archivo de citas, figuras y trucos retóricos excavados de la literatura occidental que recopiló, dice, “para aprender a escribir”, y cuya tesis borgeana establece que ya todo está escrito, que la literatura es ready-made, que la originalidad no existe y por lo tanto cualquiera puede ser escritor. La bestia que aboga por la muerte de los pobres y abomina de la reproducción de la especie es el mismo biólogo que alguna vez redacta un ensayo refutando a Darwin, el amante del reino animal que dona los 100 mil dólares del premio Rómulo Gallegos a la Sociedad Protectora de Animales de Venezuela y el amo derretido de amor que le cepilla los dientes a su perra ante la cámara de Ospina.

No hay dos Vallejo: hay uno, y es ése que desde hace un cuarto de siglo hace todo lo que hace y escribe todo lo que escribe en su propio nombre, diciendo yo, haciendo del yo, a la vez, el altar y el infierno donde se goza de lo que se aborrece: el paraíso de la abyección. Vallejo es lo que alguna vez mereció un nombre elevado y maldito: un profanador. Es decir: un hombre –quizás el último– con un altísimo sentido de lo sagrado.

En Radar libros, 8 de noviembre de 2009
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-3602-2009-11-15.html

14/11/09

Vínculo


Acabo de terminar de leer la novela Vínculo de Isabel Fonseca. Me gustó muchísimo. Es un texto inteligente, irónico, denso, que pone en escena la relación entre la fidelidad y la infidelidad. Las traiciones. El desgaste en los matrimonios. Habla también de la muerte, del paso del tiempo, del cuerpo. Sobre todo: del cuerpo. Del cuerpo gozoso, del cuerpo del placer, y - claro - de la otra cara de la moneda: del cuerpo enfermo, del cuerpo envejecido.
El título en inglés es Attachment que alude, a la vez, a fuertes lazos familiares o afectivos, y a los archivos adjuntos que pueden acompañar un mensaje de correo electrónico. Los dos sentidos tienen un papel fuerte en el texto. Pero ¡no les cuento más! Les aseguro que se van a enganchar desde las primeras páginas.
Vale la pena leer la nota que salió en El País hace unas semanas (12-09-2009): http://www.elpais.com/articulo/semana/Estados/Unidos/adoran/exito/Inglaterra/odian/elpepuculbab/20090912elpbabese_8/Tes
Ahí mismo viene un pdf con el comienzo de la novela.

Un dato más: Isabel Fonseca es hija del escultor uruguayo Gonzalo Fonseca y esposa de Martin Amis.

6/11/09

Algunos de los libros que me han acompañado esta semana

6 de noviembre de 2009

Maus, de Art Spiegelman. Memoria y literatura una vez más. Uno de los mejores libros que se han escrito sobre el nazismo y sus consecuencias. Y quizás uno de los más entrañables. ¿Qué lo hace diferente? Que se trata de un cómic. (Hablaré de esta maravillosa obra el domingo 8 de noviembre en W Radio http://www.wradio.com.mx/)



El mar, de John Banville. El duelo y la memoria del personaje principal, también narrador de este conmovedor relato, me han acompañado durante la semana (ida y vuelta MEX-GDL-MEX, como decía el boleto de avión de la FIL) y aún no puedo ni quiero desprenderme de su voz. Dicen por ahí que la de Banville es la mejor prosa en lengua inglesa.
Con qué ferocidad sopla hoy el viento, golpeando con sus grandes puños suaves e inútiles los cristales de la ventana. Es la clase tiempo otoñal, tempestuoso y despejado, que siempre me ha encantado. El otoño me parece estimulante, al igual que se supone que la primavera lo es para los demás. El otoño es época de trabajar, en eso coincido con Pushkin.



La muerte me da, de Cristina Rivera Garza. Me ha acompañado, por supuesto, como nueva ganadora del Premio Sor Juana. Gran novela. Inteligente, valiente, compleja, sensible. La presencia constante de Alejandra Pizarnik, la exploración del propio ejercicio de escritura, la presencia del cuerpo, le dan una muy interesante dimensión de profundidad a este thriller poco común.



Y un homenaje a Claude Levi-Strauss. ¡Salud Maestro!

31/10/09

Verloso de Felipe Soto Viterbo en W Radio

Para escuchar el comentario, vayan por favor a:

http://www.wradio.com.mx/programa.aspx?id=795393&au=900054

¡Ojalá les guste!

25/10/09

Nombrarlos a todos

Hoy aparece mi artículo "Nombrarlos a todos" en El Universal. Por si se les antoja leerlo, aquí va el enlace:

http://www.eluniversal.com.mx/editoriales/46078.html

18/10/09

Lenguaje e imágenes balbuceantes

“Palabras de sobrevivencia, palabras derrotadas, palabras
de ceniza, palabras para salvarnos” palabras e imágenes que
Sandra Lorenzano —autora de Escrituras de sobrevivencia y
Aproximaciones a Sor Juana— hila y entrelaza en este texto
en el que la guerra y el horror; los nombres y las ausencias; el
pasado y el presente hablan por sí mismos.


Si quieren ver el artículo, está en:
http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/2506/pdfs/76-80.pdf

11/10/09

La cama es mi Plaza de Marrakesh

En el suplemente Kiosko de El Universal de hoy aparece mi artículo "La cama es mi Plaza de Marrakesh".

Mañana lo subo al blog. Prometido!

4/10/09

"La justicia" en la Suprema Corte

En El Universal de hoy

México D.F., a 4 de octubre de 2009

"La justicia” en la Suprema Corte

Sandra Lorenzano



En México hay un altísimo porcentaje de personas en la cárcel esperando que les dicten sentencia. La duración de los procesos (y la referencia a Kafka implícita en este término no parece casual) excede vergonzosamente los plazos establecidos por la Constitución. Esto quiere decir que quizá muchos de quienes (sobre)pueblan nuestros reclusorios sean inocentes, o hayan ya cumplido el tiempo que les correspondería como pena. Por supuesto, la mayor parte de estas demoras se da entre gente de escasos recursos, entre otras cosas por la ineficiencia y la corrupción de los “abogados de oficio”, tal como lo reportan los informes de la Comisión de Derechos Humanos del DF sobre el tema. Archivos y más archivos, expedientes y más expedientes se acumulan, amontonados, amarillentos, olvidados, postergados, en más de una oficina. Ya lo contó José Clemente Orozco en uno de los murales que pintó en la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Y este es sólo uno de los vicios de nuestro sistema judicial.
Por otra parte, muchos delincuentes circulan libremente junto a nosotros, habiendo convertido a nuestro país en uno de los más violentos e inseguros del mundo. Claro que muchas veces estos delincuentes usan uniforme u ocupan cargos públicos.

De estos temas habla, entre otras cosas, la obra que Rafael Cauduro realizó, casi siete décadas después que el muralista tapatío, también para la SCJN. Su título es La historia de la justicia en México y fue inaugurada el pasado mes de julio. De estos temas habla. De las terribles fallas del sistema de justicia mexicano. O dicho de otra manera: de algunos de los rostros de los condenados de la Tierra.

En una superficie de 290 metros formada por ocho muros ubicados en tres niveles, en la llamada “escalera de magistrados”, los “siete crímenes mayores” que ahí aparecen son una bofetada de realidad en el recinto que ocupa la autoridad máxima del Poder Judicial. Imágenes de homicidios, violación, secuestros, torturas, procesos viciados, represión estatal nos golpean desde esas paredes convertidas en denuncia y recordatorio permanente de nuestra ensangrentada cotidianidad.

¿Habrán pensado en algo así los máximos jueces de la nación al encargar el proyecto? El día de la inauguración, el ministro Ortiz Mayagoitia hizo votos para que las futuras generaciones vieran esta crítica como aquello que nuestro país logró superar. El pintor fue quizá menos optimista; frente al panorama actual no se trata, dijo, de hacer “celebraciones” de ningún tipo al hablar de la justicia.

Por supuesto que, a pesar de una que otra denuncia, son mucho más tranquilizadoras las imágenes creadas por Luis Nishizawa, Leopoldo Flores e Ismael Ramos para las otras tres esquinas del recinto. La propuesta de Cauduro es artísticamente sorprendente. Simbólicamente brutal. No parece haber salida posible en los relatos que cuentan esos muros convertidos en pesadilla.

Allí está el tzompantli cuya vista recibe cada día a los ministros cuando pasan del estacionamiento a la puerta del elevador que los llevará a sus oficinas. No dudo que muchos de ellos entren mirando al suelo o desviando los ojos. Las hileras de cráneos sobrecogen a pesar de la pátina que les da el “tranquilizante” relato de la arqueología. Está también la “sala de expedientes” —mi fragmento favorito del mural—, con el óxido que cubre por igual los legajos y los rostros desesperanzados que alcanzan a vislumbrarse en los cajones, como fantasmas de la angustia y la resignación. Sobre otro de los paneles, la perspectiva nos envuelve en el vértigo de la caída para llevarnos al fondo de un pozo; allí compartimos el espacio con un cuerpo cuya silueta está señalada con una línea blanca.

¿Quién ha cometido el crimen? ¿Alguno de los cientos de reclusos que se asoman por los barrotes de una cárcel cuya diabólica estructura se pierde en un horizonte sin salidas? ¿O el secuestrador que tiene arrinconado en un cuarto a un hombre de camisa blanca y corbata? ¿O tal vez el que ha violado a la mujer que sangra sobre una silla? ¿O quizá alguno de los que miran desde “afuera” como si se tratara sólo de un espectáculo? Lo turbio, lo oscuro, lo perverso, lo violento de nuestra sociedad y su sistema de justicia está ahora sobre los muros que ven cada día los funcionarios del máximo tribunal de la nación. Ni más ni menos.

El trabajo de planos y perspectivas es magistral. El mensaje, desconsolador. Esas escenas que rematan con la represión a una marcha que a, su vez, sale de una pared grafiteada que, a su vez, es parte de los cuerpos de los soldados que, a su vez… en un juego de cajas chinas que recuerda en algo a los laberintos visuales de Escher, pero pasados por el horror de nuestra realidad nacional, buscan la continuidad entre la calle y el silencio del recinto. El inicio de la escalera está junto a una puerta que da al exterior. La semejanza que desde ahí se ve entre lo pintado por Cauduro y el “cuadro viviente” que ofrece el Centro Histórico no es mera coincidencia.

En el último piso unos uniformados montan guardia sobre los vidrios (de hecho, Rafael Cauduro fue el único de los artistas invitados a pintar en los muros de la Corte que utilizó y modificó también las ventanas). Tras esas figuras militares o policiales, un grupo de ángeles con rostro de mujer intenta desplegar las alas. Si lo lograrán o no es una de las tantas preguntas que quedan abiertas. Del inframundo de los cráneos que nos reciben en el sótano a un cielo que dudosamente pueda consolarnos.

Las respuestas —después de las resoluciones de Acteal, del caso Lydia Cacho, de los curas pederastas, del nombramiento del nuevo procurador general de la República, de los también “nuevos” 6 millones de pobres, de los más de 14 mil asesinados en lo que va del sexenio, de los narcotraficantes en las listas de Forbes, etcétera, etcétera, etcétera— pueden ustedes imaginarlas.




Escritora

29/9/09

¿Justicia?


¡¡Excepcional la obra de Rafael Cauduro en la Suprema Corte de Justicia de la Nación!!

Dos joyas filmadas por mujeres

 En los días en que estuve a media máquina vi dos joyas filmadas por mujeres:  - "Atlantics", película franco senegalesa de Mati D...