1/10/15

Octubre

Así le cantó Juan Ramón Jiménez al mes que hoy comienza. Yo comparto sus palabras para desearles a todos que tengan un bellísimo octubre:

Estaba echado yo en la tierra, enfrente 
del infinito campo de Castilla, 
que el otoño envolvía en la amarilla 
dulzura de su claro sol poniente.
Lento, el arado, paralelamente
abría el haza oscura, y la sencilla
mano abierta dejaba la semilla
en su entraña partida honradamente.
Pensé arrancarme el corazón, y echarlo,
pleno de su sentir alto y profundo,
al ancho surco del terruño tierno;
a ver si con romperlo y con sembrarlo,
la primavera le mostraba al mundo
el árbol puro del amor eterno.

30/6/15

Música y literatura

Y siguiendo lo prometido en el programa de hoy de "En busca del cuento perdido", compartimos las bandas de las que hablamos y cuyos nombres están tomados de la literatura. ¡Que las disfruten!!

Steppenwolf



Belle and Sebastian



Modest Mouse


9/6/15

Extraños en un tren

Queridos todos,

Tal como lo prometimos hoy en"En busca del cuento perdido", comparto con ustedes el audio de la ficción sonora que realizó Radio Nacional de España basada en la novela de Patricia Highsmith (y en la película de Alfred Hitchcock) Extraños en un tren. Ojalá la disfruten. A mí me encantó!

http://mvod.lvlt.rtve.es/resources/TE_SFSFICO/mp3/0/4/1309514081840.mp3



26/5/15

LEONARD COHEN



Como lo prometimos en el programa de hoy de "En busca del cuento perdido", aquí está el discurso pronunciado por Leonard Cohen al recibir el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2011
Majestad, Altezas, Excelentísimas e Ilustrísimas autoridades,
Miembros del Jurado,
Distinguidos premiados,
Señoras y señores,
Es un gran honor estar aquí ante ustedes esta noche. Quizás, como el gran maestro Riccardo Muti, no estoy acostumbrado a estar ante un público sin orquesta tras de mí, pero lo haré lo mejor que pueda como artista en solitario hoy.
Anoche me quedé en vela, pensando qué podía decir aquí, en esta asamblea de distinguidas personas. Y después de comerme todas las chocolatinas, todos los cacahuetes del minibar, garabateé unas pocas palabras. No creo que tenga que hacer referencia a ellas. Obviamente, estoy muy emocionado por ser reconocido por la Fundación. Pero he venido aquí esta noche para expresar otra dimensión de mi gratitud; creo que puedo hacerlo en tres o cuatro minutos y voy a intentarlo.
Cuando estaba haciendo el equipaje en Los Ángeles, tenía cierta sensación de inquietud porque siempre he sentido cierta ambigüedad sobre un premio a la poesía. La poesía viene de un lugar que nadie controla, que nadie conquista. Así que me siento como un charlatán al aceptar un premio por una actividad que yo no controlo. Es decir, si supiera de dónde vienen las buenas canciones, me iría allí más a menudo.
Mientras hacía el equipaje, cogí mi guitarra. Tengo una guitarra Conde que está hecha en el gran taller de la calle Gravina, 7, en España. Es un instrumento que adquirí hace más de 40 años. La saqué de la caja, la alcé, y era como si estuviera llena de helio, era muy ligera. Y me la acerqué a la cara, miré de cerca el rosetón, tan bellamente diseñado, y aspiré la fragancia de la madera viva. Ya saben que la madera nunca llega a morir. Y olí la fragancia del cedro, tan fresco como si fuera el primer día, cuando la compré. Y una voz parecía decirme: “Eres un hombre viejo y no has dado las gracias, no has devuelto tu gratitud a la tierra de donde surgió esta fragancia”. Así que vengo hoy, aquí, esta noche, a agradecer a la tierra y al alma de este pueblo que me ha dado tanto. Porque sé que un hombre no es un carnet de identidad y un país no es solo la calificación de su deuda.
Ustedes saben de mi profunda conexión y confraternización con el poeta Federico García Lorca. Puedo decir que cuando era joven, un adolescente, y buscaba una voz en mí, estudié a los poetas ingleses y conocí bien su obra y copié sus estilos, pero no encontraba mi voz. Solamente cuando leí, aunque traducidas, las obras de Federico García Lorca, comprendí que tenía una voz. No es que haya copiado su voz, yo no me atrevería a hacer eso. Pero me dio permiso para encontrar una voz, para ubicar una voz, es decir, para ubicar el yo, un yo que no está del todo terminado, que lucha por su propia existencia. Y conforme me iba haciendo mayor comprendí que con esa voz venían enseñanzas. ¿Qué enseñanzas eran esas? Nunca lamentarnos gratuitamente. Y si uno quiere expresar la grande e inevitable derrota que nos espera a todos, tiene que hacerlo dentro de los límites estrictos de la dignidad y de la belleza.
Y entonces ya tenía una voz, pero no tenía el instrumento para expresarla, no tenía una canción.
Y ahora voy a contarles muy brevemente la historia de cómo conseguí mi canción.
Porque era un guitarrista mediocre, aporreaba la guitarra, solo sabía unos cuantos acordes. Me sentaba con mis amigos, mis colegas, bebiendo y cantando canciones, pero en mil años nunca me vi a mí mismo como músico o como cantante.
Pero un día, a principios de los 60, estaba de visita en casa de mi madre en Montreal. Su casa está junto a un parque y en el parque hay una pista de tenis y allí va mucha gente a ver a los jóvenes tenistas disfrutar de su deporte. Fui a ese parque, que conocía de mi infancia, y había un joven tocando la guitarra. Tocaba una guitarra flamenca y estaba rodeado de dos o tres chicas y chicos que le escuchaban. Y me encantó cómo tocaba. Había algo en su manera de tocar que me cautivó. Yo quería tocar así y sabía que nunca sería capaz.
Así que me senté allí un rato con los que le escuchaban y cuando se hizo un silencio, un silencio apropiado, le pregunté si me daría clases de guitarra. Era un joven de España, y solo podíamos entendernos en un poquito de francés, él no hablaba inglés. Y accedió a darme clases de guitarra. Le señalé la casa de mi madre, que se veía desde las pistas de tenis, quedamos y establecimos el precio de las clases.
Vino a casa de mi madre al día siguiente y dijo: “Déjame oírte tocar algo”. Yo intenté tocar algo, y él dijo: “No tienes ni idea de cómo tocar, ¿verdad?”. Yo le dije: “No, la verdad es que no sé tocar”. “En primer lugar déjame que afine la guitarra, porque está desafinada”, dijo él. Cogió la guitarra y la afinó. Y dijo: “No es una mala guitarra”. No era la Conde, pero no era una guitarra mala. Me la devolvió y dijo: “Toca ahora”. No pude tocar mejor, la verdad.
Me dijo: “Deja que te enseñe algunos acordes”. Y cogió la guitarra y produjo un sonido con aquella guitarra que yo jamás había oído. Y tocó una secuencia de acordes en trémolo, y dijo: “Ahora hazlo tú”. Yo respondí: “No hay duda alguna de que no sé hacerlo”. Y él dijo: “Déjame que ponga tus dedos en los trastes”, y lo hizo “y ahora toca”, volvió a decir. Fue un desastre. “Volveré mañana”, me dijo.
Volvió al día siguiente, me puso las manos en la guitarra, la colocó en mi regazo, de manera adecuada, y empecé otra vez con esos seis acordes –una progresión de seis acordes en la que se basan muchas canciones flamencas–. Lo hice un poco mejor ese día. Al tercer día la cosa, de alguna, manera mejoró. Yo ya sabía los acordes. Y sabía que aunque no podía coordinar los dedos para producir el trémolo correcto, conocía los acordes, los sabía muy, muy bien.
Al día siguiente no vino, él no vino. Yo tenía el número de la pensión en la que se hospedaba en Montreal. Llamé por teléfono para ver por qué no había venido a la cita y me dijeron que se había quitado la vida, que se había suicidado.
Yo no sabía nada de aquel hombre. No sabía de qué parte de España procedía. Desconocía porqué había venido a Montreal, porqué se quedó allí. No sabía porqué estaba en aquella pista de tenis. No tenía ni idea de porqué se había quitado la vida. Estaba muy triste, evidentemente.
Pero ahora desvelo algo que nunca había contado en público. Esos seis acordes, esa pauta de sonido de la guitarra han sido la base de todas mis canciones y de toda mi música. Y ahora podrán comenzar a entender las dimensiones de mi gratitud a este país.
Todo lo que han encontrado de bueno en mi trabajo, en mi obra, viene de este lugar. Todo lo que ustedes han encontrado de bueno en mis canciones y en mi poesía está inspirado por esta tierra.
Y, por tanto, les agradezco enormemente esta cálida hospitalidad que han mostrado a mi obra, porque es realmente suya, y ustedes me han permitido añadir mi firma al final de la página.
Muchas gracias, señoras y señores.

25/5/15

Feliz cumpleaños a la gran Rosario Castellanos

Hoy, 25 de mayo, Rosario Castellano hubiera cumplido noventa años.
¿Me dejan hacer una pequeña confesión? La verdad es que me cuesta pensar mi relación con la literatura mexicana sin sus libros. Su Meditación en el umbral es casi un himno para muchas de nosotras. Balún Canán me enseñó uno de los rostros más dolorosos y entrañables de este país. Siempre digo que es uno de las obras que me cambió la vida.
Son muchas las páginas escritas por ella que me han acompañado a lo largo de los años. Tenía una sensibilidad fuera de lo común que se siente en cada una de sus palabras. Es una de esas escritoras que da ganas no sólo de leer sino también de abrazar.
El abrazo va ahora para Gabriel Guerra Castellanos y para Martín.

  
Meditación en el umbral

No, no es la solución
tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoy
ni apurar el arsénico de Madame Bovary
ni aguardar en los páramos de Ávila la visita
del ángel con venablo
antes de liarse el manto a la cabeza
y comenzar a actuar.

Ni concluir las leyes geométricas, contando
las vigas de la celda de castigo
como lo hizo Sor Juana. No es la solución
escribir, mientras llegan las visitas,
en la sala de estar de la familia Austen
ni encerrarse en el ático
de alguna residencia de la Nueva Inglaterra
y soñar, con la Biblia de los Dickinson,
debajo de una almohada de soltera.

Debe haber otro modo que no se llame Safo
ni Mesalina ni María Egipciaca
ni Magdalena ni Clemencia Isaura.

Otro modo de ser humano y libre.

Otro modo de ser.

23/4/15

Antología de Spoon River


Déjenme contarles que este 2015 se cumplen cien años de la publicación de un libro de poesía excepcional; me refiero a la Antología de Spoon River, escrita por Edgar Lee Masters (Kansas, 1868 - Pensilvania, 1950). Una obra poética en la que los muertos de un pequeño pueblo llamado Spoon River tienen la palabra; tal como años después pasaría con Pedro Páramo, de Juan Rulfo. Comparto con ustedes una pequeña selección de los poemas, tal como lo prometimos en el programa del martes pasado.







Antología de Spoon River
Edgar Lee Masters
Selección para En busca del cuento perdido


Roscoe Purkapile
Ella me amaba. ¡Oh, cómo me amaba!
No logré nunca esquivarla
desde el día en que me vio por vez primera.
Pero después, cuando nos casamos, pensé
que podría demostrar su mortalidad y dejarme libre,
o que podría divorciarse de mí.
Pero pocas mueren, ninguna renuncia.
Entonces me escapé y anduve un año de parranda.
Sin embargo nunca se lamentó. Decía que todo andaría
bien, que yo volvería. Y volví.
Le dije que mientras remaba en un bote
había sido capturado cerca de la calle Van Buren
por piratas del lago Michigan,
y atado con cadenas, así que no pude escribirle.
¡Ella lloró y me besó, y dijo que era cruel,
ultrajante, inhumano!
Comprendí entonces que nuestro matrimonio
era un designio divino
y no podría ser disuelto
sino por la muerte.
Tuve razón.

Mrs. Purkapile
Huyó y se fue por un año.
Al volver a casa me contó la tonta historia
de su rapto por piratas del lago Michigan,
de modo que no pudo escribirme, amarrado con cadenas.
Fingí creerle, aunque sabía muy bien
qué había estado haciendo, que de tanto en tanto
se encontraba con la señora Williams, la sombrerera,
cuando ella iba a la ciudad a comprar géneros, según decía.
Pero una promesa es una promesa,
y el matrimonio es el matrimonio,
y por el respeto que me debo a mí misma
no quise ser arrastrada al divorcio
por las tretas de un esposo simplemente
aburrido del voto y del deber conyugal.

Benjamin Pantier
Yacen juntos en esta tumba Benjamin Pantier, procurador,
y Nig, su perro, fiel camarada, consuelo y amigo.
Por el largo camino gris, amigos, niños, hombres y mujeres,
abandonando uno a uno la vida, me dejaron hasta quedarme
solo con Nig como socio, compañero en el lecho y en la bebida.
En la mañana de la vida conocí aspiraciones y entreví la gloria.
Luego ella, que me sobrevive, estranguló mi alma
con un lazo que me desangró hasta morir,
y desde entonces yo, en otros tiempos resuelto, yazgo destrozado, indiferente,
viviendo en la trastienda de una sombría oficina.
Debajo de mi mandíbula se apoya la huesuda nariz de Nig;
nuestra historia se pierde en el silencio. ¡Pasa, loco mundo!

Mrs. Benjamin Pantier
Sé bien que él decía que estrangulé su alma
con un lazo que lo desangró hasta morir.
Y todos los hombres lo quisieron
y muchas mujeres lo compadecieron.
Pero supongamos que sois una dama de verdad, y de gustos delicados,
y que detestáis el olor del whisky y de la cebolla.
Y que el ritmo de la “Oda” de Wordsworth os acaricie los oídos,
mientras de la mañana a la noche él
va repitiendo trozos de esta vulgar sentencia:
“¿Oh, por qué será tan orgulloso el espíritu de los mortales?”
Y supongamos, además:
que seáis una mujer bien dotada,
y que el único hombre con quien la ley y la moral
os permiten tener relaciones conyugales
es precisamente aquel que os repugna
cada vez que pensáis en ello, ¡y lo pensáis
cada vez que lo veis!
Es por eso que lo eché de casa
a vivir con su perro en un cuarto sombrío
en la trastienda de su oficina.

Reuben Pantier
Y bien, Emily Sparks, tus plegarias no fueron estériles,
tu amor no fue del todo en vano.
Debo cuanto fui en vida
a tu esperanza que no quiso abandonarme,
a tu amor que no obstante me consideró bueno.
Querida Emily Sparks, deja que te cuente la historia.
Paso por alto la influencia de mi padre y de mi madre;
la hija de la sombrerera me creó dificultades
y me fui por el mundo,
donde atravesé todos los conocidos peligros
del vino y las mujeres y la alegría de vivir.
Una noche, en un cuarto de la rue de Rivoli,
me encontraba bebiendo vino con una cocotte ojinegra,
y las lágrimas resbalaban de mis ojos.
Ella pensó que eran lágrimas de amor y sonreía
ante la idea de haberme conquistado.
Pero mi alma estaba a tres mil millas de distancia,
en los días en que me enseñabas en Spoon River.
Y precisamente porque ya no podías amarme,
ni rogar por mí, ni escribirme cartas,
en vez de ti habló tu eterno silencio.
Y la cocotte ojinegra atribuyose para sí las lágrimas,
tanto como los engañosos besos que yo le daba.
Por alguna razón, desde aquel instante, tuve una nueva visión;
¡querida Emily Sparks!

Emily Sparks
¿Dónde está mi muchacho, mi muchacho,
en qué distante lugar del mundo?
¿El muchacho que amé más que a todos en la escuela?;
yo, la maestra, la vieja solterona, el corazón virgen,
que de todos había hecho mis hijos.
¿Juzgué acertadamente a mi muchacho,
considerándolo un espíritu ardiente,
activo, ambicioso?
¿Oh, muchacho, muchacho, por quien recé y recé
en tantas horas en vela por la noche,
recuerdas la carta que te escribí
sobre la belleza del amor de Cristo?
¡Y las hayas recibido o no,
muchacho mío, dondequiera estés,
haz algo por la salvación de tu alma,
para que todo tu barro, toda tu escoria,
sucumban al fuego,
hasta que el fuego no sea sinp luz!
¡No sea sino luz!

Lois Spears
Yace aquí el cuerpo de Lois Spears,
nacida de Lois Fluke, hija de Willard Fluke,
esposa de Cyrus Spears,
madre de Myrtle y Virgil Spears,
niños de ojos claros y miembros sanos;
(yo nací ciega).
Fui la más dichosa de las mujeres
como esposa, como madre y ama de casa,
ocupándome de los que amaba
y haciendo de mi hogar
un sitio de orden y de generosa hospitalidad:
porque andaba por los cuartos
y por el jardín
con un instinto tan infalible como la vista,
como si tuviera los ojos en las puntas de los dedos;
Gloria a Dios en los cielos.

Williard Fluke
Mi esposa perdió su salud,
y se consumió hasta pesar apenas cuarenta kilos.
Entonces aquella mujer, a quien los hombres
denominaron Cleopatra, apareció.
Y nosotros, que éramos casados,
rompimos todo nuestros votos, yo junto con el resto.
Pasaron los años y uno a uno
la muerte los reclamó a todos en las formas más espantosas,
y yo me dejé llevar por el sueño
de una particular Gracia de Dios hacia mí,
y comencé a escribir, escribir, escribir, resmas y resmas
sobre la segunda venida de Cristo.
Luego Cristo se me apareció y dijo,
“Ve a la iglesia y ante la congregación
confiesa tu pecado”.
Pero justo alzarme y comenzar a hablar
vi a mi hijita, sentada en el banco de enfrente;
¡mi hijita que había nacido ciega!
¡Después de aquello, todo es tinieblas!

Nellie Clark
Tenía solamente ocho años;
y antes de crecer y comprometer el significado
no tuve palabras para eso, fuera
de que estaba aterrorizada y se lo conté a mi madre;
y de que mi padre tomó una pistola
y hubiera matado a Charlie, ya un muchachón
de quince años, excepto para su madre.
No obstante la historia quedó unida a mí.
Pero el hombre que se casó conmigo, un viudo de treinta y cinco años,
era un recién llegado y nunca se enteró
hasta dos años después de matrimonio.
Entonces se consideró defraudado,
y el pueblo convino en que en realidad yo no era virgen.
Bien, me abandonó, y yo morí.

William y Emily
¡Hay algo en la Muerte
que es como el mismo amor!
Si con aquel con quien conocimos la pasión
y el calor del amor juvenil,
también, después de años
de vida en común, sentimos el apagarse de la llama,
y que juntos nos extinguimos
poco a poco, suavemente, delicadamente, como si, uno en brazos del otro,
fuéramos saliendo del cuarto íntimo.
¡Es decir, un poder de armonía entre las almas
que es como el mismo amor!

Sonia la Rusa
Yo, nacida en Weimar
de madre francesa
y padre alemán, un profesor muy docto,
huérfana a los catorce años,
me hice bailarina, conocida como Sonia la Rusa,
siempre de un lado a otro por los bulevares de París,
amante al principio de varios duques y condes,
y luego de artistas pobres y poetas.
A los cuarenta años, passée, visité Nueva York
y encontré en el barco al viejo Patrick Hummer,
rubicundo y vigoroso, aunque anduviera por los sesenta,
que regresaba de vender un cargamento
de ganado en Alemania, en Hamburgo.
Me llevó a Spoon River y vivimos aquí
durante veinte años; ¡la gente creía que estábamos casados!
Esta encina cercana a mí es la guarida preferida
de grajos azules que parlotean, parlotean todo el día.
¿Y por qué no? También mi polvo se ríe
pensando en esa cosa humorística llamada vida.

Amos Sibley
Ni carácter, ni fortaleza, ni paciencia,
poseí, aunque la aldea creyó que los tuviera
para soportar a mi mujer, mientras predicaba
realizando la labora a la que Dios me había destinado.
La detestaba como a una arpía, una disoluta.
Conocía todos sus adulterios, uno a uno.
Pero a pesar de eso, si me divorciaba
debía abandonar el sacerdocio.
¡Por consiguiente, para cumplir la misión del Señor
y cosechar los frutos, fui indulgente con ella!
¡Así me mentí a mí mismo!
¡Así mentí a Spoon River!
Sin embargo me propuse dar conferencias, me presenté como candidato a la legislatura,
investigué en libros, con un único pensamiento en la mente:
si de este modo hago dinero, me divorcio de ella.

Mrs. Sibley
El secreto de las estrellas: la gravitación.
El secreto de la tierra: estratos de roca.
El secreto del suelo: recibir la semilla.
El secreto de la semilla: el germen.
El secreto del hombre: sembrar.
El secreto de la mujer: el suelo.
Mi secreto: debajo de un túmulo que jamás descubriréis.

Elsa Wertman
Yo era una campesina alemana
de ojos azules, rosada, feliz y robusta.
Y el primer lugar donde trabajé fue en lo de Thomas Greene.
Un día de verano, cuando ella había salido,
Thomas Greene se deslizó en la cocina
me agarró entre sus brazos y me besó en el cuello,
y yo perdí la cabeza. Después ninguno de los dos
pareció darse cuenta de lo ocurrido.
Y yo lloraba por lo que sería de mí.
Y lloraba y lloraba a medida que mi secreto comenzaba a notarse.
Un día la señora Greene me dijo que había comprendido
y que no se disgustaría conmigo,
y, como no tenía hijos, que lo adoptaría.
(Él le había dado una finca para que se callara).
Así, se recluyó en la casa y difundió rumores,
como si lo que ocurría fuera a sucederle a ella.
Y todo anduvo bien y el niño nació. ¡Fueron tan gentiles conmigo!
Más tarde me casé con Gus Wertman, y los años pasaron.
Pero en las reuniones políticas, cuando los asistentes creían
que yo lloraba por la elocuencia de Hamilton Greene,
no era eso.
¡No! Hubiera querido gritar:
“¡Ese es mi hijo! ¡Ese es mi hijo!”

Hamilton Greene
Fui el único hijo de Frances Harris, de Virginia,
y Thomas Greene, de Kentucky,
de valerosa y honorable estirpe ambos.
A ellos les debo todo lo que llegué a ser,
juez, miembro del Congreso, personaje del gobierno.
De mi madre heredé
vivacidad, fantasía, elocuencia;
de mi padre voluntad, juicio, lógica.
¡Honor a ellos
por cuanto pude ayudar al pueblo!


17/4/15

Sor Juana: el amor, el deseo, la libertad de las palabras

Hoy, 17 de abril, se conmemoran 320 años de la muerte de Sor Juana Inés de la Cruz. ¿Qué mejor que recordarla y celebrarla con poesía? Aquí van dos de mis poemas favoritos:



*
Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,
como en tu rostro y tus acciones veía
que con palabras no te persuadía,
que el corazón me vieses deseaba;

y Amor, que mis intentos ayudaba,
venció lo que imposible parecía:
pues entre el llanto, que el dolor vertía,
el corazón deshecho destilaba.
Baste ya de rigores, mi bien, baste:
no te atormenten más celos tiranos,
ni el vil recelo tu inquietud contraste
con sombras necias, con indicios vanos,
pues ya en líquido humor viste y tocaste
mi corazón deshecho entre tus manos.

*
Detente, sombra de mi bien esquivo,
imagen del hechizo que más quiero,
bella ilusión por quien alegre muero,
dulce ficción por quien penosa vivo.
Si al imán de tus gracias, atractivo,
sirve mi pecho de obediente acero,
¿para qué me enamoras lisonjero
si has de burlarme luego fugitivo?
Mas blasonar no puedes, satisfecho,
de que triunfa de mí tu tiranía:
que aunque dejas burlado el lazo estrecho
que tu forma fantástica ceñía,
poco importa burlar brazos y pecho
si te labra prisión mi fantasía.

Dos joyas filmadas por mujeres

 En los días en que estuve a media máquina vi dos joyas filmadas por mujeres:  - "Atlantics", película franco senegalesa de Mati D...