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12/1/08

...A simple vista, Sandra es la última mujer que uno asociaría a la parte herida del discurso de Saudades (con la poética: definitivamente); a la ensayista que recrea no sin dureza, no sin hundir el puño, la impresionante concentración de madres despojadas y furiosas que exigen saber del destino de sus hijos en Plaza de Mayo...
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y échale un ojito a nuestra Trenza perpetua del 2008, que festeja el centenario de una de las más grandes escritoras del siglo XX



La poesía no es más que el resultado feliz de la naturaleza indómita del idioma...
Hong Ying
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19/11/07

La Jornada
Miércoles 14 de noviembre de 2007 Correo enviado.

Sandra Lorenzano presenta su primera novela, hoy, a las 19 horas, en la librería Octavio Paz, del FCE, en avenida Miguel Ángel de Quevedo 115, Chimalistac Foto: Carlos Cisneros En la contraportada del primer libro de narrativa de Sandra Lorenzano escribe Sylvia Molloy: “Novela coral, donde las voces se alternan, intentando decir lo que no se puede decir, apresar relatos para siempre ajenos, oficiar un duelo que es y no es el nuestro, es un rumor de ausencias donde el cuerpo erótico ofrece pasajero refugio mientras que la cita literaria (otro cuerpo, otra voz más), funciona como aguijón, acentuando la falta, manteniendo vivo el llamado. Saudades es también –sobre todo– una reflexión sobre las grandezas y miserias de ese lenguaje ‘que no va a ninguna parte’ y que a pesar de ello nos solicita”. Con autorización del Fondo de Cultura Económica, ofrecemos a nuestros lectores el arranque de esta novela, a manera de adelanto

Alguna vez habías leído acerca de los conciertos silenciosos que forman parte de cierta tradición china. Todo sucede, en los instantes previos al inicio, como en cualquier otro concierto: los músicos sentados en semicírculo esperan con atención la señal del director; en el momento en que él hace el gesto de dar una palmada con ambas manos, ejecutantes y público contienen la respiración… Sus manos se detienen antes de producir sonido alguno, y los músicos comienzan a “tocar” sus instrumentos en silencio. Pero no se trata de una pantomima sino de un ritual que lleva, quizás, a la búsqueda de la armonía total. Allí, el sonido es superfluo. Es como si el concierto tuviese lugar muy lejos, quizás “en la otra orilla de la vida…” Ese silencio era el que anhelabas; un silencio que te permitiera sobrevivir. Llegaste cargada del ruido del horror, de aquella tarde en que la realidad se quebró en mil pedazos. Te habías quedado rota; las palabras deshechas, tartamudas. Aprendimos no a hablar sino a balbucear… Dejar vacío el asiento 21-C había sido un modo de acercarte a un refugio sin palabras. Necesitabas ese silencio de la otra orilla de la vida; necesitabas saber dónde estabas antes de empezar a manchar la tela. Saliste del aeropuerto con tu mochila al hombro –la maleta llegaría al día siguiente, “por el cambio de itinerario”, te dijeron–, en busca de ese silencio que hiciera que nuevamente tu rostro fuera tu rostro, y las palabras recuperaran su sentido. El silencio era también tu protección, tu coraza, el modo de no lastimar más las imágenes que te acompañaban, tu memoria. O silencio que sai do som da chuva espalha-se, num crescendo de monotonia cinzenta, pela rua esterita que fito, había escrito Bernardo Soares, y ahora tú ibas en busca de ese mismo silencio, en las mismas calles, a orillas del Tágide. Le pediste al taxi que te llevara al centro y un olor a mar, a puerto, te mareó con una mezcla de dolor y sorpresa. ¿Cuántos habían hecho el camino inverso al tuyo dejando acá sus amores? ¿Cuántos habían subido a los barcos con una pequeña botella de aceite de olivas portuguesas entre sus cosas? Pueblo de migrantes, una pura nostalgia. Cerca de la orilla, las gaviotas esperan el momento de zambullirse. Amo, pelas tardes demoradas de verão, o sossego da cidade baixa… Necesitabas encontrar ese sosiego y convertirlo en parte de ti; necesitabas el silencio para tratar de entender lo que había sucedido, para hacer en tu interior un relato que explicara –que te explicara– los perfiles del horror, para que el torbellino de la angustia no se te instalara para siempre en la piel. Sólo si encontrabas ese sosiego podrías recuperar el sentido de las palabras. Aprendimos no a hablar sino a balbucear… Sacaste tu cuaderno y anotaste el párrafo completo; dibujaste algunos trazos. Era aún mediodía y la ciudad estaba en plena ebullición, faltaban algunas horas para que descubrieras la lentitud de la tarde. Detrás de ti, la estación de trenes te recordó las palabras de Soares… e tudo se me converte numa noite de chuva e lama, perdido na solidão de un apeadeiro de desvio, entre dois comboios de terceira classe. Prefieres dejar la mirada en el mar; las estaciones grandes te encierran, te asfixian, no las más pequeñas con bancos apenas cubiertos por un techo y jubilados calentándose al sol; pero las grandes siempre te han angustiado, como si en su interior pudieras extraviarte para siempre, como si todo se volviera Numa noite de chuva e lama. Mejor el aire que te da de lleno en la cara y el graznido de las gaviotas en ese río que es casi mar. Ai quem me dera as que eudetei ao mar! As que el lacei à vida, e nao voltaram!... Escucho a alguien que canta, mientras te pienso con casi veinte años, haciendo tus primeros dibujos del exilio frente a los barcos cargados de despedidas y promesas. “Mamá, no llore; claro que les escribiré”. “Cuídeme a la Fátima, que en cuanto regreso me caso”. “Te voy a extrañar, Amor”. Te pienso con casi veinte años comenzando apenas ese largo viaje. Intento imaginarte buscando tu instrumento en el concierto de silencio que anhelabas. Los primeros dibujos fueron los barcos y las gaviotas de esa orilla que ha visto tantas despedidas. Pueblo de migrantes, una pura nostalgia. Las valijas de cartón llevaban siempre una imagen de la virgen y una lámpara con aceite de olivas portuguesas: “Me traje un poco de nuestra tierra”, sonreían los abuelos recordando ese sitio del que salieron hacía más de cincuenta años. No hubo naufragio como lo hubo para Camoes, pero a veces parece que la vida los hubiera ido hundiendo de a poco. “Mariquinhas, saca un poco del vinho verde para ofrecerle a la señorita. Del que nos mandó tu tío. Aquí no lo conseguimos, ¿sabe?” Y el vino tiene sabor a saudade, a lejanía. En el bolsillo más pequeño del abrigo guardaron con celo la llave de la casa. “Yo ya no sé si alcance a regresar. Pero seguro tú lo harás. La casa estará esperándote”. Ai quem me dera as que eu detei ao mar! As que eu lancei à vida, e nao voltaram!... El sol comenzó a dorar las calles de la Baixa. Te levantaste de la banca y respiraste profundamente queriendo guardar dentro de ti todo el aire que te regalaba el Tajo. Te colgaste la mochila al hombro y comenzaste a caminar hacia la Rua do Alecrim.



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28/10/07

La Jornada Semanal, domingo 23 de abril de 2006 núm. 581
MUJERES INSUMISAS

Angélica Abelleyra



SANDRA LORENZANO: OBSESIÓN POR LA MEMORIA

Con la literatura se siente en casa, cobijada, en puerto seguro. La palabra es su morada; con ella salva la sensación de intemperie que el exilio le procuró a los dieciséis años, cuando llegó a México huyendo de la dictadura argentina. Y con la escritura, transitando con libertad entre el ensayo, la poesía y la novela junto a un ámbito de naturaleza acartonada como la academia, Sandra Lorenzano (Buenos Aires, 1960) dialoga con sus silencios y la voz de otros para explorar en una de sus obsesiones: la memoria.

Su relación con la escritura nació de su entusiasmo como lectora. Con un padre médico y filósofo de la ciencia y una madre dedicada a las artes plásticas, Sandra creció con una amplia biblioteca que animaba su gusto por el arte en general. Desde pequeña leía con ganas infinitas de que esos libros que le generaban placer y sorpresa nunca terminaran. Como eso no era posible, ella intentaba darles continuidad a través de su propia imaginación y pluma con un resultado: fracasos estrepitosos. Pese a todo, su deseo de seguir con el clima que recrea la literatura fue lo que la llevó a intentar reproducir esa atmósfera en la que se sentía protegida, en su hogar.

Arribó a nuestro país cuando en Argentina se instauró un gobierno militar y represor contra la izquierda, los movimientos populares y los sectores universitarios de donde ella procedía. Por eso, apenas llegar a tierra mexicana, respiró tal aire de libertad que alcanzó a tapar las pérdidas, al menos temporalmente. Cuando esas marcas de dolor y carencia afloraron, advirtió su necesidad de escribir para curar heridas, comprobar que siempre está extrañando algo y para construir esa comunidad imaginada que es su otra patria más allá de su naturaleza argentina, su ser mexicana y su mezcla argen-mex que le da mucha riqueza.

Doctora en letras (unam), investigadora invitada de la Universidad de California (San Diego, eu) y ahora vicerrectora de investigación y postgrado de la Universidad del Claustro de Sor Juana, siempre se interesó en la docencia. Desde chica tuvo la vocación de enseñar y lo hace a través de sus indagaciones sobre la memoria, el exilio y las múltiples vinculaciones entre el arte y el horror, la palabra contra la muerte. Recogiendo las voces de los exiliados argentinos, de los migrantes mexicanos en California, explorando sobre los casos de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez y, en resumen, salvando la desmemoria, ha dado a luz los libros Escrituras de sobrevivencia. Narrativa argentina y dictadura y Aproximaciones a Sor Juana, entre otros.

Dialogante con otras voces que le resuenan afines como Susan Sontag, Margo Glantz, George Steiner, Edmond Jabès, Paul Celan y Andrei Tarkovsky, Sandra acepta que la memoria es el eje en su obra y su forma de enfrentar la vida. La memoria en relación con el arte, la capacidad del arte (literatura, cine, pintura, foto) de transmitir esa memoria y las formas en cómo ésta se construye en una sociedad. Así, cuanto más personal se ha convertido su trabajo —sea en una investigación académica, una ponencia, un poema, un ensayo— más clara se ha hecho esa línea de interés contra la desmemoria. Un abordaje que encuentra un ritmo y una atmósfera que se otorga los permisos de fluir. Porque, dice, finalmente todo el trabajo real con la escritura es trabajo poético, no precisamente poesía pero sí un lenguaje que busque, que sugiera, que permita circular la respiración por el medio de las palabras, de los sonidos, que atienda a las cadencias.

Amante de la escucha, anda ese camino que ya otros han transitado; voces poéticas que la van alimentando y a las que ella se aferra para compartir, primero, el silencio y luego poblar (lo/se) de voces. Su interés por reunir la experiencia de los sobrevivientes del exilio argentino se suma a su recuperación de las historias de horror en Ciudad Juárez o las experiencias de migrantes oaxaqueños en California. Y todo muestra su compromiso ético-político, primero leal a su propia historia y a la de su país maltratado por la dictadura y también leal a su interés profundo por estas comunidades desplazadas a otros ámbitos por hambre y supervivencia en medio de extrema violencia y conflictos de pertenencia.

Argen-mex asumida y gozosa, la memoria se le impuso como obsesión. Y ella abraza el tema y lo acaricia, lo golpea, lo desmenuza y fragmenta. Le da carne a las palabras para no sentirse farsante y meterse a lo hondo de la escritura que genera por igual placeres y dolores.

http://www.jornada.unam.mx/2006/04/23/sem-angelica.html

Dos joyas filmadas por mujeres

 En los días en que estuve a media máquina vi dos joyas filmadas por mujeres:  - "Atlantics", película franco senegalesa de Mati D...