Las “pequeñas memorias” del cartón
1) La historia argentina puede ser vista como un largo proceso de sucesivos y violentos “borramientos”, de exclusión y supresión del “otro”, del diferente: el indio, el “bárbaro”, el pobre, la mujer… Los “desaparecidos” no son, en este sentido, una creación de la última dictadura militar (1976-1983) sino una figura fundante de la nación. Desde sus orígenes, el Estado ha construido su legitimidad en la desaparición de los cuerpos y las voces otras. Baste pensar, en el genocidio de la conquista, por ejemplo. O en la eufemísticamente llamada “Campaña al desierto” que permitió la consolidación del proyecto liberal a partir de la masacre de los pueblos originarios del sur del país. O en la Semana Trágica, en los fusilamientos de José León Suárez, en las diversas dictaduras de nuestra historia moderna… La hegemonía de los sectores dominantes se ha basado en la cancelación violenta del diferente, a través de su “desciudadanización” (si el Estado tiene la obligación de velar por el bienestar de sus ciudadanos, un Estado que ejerce la fuerza del terror sobre su propia gente está violando el principio básico del concepto de ciudadanía) o de su franco exterminio.
En las últimas décadas, la sociedad argentina ha visto profundizadas las desigualdades que la constituyen en aras del ingreso a una nueva etapa de acumulación del capital a escala mundial. . Los 30 mil desaparecidos de la dictadura tienen su continuación en una política excluyente y pauperizadora que se constituyó, entre otros elementos, a través del desmantelamiento del Estado de Bienestar. Su adelagazamiento o franca desaparición hizo que se acentuaran las desigualdades estructurales generando nuevos procesos de exclusión social. Las transformaciones, iniciadas a mediados de los 70, encontraron su punto culminante durante los gobiernos de Carlos Menem (1989-1999) y Fernando de la Rúa (1999-2001), provocando una despiadada dinámica de polarización y fragmentación social. La exclusión y marginación de vastos sectores de las clases trabajadoras no fue un movimiento pasajero sino que “fue moldeando los contornos más duraderos de un nuevo país, de una sociedad excluyente, estructurada sobre la base de la cristalización de las desigualdades tanto económicas como sociales y culturales” .
En los quiebres de este nuevo escenario pueden escucharse las “pequeñas voces de la historia” que han funcionado como espacios de resistencia, generando estrategias de sobrevivencia social. Frente a las ruinas – contempladas con espanto por el “ángel de la historia” de Walter Benjamin - que ha dejado a su paso el “progreso” del neoliberalismo, las pequeñas voces recuperan la memoria de todos los desaparecidos de nuestra historia para construir a partir de allí una nueva dignidad individual y colectiva.
2) Los años 2001 y 2002 constituyeron uno de los periodos históricos más críticos de la nación, caracterizado por el vaciamiento del Estado, por un sistema político en crisis, por un aparato económico desmantelado, por sectores de la policía y las fuerzas armadas nostálgicos de pasadas dictaduras, por una población golpeada que vio desaparecer los logros sociales de otras épocas: trabajo, salud, educación...; se trata de una realidad en la que impera el empobrecimiento de sus sectores medios y el proceso de marginalización y caída en la indigencia de su otrora combativa y organizada clase trabajadora.
El "argentinazo" llaman muchos a la movilización popular que tomó las calles los días 19 y 20 de diciembre de 2001 exigiendo la renuncia del entonces presidente De la Rúa. La consigna dominante fue "Que se vayan todos": que se vayan los políticos corruptos, los funcionarios ineptos, los empresarios ladrones, los cómplices del saqueo, los jueces nombrados por el menemismo, los represores... "Que se vayan todos" fue el grito que unió a los piqueteros y a los estudiantes, a los marginados de siempre y a los "nuevos pobres", a los indigentes y a la clase media atrapada en el "corralito" de Domingo Cavallo. Recordemos algunas de las cifras que alimentaron el descontento: el 53 % de la población (aproximadamente 18.5 millones de personas) viviendo por debajo de la línea de pobreza, y el 24.8 %, es decir 8.7 millones de personas consideradas “indigentes”. La tasa de desempleo rondaba el 20 %. Los "peces gordos", como siempre, se salvaron: entre el 28 de febrero y el 10 de diciembre de 2001, abandonaron los bancos 19,190 millones de dólares de depósitos, continuando con una sangría que hacía tiempo habían comenzado los sectores más poderosos del país.
Cualquier análisis tiene que partir de una paradoja que impide tener una perspectiva unívoca: la sociedad argentina, atravesando uno de los peores momentos de su historia, se mostró quizás más viva que nunca. Sabemos que los gestos solidarios, generosos, comprometidos que llevaron a cabo muy diversos sectores, protagonizados no por lo actores conocidos (podría decirse que los más desubicados ante la crisis nacional fueron justamente los políticos profesionales), sino por la gente común y corriente, no constituyeron por sí mismos una alternativa política a la crisis en el sentido tradicional; los comedores populares, las redes de trueque, el respeto a los "cartoneros", las guarderías creadas por grupos piqueteros, los merenderos para jubilados y desempleados, entre otros cientos de acciones que nacieron "desde abajo", no fueron seguramente un modo de rediseñar el Estado, no establecieron las bases de un nuevo pacto nacional - imprescindible para poder pensar en algún tipo de proyecto de futuro -, pero fueron, sin duda, la manifestación más clara de que el hartazgo y el cansancio pueden despertar fuerzas creativas en la sociedad.
3) En una calle de la Boca, muy cerca de la cancha, conviven César Aira y Ricardo Piglia, Martín Adán y Haroldo de Campos, Leónidas Lamborghini y Enrique Lihn. Se trata de algunos de los más de 100 autores publicados por la editorial “Eloísa Cartonera”. Junto a los escritores latinoamericanos reconocidos tienen un espacio en el catálogo aquellos que están empezando o que se han movido en un circuito no comercial. “Se publica material inédito y/o desaparecido, border, de vanguardia y de culto…”, explican los fundadores. Cada libro es un ejemplar único, hecho de manera artesanal por los propios recolectores de cartón.
Pero “Eloísa Cartonera” es mucho más que eso: es un proyecto artístico, social y comunitario concebido, durante lo peor de la crisis, por el escritor Washington Cucurto junto a Javier Barilaro y a otros narradores, poetas y artistas visuales. Un espacio para las “pequeñas memorias”.
En la cartonería “No hay cuchillo sin Rosas” (obvia e irónica alusión a Juan Manuel de Rosas y su policía política, la “Mazorca”), sede de la editorial, los cartoneros charlan y conviven, en busca de una estética novedosa y desprejuiciada, con quienes se dedican a la escritura y al arte. Las tapas de los libros son de cartón comprado directamente a quienes lo juntan a un precio superior al que les paga normalmente el mercado (“Estamos rompiendo la cadena de explotación que encabezan las papeleras”, dice uno de los fundadores del proyecto ), y están pintadas a mano por chicos que dejan la calle cuando se suman a la editorial (“Lo que era un pedazo de basura, hoy es una obra de arte” ).
Las publicaciones son objetos artísticos que han llamado ya la atención de diversos museos y galerías. No es difícil encontrarlos no sólo a la venta en librerías, sino expuestos junto a las obras más vanguardistas del arte latinoamericano. Y el proyecto crece y crece, desde el desparpajo y la creatividad: exposiciones, blogs, concursos literarios (Premio Sudaca Border de Narrativa muy Breve)…
La propuesta, que ya tiene varias “hermanas” en el resto de América Latina (Chile, Bolivia, Perú…), nació como una de las respuestas solidarias ante la presencia fantasmal de los cientos de miles de cartoneros que empezaron a tomar cada noche las calles de la ciudad de Buenos Aires, revolviendo en la basura para conseguir algo que se pudiera vender. Fue ése uno de los rostros de la crisis, un rostro que obligaba a la sociedad porteña a mirar aquello que prefiere ignorar; aquello que forma parte de su propio entramado social, aquellos a los que las “buenas conciencias” han criminalizado: los excluidos, los marginados, los que viven en las villas miseria, “los de abajo”… Lo que tantos hubieran querido “invisibilizar” se hizo visible cada noche. Para muchos desempleados, la recolección de residuos fue la única fuente de ingresos disponible. Una opción difícil, dolorosa.
Desde las ruinas de un sistema socioeconómico perverso, y a partir de los desechos del consumo cotidiano resurgió una cierta idea de “dignidad” del trabajador que había caracterizado a la clase obrera argentina. No deja de ser sorprendente en un mundo que desvaloriza cada día más la cultura del trabajo. ¿Huellas de la memoria?
Sumándose a otras “estrategias de sobrevivencia”, “Eloísa Cartonera” generó un espacio de diálogo entre el campo cultural y los sectores marginales; espacio irreverente que hace de lo político, del gesto comprometido, de la propuesta ética, un punto de encuentro propositivo y transgresor. Entre la cumbia villera – ese género musical que suena con fuerza en los barrios marginales, conjuntando los ritmos y sabores de Chile y Bolivia, de Paraguay y Perú, con los llegados de todas las provincias del país - y lo más heterodoxo y lúdico del debate literario, crece la “editorial más colorinche del mundo”.
¡Larga vida a los márgenes!
La última parte de este artículo fue publicada en la revista Letras Libres de diciembre del 2007.
23/2/08
12/2/08
La tela rasgada – apenas – y al otro lado el vacío, o el jardín cualquier mañana de invierno. El insomnio como golpeteo. En las sienes, como golpeteo. Bastaría asomarse para volverse cómplice. O heredero de un médano tibio donde apoyar la espalda. Rasgada: apenas, sólo lo justo para hacer de las olas una ofrenda. Lo justo. El quiebre es el instante sutil en que pierde su nombre, húmedo trabalenguas, señal que insinúa un contorno difuso. Porque no hay redes ni murmullos a los que aferrarse (es una cuestión de armonía, dicen, todo depende de dónde se haga el énfasis). La tela rasgada – apenas ofrenda -.
5/2/08
12/1/08
...A simple vista, Sandra es la última mujer que uno asociaría a la parte herida del discurso de Saudades (con la poética: definitivamente); a la ensayista que recrea no sin dureza, no sin hundir el puño, la impresionante concentración de madres despojadas y furiosas que exigen saber del destino de sus hijos en Plaza de Mayo...
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www.la-trenza-de-sor-juana.blogspot.com
y échale un ojito a nuestra Trenza perpetua del 2008, que festeja el centenario de una de las más grandes escritoras del siglo XX
La poesía no es más que el resultado feliz de la naturaleza indómita del idioma...
Hong Ying
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5/12/07
LYDIA CACHO
ANTE EL HORROR, EL ENOJO, LA SENSACIÓN DE IMPOTENCIA PROVOCADA POR LA DECISIÓN TOMADA POR LA SUPREMA CORTE DE JUSTICIA CON RESPECTO A LA PERIODISTA LYDIA CACHO Y SUS DENUNCIAS DE PEDERASTIA, QUISIERA DARLE ESPACIO EN ESTE BLOG AL ARTÍCULO PUBLICADO POR DENISE DRESSER EN EL PERIÓDICO REFORMA EL PASADO 3 DE DICIEMBRE.
'Autogolpe'
Denise Dresser
3 Dic. 07
Hay golpes en la vida, tan fuertes. Golpes como del odio de Dios, escribía César Vallejo. Golpes como los que seis ministros de la Suprema Corte acaban de propinarle al país. Heridas como la que el máximo tribunal acaba de infligirse a sí mismo al declarar que las violaciones a las garantías individuales de Lydia Cacho fueron inexistentes o poco graves. Al sugerir que la última instancia a la que un ciudadano puede recurrir no funciona para él o para ella. Al transformar el sufrimiento de niños y niñas víctimas de la pederastia en una anécdota más. Al convertir su veredicto en confabulario de gobiernos corruptos, empresarios inmorales, criminales organizados. Y así como un agente judicial le dijo a Lydia Cacho durante su "secuestro legal": "Qué derechos ni qué chingados", la Suprema Corte acaba de decirle lo mismo a los habitantes del país. Ustedes y yo, desamparados por quienes deberían proteger nuestros derechos, pero han decidido que no les corresponde velar por ellos.
Al votar como lo ha hecho, la mayoría de los ministros acaba de darle una estocada a la Corte de la que tomará años en recuperarse, si es que alguna vez logra hacerlo. Porque su resolución va a ocupar un lugar deshonroso en la historia constitucional de México, similar al que ocupa el caso Dred Scott en la historia constitucional de Estados Unidos. Ese caso en el que la Corte intentó imponer una solución judicial a un problema político; ese caso del año 1856 en el cual declaró -también "conforme a derecho"- que la esclavitud tenía fundamento legal y que como Dred Scott era un esclavo, carecía de derechos y la Corte no tenía jurisdicción para intervenir en su favor. Ese caso que hasta el día de hoy se considera una mancha imborrable, una vergüenza compartida, una herida autoinfligida.
Sablazo similar al que producen los seis ministros que se vanaglorian de empatía y sensibilidad, pero en sus argumentos públicos no las demuestran. Ingenuos o cínicos cuando sugieren que su resolución no deriva en impunidad y que "otras instituciones" podrían investigar el caso, a sabiendas de que llegó a sus recintos precisamente porque eso jamás iba a ocurrir. Contradictorios o deshonestos cuando desechan el caso argumentando que la grabación telefónica entre Kamel Nacif y Mario Marín no tiene valor probatorio alguno, e ignoran la investigación exhaustiva de mil 251 páginas que confirma su contenido. Insensibles o autistas cuando optan por descartar los 377 expedientes relacionados con delitos sexuales cometidos contra menores. Cómplices involuntarios o activos cuando afirman actuar en función del "interés superior" y éste resulta coincidir con los intereses del gobernador y sus amigos. Representantes del peor tipo de paternalismo cuando declaran -en un comunicado lamentable- que sus sofisticadas decisiones no resultan de "fácil comprensión" para grupos muy numerosos de la sociedad.
Seis ministros acaban de destruir la magnífica ilusión -alimentada por su actuación ante la Ley Televisa- de que la Corte opera en un plano moral superior a la mayoría de los mexicanos y se aboca a defenderlos. Cómo creer que han puesto "lo mejor de sí mismos para servir correctamente al país" si allí están las carcajadas del ministro Ortiz Mayagoitia. Las descalificaciones del ministro Aguirre. Los vaivenes argumentativos de Olga Sánchez Cordero. La relativización de la tortura avalada por Mariano Azuela porque el caso de Lydia Cacho no fue "excepcional" o "extraordinario". El consenso de todos ellos en cuanto a que quizás hubo violaciones pero fueron menores, no graves, resarcibles, quizás indebidas pero no meritorias de la atención de la Corte. O como lo preguntó el ministro Aguirre: "Si a miles de personas las torturan en este país. ¿De qué se queja la señora? ¿Qué la hace diferente o más importante para distraer a la Corte en un caso individual?"
Quizás sólo quede demostrada alguna vez la violación de garantías individuales en México cuando a la esposa de algún ministro la trasladen sin el debido due process durante 23 horas de un estado a otro. Cuando a la madre de algún juez le digan que sólo le darán de comer si le hace sexo oral a los agentes judiciales que la han secuestrado. Cuando a la hermana de algún magistrado importante le metan una pistola a la boca y le susurren al oído "tan buena y tan pendeja; pa' qué te metes con el jefe ... va a acabar contigo". Cuando a la hija de algún abogado le cobren una fianza excesiva para dejarla salir de la cárcel o amenacen con violarla allí o la sometan a entrevistas intimidatorias o un gobernador le dé un buen "coscorrón". Cuando a la nuera de algún político le digan sus torturadores "Ten tu medicina aquí ... un jarabito, quieres?", mientras se soban los genitales. Cuando a la nieta de alguna procuradora la viole un pederasta protegido por un "Estado de derecho" puesto al servicio de los poderosos que casi siempre ganan. Cuando alguno de ellos -lamentablemente- sea víctima de un sistema judicial podrido y no antes. Sólo así.
Y bueno, la Suprema Corte se pega a sí misma, pero el peor golpe se lo da a la nación al demostrar cuán lejos está de ser un garante agresivo e independiente de los derechos constitucionales. Cuán lejos se encuentra de entender el maltrato sistemático de millones de mexicanos vejados por el sistema judicial y aplastados por las alianzas inconfesables del sistema político. Así como Kamel Nacif llama "pinche vieja" a Lydia Cacho", la mayoría de la Suprema Corte acaba de llamarnos "pinches ciudadanos" a ustedes y a mí. Acaba de mandar el mensaje de que no la molestemos con asuntos tan poco importantes como la defensa de las garantías individuales, porque está demasiado ocupada validando los intereses de empresarios poderosos y sus aliados en otras ramas del gobierno.
Quizás por ello en el libro Memorias de una infamia, Lydia Cacho escribe: "Mi país me da pena. Lloro por mí y por quienes tienen poder para cambiarlo pero eligen perpetuar el statu quo". Y lloramos contigo Lydia -nuestra Lydia- pero rehusamos rendirnos aunque seis ministros de la Corte lo hayan hecho. Porque tienes razón: México es más que un puñado de gobernantes corruptos, de empresarios inmorales, de criminales organizados, de jueces autistas. México es el país de quienes luchan terca e incansablemente por devolverle un pedacito de su dignidad. Y aunque la Corte rehúse asumir el papel que le corresponde ante esta causa común, hay muchos ciudadanos que comparten la convicción -junto con el ministro Juan Silva Meza- "de que en un Estado constitucional y democrático, la impunidad no tiene cabida".
ANTE EL HORROR, EL ENOJO, LA SENSACIÓN DE IMPOTENCIA PROVOCADA POR LA DECISIÓN TOMADA POR LA SUPREMA CORTE DE JUSTICIA CON RESPECTO A LA PERIODISTA LYDIA CACHO Y SUS DENUNCIAS DE PEDERASTIA, QUISIERA DARLE ESPACIO EN ESTE BLOG AL ARTÍCULO PUBLICADO POR DENISE DRESSER EN EL PERIÓDICO REFORMA EL PASADO 3 DE DICIEMBRE.
'Autogolpe'
Denise Dresser
3 Dic. 07
Hay golpes en la vida, tan fuertes. Golpes como del odio de Dios, escribía César Vallejo. Golpes como los que seis ministros de la Suprema Corte acaban de propinarle al país. Heridas como la que el máximo tribunal acaba de infligirse a sí mismo al declarar que las violaciones a las garantías individuales de Lydia Cacho fueron inexistentes o poco graves. Al sugerir que la última instancia a la que un ciudadano puede recurrir no funciona para él o para ella. Al transformar el sufrimiento de niños y niñas víctimas de la pederastia en una anécdota más. Al convertir su veredicto en confabulario de gobiernos corruptos, empresarios inmorales, criminales organizados. Y así como un agente judicial le dijo a Lydia Cacho durante su "secuestro legal": "Qué derechos ni qué chingados", la Suprema Corte acaba de decirle lo mismo a los habitantes del país. Ustedes y yo, desamparados por quienes deberían proteger nuestros derechos, pero han decidido que no les corresponde velar por ellos.
Al votar como lo ha hecho, la mayoría de los ministros acaba de darle una estocada a la Corte de la que tomará años en recuperarse, si es que alguna vez logra hacerlo. Porque su resolución va a ocupar un lugar deshonroso en la historia constitucional de México, similar al que ocupa el caso Dred Scott en la historia constitucional de Estados Unidos. Ese caso en el que la Corte intentó imponer una solución judicial a un problema político; ese caso del año 1856 en el cual declaró -también "conforme a derecho"- que la esclavitud tenía fundamento legal y que como Dred Scott era un esclavo, carecía de derechos y la Corte no tenía jurisdicción para intervenir en su favor. Ese caso que hasta el día de hoy se considera una mancha imborrable, una vergüenza compartida, una herida autoinfligida.
Sablazo similar al que producen los seis ministros que se vanaglorian de empatía y sensibilidad, pero en sus argumentos públicos no las demuestran. Ingenuos o cínicos cuando sugieren que su resolución no deriva en impunidad y que "otras instituciones" podrían investigar el caso, a sabiendas de que llegó a sus recintos precisamente porque eso jamás iba a ocurrir. Contradictorios o deshonestos cuando desechan el caso argumentando que la grabación telefónica entre Kamel Nacif y Mario Marín no tiene valor probatorio alguno, e ignoran la investigación exhaustiva de mil 251 páginas que confirma su contenido. Insensibles o autistas cuando optan por descartar los 377 expedientes relacionados con delitos sexuales cometidos contra menores. Cómplices involuntarios o activos cuando afirman actuar en función del "interés superior" y éste resulta coincidir con los intereses del gobernador y sus amigos. Representantes del peor tipo de paternalismo cuando declaran -en un comunicado lamentable- que sus sofisticadas decisiones no resultan de "fácil comprensión" para grupos muy numerosos de la sociedad.
Seis ministros acaban de destruir la magnífica ilusión -alimentada por su actuación ante la Ley Televisa- de que la Corte opera en un plano moral superior a la mayoría de los mexicanos y se aboca a defenderlos. Cómo creer que han puesto "lo mejor de sí mismos para servir correctamente al país" si allí están las carcajadas del ministro Ortiz Mayagoitia. Las descalificaciones del ministro Aguirre. Los vaivenes argumentativos de Olga Sánchez Cordero. La relativización de la tortura avalada por Mariano Azuela porque el caso de Lydia Cacho no fue "excepcional" o "extraordinario". El consenso de todos ellos en cuanto a que quizás hubo violaciones pero fueron menores, no graves, resarcibles, quizás indebidas pero no meritorias de la atención de la Corte. O como lo preguntó el ministro Aguirre: "Si a miles de personas las torturan en este país. ¿De qué se queja la señora? ¿Qué la hace diferente o más importante para distraer a la Corte en un caso individual?"
Quizás sólo quede demostrada alguna vez la violación de garantías individuales en México cuando a la esposa de algún ministro la trasladen sin el debido due process durante 23 horas de un estado a otro. Cuando a la madre de algún juez le digan que sólo le darán de comer si le hace sexo oral a los agentes judiciales que la han secuestrado. Cuando a la hermana de algún magistrado importante le metan una pistola a la boca y le susurren al oído "tan buena y tan pendeja; pa' qué te metes con el jefe ... va a acabar contigo". Cuando a la hija de algún abogado le cobren una fianza excesiva para dejarla salir de la cárcel o amenacen con violarla allí o la sometan a entrevistas intimidatorias o un gobernador le dé un buen "coscorrón". Cuando a la nuera de algún político le digan sus torturadores "Ten tu medicina aquí ... un jarabito, quieres?", mientras se soban los genitales. Cuando a la nieta de alguna procuradora la viole un pederasta protegido por un "Estado de derecho" puesto al servicio de los poderosos que casi siempre ganan. Cuando alguno de ellos -lamentablemente- sea víctima de un sistema judicial podrido y no antes. Sólo así.
Y bueno, la Suprema Corte se pega a sí misma, pero el peor golpe se lo da a la nación al demostrar cuán lejos está de ser un garante agresivo e independiente de los derechos constitucionales. Cuán lejos se encuentra de entender el maltrato sistemático de millones de mexicanos vejados por el sistema judicial y aplastados por las alianzas inconfesables del sistema político. Así como Kamel Nacif llama "pinche vieja" a Lydia Cacho", la mayoría de la Suprema Corte acaba de llamarnos "pinches ciudadanos" a ustedes y a mí. Acaba de mandar el mensaje de que no la molestemos con asuntos tan poco importantes como la defensa de las garantías individuales, porque está demasiado ocupada validando los intereses de empresarios poderosos y sus aliados en otras ramas del gobierno.
Quizás por ello en el libro Memorias de una infamia, Lydia Cacho escribe: "Mi país me da pena. Lloro por mí y por quienes tienen poder para cambiarlo pero eligen perpetuar el statu quo". Y lloramos contigo Lydia -nuestra Lydia- pero rehusamos rendirnos aunque seis ministros de la Corte lo hayan hecho. Porque tienes razón: México es más que un puñado de gobernantes corruptos, de empresarios inmorales, de criminales organizados, de jueces autistas. México es el país de quienes luchan terca e incansablemente por devolverle un pedacito de su dignidad. Y aunque la Corte rehúse asumir el papel que le corresponde ante esta causa común, hay muchos ciudadanos que comparten la convicción -junto con el ministro Juan Silva Meza- "de que en un Estado constitucional y democrático, la impunidad no tiene cabida".
23/11/07
19-Nov-2007
La república de las letras
Humberto Mussachio
Saudades, de Sandra Lorenzano
Una novela tan bella como extraña, estructurada de manera similar a un gran rompecabezas ordenado por la fuerza incontrastable del lenguaje, eso es Saudades (FCE, 2007), de Sandra Lorenzano. “No hay trama, no hay argumento. No hay personajes. Solamente el lenguaje que no va a ninguna parte”, dice la autora, pero lo cierto es que el libro resulta una apretada red de historias, citas, versos (sobre todo de Pessoa) y reflexiones escritas en un español de elegante sencillez al que la autora le adosó abundantes citas en portugués y hasta en ladino, como esos pequeños rollos de papel que los visitantes de Jerusalén depositan en las hendiduras del Muro de los Lamentos. “Estoy desterrada —dice la narradora—, he perdido pie, he perdido el arraigo del tiempo, he perdido el nombre de mi padre. Estreno la indigencia como única seña de identidad”. Pero quedan las palabras y su poder lo ilustra una historia que cuenta Juan Gelman y cita la autora, aquella del viejo rabino que ante cada amenaza de pogrom leía a sus hijos e hijas la larga nómina de sus antepasados, porque para los exiliados la existencia es “como leer el Génesis… una forma de demostrar que ningún pogrom” acabará con la continuidad, con la vida. De ahí que la autora evoque el Holocausto, la infancia perdida, los seres amados, el horror de la guerra sucia argentina, la luz de los 19 años y el amor como razón de existencia, asidero, oxígeno, tierra firme. “Sin el relato, la memoria no existe” y hay que dejar testimonio de lo que fuimos, porque “la nostalgia tiene la forma del horizonte que se aleja”. Una novela que nos clava en la orilla del asiento.
La república de las letras
Humberto Mussachio
Saudades, de Sandra Lorenzano
Una novela tan bella como extraña, estructurada de manera similar a un gran rompecabezas ordenado por la fuerza incontrastable del lenguaje, eso es Saudades (FCE, 2007), de Sandra Lorenzano. “No hay trama, no hay argumento. No hay personajes. Solamente el lenguaje que no va a ninguna parte”, dice la autora, pero lo cierto es que el libro resulta una apretada red de historias, citas, versos (sobre todo de Pessoa) y reflexiones escritas en un español de elegante sencillez al que la autora le adosó abundantes citas en portugués y hasta en ladino, como esos pequeños rollos de papel que los visitantes de Jerusalén depositan en las hendiduras del Muro de los Lamentos. “Estoy desterrada —dice la narradora—, he perdido pie, he perdido el arraigo del tiempo, he perdido el nombre de mi padre. Estreno la indigencia como única seña de identidad”. Pero quedan las palabras y su poder lo ilustra una historia que cuenta Juan Gelman y cita la autora, aquella del viejo rabino que ante cada amenaza de pogrom leía a sus hijos e hijas la larga nómina de sus antepasados, porque para los exiliados la existencia es “como leer el Génesis… una forma de demostrar que ningún pogrom” acabará con la continuidad, con la vida. De ahí que la autora evoque el Holocausto, la infancia perdida, los seres amados, el horror de la guerra sucia argentina, la luz de los 19 años y el amor como razón de existencia, asidero, oxígeno, tierra firme. “Sin el relato, la memoria no existe” y hay que dejar testimonio de lo que fuimos, porque “la nostalgia tiene la forma del horizonte que se aleja”. Una novela que nos clava en la orilla del asiento.
Sobre Saudades de Sandra Lorenzano
Sylvia Molloy
(texto leído en la presentación de la novela en una grabación en video enviada desde Nueva York)
Querida Sandra, queridos amigos:
Lamento enormemente no poder estar con ustedes hoy para hablarles de este libro, lamento tener que recurrir a este medio distanciador en el espacio y en el tiempo para decirles lo mucho que me ha impresionado este libro. Hoy jueves 8 de noviembre me encuentro sentada a una mesa en Nueva York filmando esta presentación del libro de Sandra Lorenzano. Dentro de una semana también estaré sentada a una mesa en Nueva York presentando el libro de Sandra, sólo que entonces será en México, ante ustedes, y será el 14 de noviembre pero también será “hoy”. Acaso estos desvíos y coincidencias temporales, esta ilusión de continuidad, algo tengan que ver con Saudades, libro que reflexiona sobre pasados y es, a la vez, puro presente. En todo caso, en esa distancia y ese espacio que separan estos dos “hoy”, entre Nueva York y México, entre el 8 de noviembre y el 14, mi admiración por el libro de Sandra Lorenzano no habrá hecho otra cosa que crecer. Créanme: Saudades se aquerencia en uno, seduce.
Quiero leer las palabras que escribí apenas después de leído este libro, cautivada por su insólito encanto:
Sandra Lorenzano escribe con la urgencia y el goce doliente de quien, conociendo la distancia insalvable que separa del objeto añorado – país que se ha dejado atrás, infancia, cuerpo desaparecido, cuerpo erótico – sin embargo insiste en evocarlo a través de fragmentos, de pedazos rotos, de reliquias. O mejor sería decir que lo convoca ritualmente: las voces, la constante apelación a interlocutores fantasmales, los murmullos, la “palabra fracturada, desacomodada, estrangulada” interpelan al lector y lo fuerzan al recuerdo aunque ese recuerdo sea ajeno; lo desafían a que entienda una lengua que se ha vuelto extranjera y que a la vez es la única en que es posible narrar. Saudades es un relato de añicos, donde el resto diurno de la historia, por así llamarlo, es siempre la ausencia: exilios, destierros, desapariciones, naufragios, muertes. Novela coral, donde las voces alternan, intentando decir lo que no se puede decir, apresar relatos para siempre ajenos, oficiar un duelo que es y no es el nuestro, es un rumor de ausencias donde el cuerpo erótico ofrece pasajero refugio mientras que la cita literaria (otro cuerpo, otra voz más) funciona como aguijón, acentuando la falta, manteniendo vivo el llamado. Saudades es también – es sobretodo – una reflexión sobre las grandezas y miserias de ese lenguaje “que no va a ninguna parte” y que a pesar de ello nos solicita. Sandra Lorenzano nos invita a una ceremonia melancólica que, si bien no repara la pérdida acaso la atenúe, a través de una escritura osada, desprotegida, a la intemperie.
Hasta ahí mi nota.
Pienso en Saudades y pienso en pérdidas, en huídas repentinas, en regresos imposibles. Y sin embargo este libro, este coro de voces, este treno no se detiene en el horror, tanto más horror porque no dicho, porque apenas insinuado: aprendimos no a hablar sino a balbucear.Tampoco se pierde Saudades en la mera evocación nostálgica. La historia que narra, las múltiples historias que narra, exigen la escritura urgida y urgente de esos balbuceos, una escritura que implacablemente va hasta el límite. Se sigue adelante hasta que no se puede más, hasta llegar al borde, como el viajero aferrado a su maleta en Port Bou no se puede ya avanzar y no se puede volver atrás.
La alusión a Benjamin no es casual. Los fragmentos, las voces entrecortadas, las citas, las partes del cuerpo, los añicos de vida, operan aquí como reliquias, remiten a pasados a los que sólo se puede acceder oblicuamente mediante rituales de la memoria, de una memoria también fragmentaria. La voz que enumera esas reliquias nunca calla, sigue enumerando fragmentos, pérdidas, despedidas. La voz no cuenta – porque es demasiado fácil contar un cuento – sino tartamudea, acumula sonido para hacerse oír.
Pienso en Saudades y pienso en narrativas de viaje, concretamente en viajes de retorno, de imposible retorno, narrativas de tantos escritores latinoamericanos, acaso la mía misma. Una vez que se ha partido no se puede nunca regresar. Si la casa, el oikos, dicta la economía de todo viaje, se trata de una casa que se ha dejado para siempre atrás, imposible de reencontrar porque el viaje es siempre desplazamiento, desvío, y ninguna ida coincide con su vuelta. “Mejor será no regresar al pueblo” escribe sabiamente López Velarde. O más taxativamente Leonardo Sciacia: “El que ha cometido el error de irse no debe cometer el error de volver.” O Sandra Lorenzano: “No hay hogar al que podamos volver. El regreso habita solo en los quiebres de la lengua”.
De esta lengua quebrada quiero hablar, único vehículo para las esquirlas que acumula implacablemente Saudades, único modo de no olvidar, que no es lo mismo que recordar. El que recuerda, y escribe su recuerdo, tiende a pensar la memoria como refugio, por cierto como oikos: la memoria consuela, es vuelta a casa que permite re-componer un relato. En cambio El que no olvida, y escribe ese persistente no olvido que se abre a otros taladrantes no olvidos, busca traer a la superficie esos restos, añicos, voces que se oyen, versos que se leen, ruinas sobre ruinas,” “lo que se salva del naufragio”: yo quería mencionarlos a todos. El que no olvida habla en voces, practica una interlocución implacable y necesaria, como único modo de restituir las muchas historias despedazadas que son la Historia.
La memoria es alforja repleta de astillas;
olores, voces, rostros quebrados, gestos que
conservan solamente el último vestigio de sí.
Se aferran las páginas a cualquier esquirla,
porque no hay ventanas ni otoños al otro
lado. Una letanía acompaña el naufragio.
El que no olvida no recompone como el que recuerda. Atestigua, en cambio, con la certidumbre de que es necesario “hacer presentes las ausencias”: “Voy en busca de los nidos quemados: / imagino que aún estarán tibias las cenizas”.
Entrecortado, como otra voz más en esta letanía, aparece el discurso amoroso, entretejido con el lenguaje de la pérdida, haciéndose cargo de esas pérdidas. El amor, en Saudades, es – para volver a evocar al viajero berlinés – iluminación; sin duda precaria, pero no menos reparadora. No es -- es necesario que no sea – una voz más sujeta al añicamiento, aún cuando lo ronde la ausencia: “A veces te reconozco más en tu ausencia que en tu voz. En tu mirada que no veo, Amor, en el vacío junto a mi cuerpo.” Por un instante, el de enunciación, el amor salva:
El único viaje que de verdad disfruto, Amor,
Es el que me lleva a recorrer las riberas de
Tu aliento, los esteros de tu piel, los deltas
Antiguos que habitan tu lengua ... El único
viaje, Amor, es el que inventa tu nombre.
Saudades no termina, simplemente se interrumpe. El texto queda suspendido, en un pasajero sosiego, el que permite vivir con lo que salvamos del naufragio:
Pentimento de la memoria; la propia y la de los otros. La tuya suma todos los rastros. El pasado es un presente que nos abraza en cada uno de nuestros instantes. Soy una imagen más que mira las capas de imágenes; me fundo con ese universo de cuerpos apenas insinuados. Hablar de lo indecible. Imágenes sobre imágenes apenas insinuadas. Lengua calcinada, lengua en duelo para hacer presentes las ausencias, para nombrarte mi hogar y mi bandera”.
A diferencia de otro texto inolvidable, los murmullos no matan en Saudades. Permiten vivir en el duelo y no pese al duelo. O permiten escribir. O permiten amar. Acaso las tres actividades sean la misma cosa.
Sylvia Molloy
(texto leído en la presentación de la novela en una grabación en video enviada desde Nueva York)
Querida Sandra, queridos amigos:
Lamento enormemente no poder estar con ustedes hoy para hablarles de este libro, lamento tener que recurrir a este medio distanciador en el espacio y en el tiempo para decirles lo mucho que me ha impresionado este libro. Hoy jueves 8 de noviembre me encuentro sentada a una mesa en Nueva York filmando esta presentación del libro de Sandra Lorenzano. Dentro de una semana también estaré sentada a una mesa en Nueva York presentando el libro de Sandra, sólo que entonces será en México, ante ustedes, y será el 14 de noviembre pero también será “hoy”. Acaso estos desvíos y coincidencias temporales, esta ilusión de continuidad, algo tengan que ver con Saudades, libro que reflexiona sobre pasados y es, a la vez, puro presente. En todo caso, en esa distancia y ese espacio que separan estos dos “hoy”, entre Nueva York y México, entre el 8 de noviembre y el 14, mi admiración por el libro de Sandra Lorenzano no habrá hecho otra cosa que crecer. Créanme: Saudades se aquerencia en uno, seduce.
Quiero leer las palabras que escribí apenas después de leído este libro, cautivada por su insólito encanto:
Sandra Lorenzano escribe con la urgencia y el goce doliente de quien, conociendo la distancia insalvable que separa del objeto añorado – país que se ha dejado atrás, infancia, cuerpo desaparecido, cuerpo erótico – sin embargo insiste en evocarlo a través de fragmentos, de pedazos rotos, de reliquias. O mejor sería decir que lo convoca ritualmente: las voces, la constante apelación a interlocutores fantasmales, los murmullos, la “palabra fracturada, desacomodada, estrangulada” interpelan al lector y lo fuerzan al recuerdo aunque ese recuerdo sea ajeno; lo desafían a que entienda una lengua que se ha vuelto extranjera y que a la vez es la única en que es posible narrar. Saudades es un relato de añicos, donde el resto diurno de la historia, por así llamarlo, es siempre la ausencia: exilios, destierros, desapariciones, naufragios, muertes. Novela coral, donde las voces alternan, intentando decir lo que no se puede decir, apresar relatos para siempre ajenos, oficiar un duelo que es y no es el nuestro, es un rumor de ausencias donde el cuerpo erótico ofrece pasajero refugio mientras que la cita literaria (otro cuerpo, otra voz más) funciona como aguijón, acentuando la falta, manteniendo vivo el llamado. Saudades es también – es sobretodo – una reflexión sobre las grandezas y miserias de ese lenguaje “que no va a ninguna parte” y que a pesar de ello nos solicita. Sandra Lorenzano nos invita a una ceremonia melancólica que, si bien no repara la pérdida acaso la atenúe, a través de una escritura osada, desprotegida, a la intemperie.
Hasta ahí mi nota.
Pienso en Saudades y pienso en pérdidas, en huídas repentinas, en regresos imposibles. Y sin embargo este libro, este coro de voces, este treno no se detiene en el horror, tanto más horror porque no dicho, porque apenas insinuado: aprendimos no a hablar sino a balbucear.Tampoco se pierde Saudades en la mera evocación nostálgica. La historia que narra, las múltiples historias que narra, exigen la escritura urgida y urgente de esos balbuceos, una escritura que implacablemente va hasta el límite. Se sigue adelante hasta que no se puede más, hasta llegar al borde, como el viajero aferrado a su maleta en Port Bou no se puede ya avanzar y no se puede volver atrás.
La alusión a Benjamin no es casual. Los fragmentos, las voces entrecortadas, las citas, las partes del cuerpo, los añicos de vida, operan aquí como reliquias, remiten a pasados a los que sólo se puede acceder oblicuamente mediante rituales de la memoria, de una memoria también fragmentaria. La voz que enumera esas reliquias nunca calla, sigue enumerando fragmentos, pérdidas, despedidas. La voz no cuenta – porque es demasiado fácil contar un cuento – sino tartamudea, acumula sonido para hacerse oír.
Pienso en Saudades y pienso en narrativas de viaje, concretamente en viajes de retorno, de imposible retorno, narrativas de tantos escritores latinoamericanos, acaso la mía misma. Una vez que se ha partido no se puede nunca regresar. Si la casa, el oikos, dicta la economía de todo viaje, se trata de una casa que se ha dejado para siempre atrás, imposible de reencontrar porque el viaje es siempre desplazamiento, desvío, y ninguna ida coincide con su vuelta. “Mejor será no regresar al pueblo” escribe sabiamente López Velarde. O más taxativamente Leonardo Sciacia: “El que ha cometido el error de irse no debe cometer el error de volver.” O Sandra Lorenzano: “No hay hogar al que podamos volver. El regreso habita solo en los quiebres de la lengua”.
De esta lengua quebrada quiero hablar, único vehículo para las esquirlas que acumula implacablemente Saudades, único modo de no olvidar, que no es lo mismo que recordar. El que recuerda, y escribe su recuerdo, tiende a pensar la memoria como refugio, por cierto como oikos: la memoria consuela, es vuelta a casa que permite re-componer un relato. En cambio El que no olvida, y escribe ese persistente no olvido que se abre a otros taladrantes no olvidos, busca traer a la superficie esos restos, añicos, voces que se oyen, versos que se leen, ruinas sobre ruinas,” “lo que se salva del naufragio”: yo quería mencionarlos a todos. El que no olvida habla en voces, practica una interlocución implacable y necesaria, como único modo de restituir las muchas historias despedazadas que son la Historia.
La memoria es alforja repleta de astillas;
olores, voces, rostros quebrados, gestos que
conservan solamente el último vestigio de sí.
Se aferran las páginas a cualquier esquirla,
porque no hay ventanas ni otoños al otro
lado. Una letanía acompaña el naufragio.
El que no olvida no recompone como el que recuerda. Atestigua, en cambio, con la certidumbre de que es necesario “hacer presentes las ausencias”: “Voy en busca de los nidos quemados: / imagino que aún estarán tibias las cenizas”.
Entrecortado, como otra voz más en esta letanía, aparece el discurso amoroso, entretejido con el lenguaje de la pérdida, haciéndose cargo de esas pérdidas. El amor, en Saudades, es – para volver a evocar al viajero berlinés – iluminación; sin duda precaria, pero no menos reparadora. No es -- es necesario que no sea – una voz más sujeta al añicamiento, aún cuando lo ronde la ausencia: “A veces te reconozco más en tu ausencia que en tu voz. En tu mirada que no veo, Amor, en el vacío junto a mi cuerpo.” Por un instante, el de enunciación, el amor salva:
El único viaje que de verdad disfruto, Amor,
Es el que me lleva a recorrer las riberas de
Tu aliento, los esteros de tu piel, los deltas
Antiguos que habitan tu lengua ... El único
viaje, Amor, es el que inventa tu nombre.
Saudades no termina, simplemente se interrumpe. El texto queda suspendido, en un pasajero sosiego, el que permite vivir con lo que salvamos del naufragio:
Pentimento de la memoria; la propia y la de los otros. La tuya suma todos los rastros. El pasado es un presente que nos abraza en cada uno de nuestros instantes. Soy una imagen más que mira las capas de imágenes; me fundo con ese universo de cuerpos apenas insinuados. Hablar de lo indecible. Imágenes sobre imágenes apenas insinuadas. Lengua calcinada, lengua en duelo para hacer presentes las ausencias, para nombrarte mi hogar y mi bandera”.
A diferencia de otro texto inolvidable, los murmullos no matan en Saudades. Permiten vivir en el duelo y no pese al duelo. O permiten escribir. O permiten amar. Acaso las tres actividades sean la misma cosa.
Presentación libro Saudades de Sandra Lorenzano
Antonio Navalón
Miércoles 14 de noviembre de 2007
Librería del Fondo Octavio Paz
Buenas noches.
Debo empezar esta participación aclarando que soy de los que no creen en las presentaciones de libros. No conozco un acto más enriquecedor, más interactivo -como ahora se llama-, que leer, pero también es el más íntimo, superior al amor, a la pasión, al sexo, sin duda…
La lectura significa una experiencia que nada puede borrar, que se deposita y se convierte en sedimento de nuestro ser.
No hay nada más penetrante que la necesidad de ser y la lucha permanente por romper los convencionalismos de raza y geografía para tener la fuerza de convertir a la cultura y la historia de la civilización en aliado de uno mismo, en cómplice para la construcción de nuestra vida, que en resumen, es la historia del mundo, esta vida que es la de usted, la mía, la de cualquiera…
Saudades es sobre todo un libro íntimo que borda, que busca y construye la intimidad más profunda.
El entendimiento de la experiencia histórica y por lo tanto, literaria y/o sensitiva, para construir la vida, funciona demasiadas veces al margen de la funcionalidad de las cosas.
No sé tanto de literatura como para juzgar desde esa perspectiva esta publicación, y tampoco quiero desandar los caminos sobre si la búsqueda de la libertad es comparable a la ciudad de Cortazar en su Rayuela.
No obstante, quiero destacar algo muy importante: es a través de estas páginas que Sandra Lorenzano se deconstruye y reconstruye, una y otra vez, en la que se encuentra la razón permanente del seguir sobre tres necesidades fundamentales:
La primera es la necesidad del ser, la segunda, de entender lo que pasó y lo que nos rodea -como un objetivo personal- y la última, la de conservar y tener un saudade, un recuerdo cuya satisfacción venga de haber tenido el valor de intentar ser.
El título, Saudades, no es -y no pretendo aquí sicoanalizar a la autora- un accidente lingüístico.
Saudade, que como todos ustedes saben es una palabra portuguesa, lengua más amable que aquella en la que hemos nacido y amado; saudade quiere decir nostalgia y esperanza, pero no es una nostalgia hacia atrás, es una nostalgia hacia adelante.
Sobre todas las cosas Portugal es un punto clave para entender este libro y a todos los demás, es la excepción civilizada dentro de una península de la que todos -más o menos-, venimos y en cuya lengua nos han enseñado a llorar, sufrir y morir.
El portugués es una apelación civilizatoria. No hay nada más ibérico en la península ibérica que la aspiración a ser inglés, logro que a la postre correspondió a Portugal.
Por eso Saudades trae la memoria, la nostalgia de tener algo que conservar; no solamente se refiere a un tiempo, a un lugar o a los momentos entrañables, sino que viene enlazado entre la bruma de una aspiración de ser.
Se puede tener nostalgia del ayer y pálpito nostálgico hacia el mañana. Saudades es una obra construida con base en párrafos que resuenan en nuestro interior como latigazos.
Cuando la autora dice:
El único viaje que de verdad disfruto, Amor, es el que me lleva a recorrer las riberas de tu aliento, los esteros de tu piel, los deltas antiguos que habitan tu lengua... El único viaje, Amor, es el que inventa tu nombre.
está colocando el principio y el final del rasgo principal de este libro. No solamente es -como dice mi compañera de presentación Sylvia Molloy, “una sinfonía coral”-, es sobre todo un viaje permanente hacia ninguna parte, ese ideal de la autoconstrucción y la manera en que conseguimos obtener lo mejor de nosotros mismos pese a cualquier circunstancia que se presente.
“No hay más tiempo que el que nos toca vivir” dijo el maestro Serrat, “y uno siempre es lo que es del derecho y del revés”.
Lorenzano nació en Buenos Aires y aprendió a oír el desgarre de la tierra en castellano, en español; entre crucifixiones intuyó el horror, escapó del horror, murió en el horror y sintió el horror.
El horror o la capacidad de horrorizarse frente a lo que sucede es un elemento fundamental para estar vivo a plenitud. Ser capaz de sobrevivir al campo es la prueba suprema de que la vida tuvo más fuerza que sus enemigos.
Hablar de lo indecible, entonces, dar cuenta de las alambradas, rodear el núcleo del horror, quizás, enmudecer haciendo del silencio repudio y condena porque, como lo supo Kafka, peor que el canto de las sirenas es el silencio de las sirenas.
Testigo, combatiente, enemiga conciente del horror, Sandra reflexiona una y otra vez y siempre se plantea la misma pregunta, ¿hasta dónde se puede llegar a ser uno?...Es por eso que este es un viaje hacia ninguna parte.
Uno de los mayores problemas que tenemos los habitantes de este siglo es que la violencia de hoy no es un pálpito del futuro sino una condición permanente que nos envuelve.
Con una salvedad que es preciso reconocer: el horror de hace 25 o 30 años era doméstico y local, hoy es general. Y frente a él subsisten tres preguntas eternas ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?
En ese sentido, la lucha por ser algo, por construir una vida después de la vida, diferenciar compromisos y luchar por sobrevivir lleva a reflexiones como la siguiente:
Quizás tengan razón quienes dicen que no podemos escribir contra la muerte porque ya hemos pasado por ella. No somos sobrevivientes como queremos creer. En Buchenwald, el humo del crematorio ahuyenta los pájaros y esos pájaros alejándose de la muerte son los mismos que gaznan enloquecidamente frente a la lente de Hitchcock.
También ellos son aparecidos en el último graznido de la locura. La imagen de Buchenwald cubre los cuerpos que conozco y me escamotea así el sentido de mis gestos cotidianos. Aunque tampoco yo -lo sé- haya visto nada en Hiroshima.
Ese es un sentido universal de pertenencia a la condición humana y es un sentido universal de buscar en el entorno más íntimo y más profundo la superación del ser.
Como la Torá proclama: “si salvas una vida, salvas al mundo entero; si construyes tu libertad, haces libre al mundo”. Vivir mirando hacia el mañana sabiendo a qué entorno pertenecemos y teniendo responsabilidad moral -más allá de las convicciones-, es el mayor desafío para la creación.
Usar las vidas y sufrimientos de otros para construir un proyecto personal, es uno de los mayores desafíos de vida y de creación, y rara vez llegan a buen puerto.
Es el caso de Saudades, escrito por una persona valiente que trata de superar el horror, que sabe que el humo de los crematorios ahuyenta a los pájaros pero cuyo compromiso la llevará finalmente a su destino, pues como ella misma dice:
Escribir porque es el último vestigio al cual aferrarse después del naufragio, porque es el único hogar que queda, porque hay que nombrar a cada uno, porque el cuento no puede terminar.
Escribir para que el baile no se detenga. Escribir porque no hay más señales, sólo gargantas escarpadas. Un tren que parte. Unos brazos que se extienden.
Al final, lo único que sobrevive es la literatura, los poetas son los únicos merecedores de la vida. Lo que todos los demás necesitamos expresar en cientos de páginas, ellos logran decirlo con una frase, y ésta marca el camino permanente hacia la memoria sobre el principio y el fin.
Para ello Lorenzano cuenta con una condición elemental: es imposible ser libre sin ser migrante de acción y condición, porque la libertad que más cuesta es la moral.
Para encontrarnos en el viaje a ninguna parte, la búsqueda empieza en el centro de uno mismo, para seguir reconstruyendo, una y otra vez, la vuelta a empezar.
La autora reclama y rescata:
En el I Ching, a la representación del exilio hecha a través de la figura de Lü, el Andariego, le corresponde “la imagen del pájaro al que se le incendia el nido”.
Los nidos se nos incendiaron y muchas veces nosotros mismos les prendimos fuego, nos equivocamos y lo aceptamos; al final queda la vocación de ser pese a los errores, un balance en el que moralmente nos podamos reconocer, porque en este viaje el costo final será siempre discutible y sólo habrá valido si aprendimos a descubrir la plenitud del sentimiento.
De Sandra Lorenzano se puede decir que no hace verdad una de las máximas de su libro –y cito-: "ella no es una voz que se ahoga".
Una de las principales claves para saber vivir es tomar de las experiencias sus elementos enriquecedores.
Si la búsqueda del interior nos convierte en migrantes permanentes, hay que tener cuidado en definir qué vale la pena conservar en el viaje, manteniendo a la vanguardia los compromisos morales que conlleva ser habitante de este planeta.
Frente a eso, el pasaporte es la responsabilidad histórica y moral de haber sufrido con todas las causas de opresión que nos rodean.
Esa comprensión de que las cenizas de cualquier víctima son nuestras, forja un vínculo eterno durante cada página, durante cada palabra... es un saudade histórico.
Esa es la responsabilidad del ser, eso es lo que me ha enseñado la lectura de este libro. Leer un libro es volar hacia un mundo que jamás acabamos de poseer, cada sensación es intransferible, nadie siente ni entiende lo mismo.
Si preguntamos a la autora de dónde es, ella sin duda ni cortapisa contestaría: nací en el planeta Tierra, habito en el compromiso y trato de ganar todos los días el título de ser humano.
Antonio Navalón
Miércoles 14 de noviembre de 2007
Librería del Fondo Octavio Paz
Buenas noches.
Debo empezar esta participación aclarando que soy de los que no creen en las presentaciones de libros. No conozco un acto más enriquecedor, más interactivo -como ahora se llama-, que leer, pero también es el más íntimo, superior al amor, a la pasión, al sexo, sin duda…
La lectura significa una experiencia que nada puede borrar, que se deposita y se convierte en sedimento de nuestro ser.
No hay nada más penetrante que la necesidad de ser y la lucha permanente por romper los convencionalismos de raza y geografía para tener la fuerza de convertir a la cultura y la historia de la civilización en aliado de uno mismo, en cómplice para la construcción de nuestra vida, que en resumen, es la historia del mundo, esta vida que es la de usted, la mía, la de cualquiera…
Saudades es sobre todo un libro íntimo que borda, que busca y construye la intimidad más profunda.
El entendimiento de la experiencia histórica y por lo tanto, literaria y/o sensitiva, para construir la vida, funciona demasiadas veces al margen de la funcionalidad de las cosas.
No sé tanto de literatura como para juzgar desde esa perspectiva esta publicación, y tampoco quiero desandar los caminos sobre si la búsqueda de la libertad es comparable a la ciudad de Cortazar en su Rayuela.
No obstante, quiero destacar algo muy importante: es a través de estas páginas que Sandra Lorenzano se deconstruye y reconstruye, una y otra vez, en la que se encuentra la razón permanente del seguir sobre tres necesidades fundamentales:
La primera es la necesidad del ser, la segunda, de entender lo que pasó y lo que nos rodea -como un objetivo personal- y la última, la de conservar y tener un saudade, un recuerdo cuya satisfacción venga de haber tenido el valor de intentar ser.
El título, Saudades, no es -y no pretendo aquí sicoanalizar a la autora- un accidente lingüístico.
Saudade, que como todos ustedes saben es una palabra portuguesa, lengua más amable que aquella en la que hemos nacido y amado; saudade quiere decir nostalgia y esperanza, pero no es una nostalgia hacia atrás, es una nostalgia hacia adelante.
Sobre todas las cosas Portugal es un punto clave para entender este libro y a todos los demás, es la excepción civilizada dentro de una península de la que todos -más o menos-, venimos y en cuya lengua nos han enseñado a llorar, sufrir y morir.
El portugués es una apelación civilizatoria. No hay nada más ibérico en la península ibérica que la aspiración a ser inglés, logro que a la postre correspondió a Portugal.
Por eso Saudades trae la memoria, la nostalgia de tener algo que conservar; no solamente se refiere a un tiempo, a un lugar o a los momentos entrañables, sino que viene enlazado entre la bruma de una aspiración de ser.
Se puede tener nostalgia del ayer y pálpito nostálgico hacia el mañana. Saudades es una obra construida con base en párrafos que resuenan en nuestro interior como latigazos.
Cuando la autora dice:
El único viaje que de verdad disfruto, Amor, es el que me lleva a recorrer las riberas de tu aliento, los esteros de tu piel, los deltas antiguos que habitan tu lengua... El único viaje, Amor, es el que inventa tu nombre.
está colocando el principio y el final del rasgo principal de este libro. No solamente es -como dice mi compañera de presentación Sylvia Molloy, “una sinfonía coral”-, es sobre todo un viaje permanente hacia ninguna parte, ese ideal de la autoconstrucción y la manera en que conseguimos obtener lo mejor de nosotros mismos pese a cualquier circunstancia que se presente.
“No hay más tiempo que el que nos toca vivir” dijo el maestro Serrat, “y uno siempre es lo que es del derecho y del revés”.
Lorenzano nació en Buenos Aires y aprendió a oír el desgarre de la tierra en castellano, en español; entre crucifixiones intuyó el horror, escapó del horror, murió en el horror y sintió el horror.
El horror o la capacidad de horrorizarse frente a lo que sucede es un elemento fundamental para estar vivo a plenitud. Ser capaz de sobrevivir al campo es la prueba suprema de que la vida tuvo más fuerza que sus enemigos.
Hablar de lo indecible, entonces, dar cuenta de las alambradas, rodear el núcleo del horror, quizás, enmudecer haciendo del silencio repudio y condena porque, como lo supo Kafka, peor que el canto de las sirenas es el silencio de las sirenas.
Testigo, combatiente, enemiga conciente del horror, Sandra reflexiona una y otra vez y siempre se plantea la misma pregunta, ¿hasta dónde se puede llegar a ser uno?...Es por eso que este es un viaje hacia ninguna parte.
Uno de los mayores problemas que tenemos los habitantes de este siglo es que la violencia de hoy no es un pálpito del futuro sino una condición permanente que nos envuelve.
Con una salvedad que es preciso reconocer: el horror de hace 25 o 30 años era doméstico y local, hoy es general. Y frente a él subsisten tres preguntas eternas ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?
En ese sentido, la lucha por ser algo, por construir una vida después de la vida, diferenciar compromisos y luchar por sobrevivir lleva a reflexiones como la siguiente:
Quizás tengan razón quienes dicen que no podemos escribir contra la muerte porque ya hemos pasado por ella. No somos sobrevivientes como queremos creer. En Buchenwald, el humo del crematorio ahuyenta los pájaros y esos pájaros alejándose de la muerte son los mismos que gaznan enloquecidamente frente a la lente de Hitchcock.
También ellos son aparecidos en el último graznido de la locura. La imagen de Buchenwald cubre los cuerpos que conozco y me escamotea así el sentido de mis gestos cotidianos. Aunque tampoco yo -lo sé- haya visto nada en Hiroshima.
Ese es un sentido universal de pertenencia a la condición humana y es un sentido universal de buscar en el entorno más íntimo y más profundo la superación del ser.
Como la Torá proclama: “si salvas una vida, salvas al mundo entero; si construyes tu libertad, haces libre al mundo”. Vivir mirando hacia el mañana sabiendo a qué entorno pertenecemos y teniendo responsabilidad moral -más allá de las convicciones-, es el mayor desafío para la creación.
Usar las vidas y sufrimientos de otros para construir un proyecto personal, es uno de los mayores desafíos de vida y de creación, y rara vez llegan a buen puerto.
Es el caso de Saudades, escrito por una persona valiente que trata de superar el horror, que sabe que el humo de los crematorios ahuyenta a los pájaros pero cuyo compromiso la llevará finalmente a su destino, pues como ella misma dice:
Escribir porque es el último vestigio al cual aferrarse después del naufragio, porque es el único hogar que queda, porque hay que nombrar a cada uno, porque el cuento no puede terminar.
Escribir para que el baile no se detenga. Escribir porque no hay más señales, sólo gargantas escarpadas. Un tren que parte. Unos brazos que se extienden.
Al final, lo único que sobrevive es la literatura, los poetas son los únicos merecedores de la vida. Lo que todos los demás necesitamos expresar en cientos de páginas, ellos logran decirlo con una frase, y ésta marca el camino permanente hacia la memoria sobre el principio y el fin.
Para ello Lorenzano cuenta con una condición elemental: es imposible ser libre sin ser migrante de acción y condición, porque la libertad que más cuesta es la moral.
Para encontrarnos en el viaje a ninguna parte, la búsqueda empieza en el centro de uno mismo, para seguir reconstruyendo, una y otra vez, la vuelta a empezar.
La autora reclama y rescata:
En el I Ching, a la representación del exilio hecha a través de la figura de Lü, el Andariego, le corresponde “la imagen del pájaro al que se le incendia el nido”.
Los nidos se nos incendiaron y muchas veces nosotros mismos les prendimos fuego, nos equivocamos y lo aceptamos; al final queda la vocación de ser pese a los errores, un balance en el que moralmente nos podamos reconocer, porque en este viaje el costo final será siempre discutible y sólo habrá valido si aprendimos a descubrir la plenitud del sentimiento.
De Sandra Lorenzano se puede decir que no hace verdad una de las máximas de su libro –y cito-: "ella no es una voz que se ahoga".
Una de las principales claves para saber vivir es tomar de las experiencias sus elementos enriquecedores.
Si la búsqueda del interior nos convierte en migrantes permanentes, hay que tener cuidado en definir qué vale la pena conservar en el viaje, manteniendo a la vanguardia los compromisos morales que conlleva ser habitante de este planeta.
Frente a eso, el pasaporte es la responsabilidad histórica y moral de haber sufrido con todas las causas de opresión que nos rodean.
Esa comprensión de que las cenizas de cualquier víctima son nuestras, forja un vínculo eterno durante cada página, durante cada palabra... es un saudade histórico.
Esa es la responsabilidad del ser, eso es lo que me ha enseñado la lectura de este libro. Leer un libro es volar hacia un mundo que jamás acabamos de poseer, cada sensación es intransferible, nadie siente ni entiende lo mismo.
Si preguntamos a la autora de dónde es, ella sin duda ni cortapisa contestaría: nací en el planeta Tierra, habito en el compromiso y trato de ganar todos los días el título de ser humano.
19/11/07
La Jornada
Miércoles 14 de noviembre de 2007 Correo enviado.
Sandra Lorenzano presenta su primera novela, hoy, a las 19 horas, en la librería Octavio Paz, del FCE, en avenida Miguel Ángel de Quevedo 115, Chimalistac Foto: Carlos Cisneros En la contraportada del primer libro de narrativa de Sandra Lorenzano escribe Sylvia Molloy: “Novela coral, donde las voces se alternan, intentando decir lo que no se puede decir, apresar relatos para siempre ajenos, oficiar un duelo que es y no es el nuestro, es un rumor de ausencias donde el cuerpo erótico ofrece pasajero refugio mientras que la cita literaria (otro cuerpo, otra voz más), funciona como aguijón, acentuando la falta, manteniendo vivo el llamado. Saudades es también –sobre todo– una reflexión sobre las grandezas y miserias de ese lenguaje ‘que no va a ninguna parte’ y que a pesar de ello nos solicita”. Con autorización del Fondo de Cultura Económica, ofrecemos a nuestros lectores el arranque de esta novela, a manera de adelanto
Alguna vez habías leído acerca de los conciertos silenciosos que forman parte de cierta tradición china. Todo sucede, en los instantes previos al inicio, como en cualquier otro concierto: los músicos sentados en semicírculo esperan con atención la señal del director; en el momento en que él hace el gesto de dar una palmada con ambas manos, ejecutantes y público contienen la respiración… Sus manos se detienen antes de producir sonido alguno, y los músicos comienzan a “tocar” sus instrumentos en silencio. Pero no se trata de una pantomima sino de un ritual que lleva, quizás, a la búsqueda de la armonía total. Allí, el sonido es superfluo. Es como si el concierto tuviese lugar muy lejos, quizás “en la otra orilla de la vida…” Ese silencio era el que anhelabas; un silencio que te permitiera sobrevivir. Llegaste cargada del ruido del horror, de aquella tarde en que la realidad se quebró en mil pedazos. Te habías quedado rota; las palabras deshechas, tartamudas. Aprendimos no a hablar sino a balbucear… Dejar vacío el asiento 21-C había sido un modo de acercarte a un refugio sin palabras. Necesitabas ese silencio de la otra orilla de la vida; necesitabas saber dónde estabas antes de empezar a manchar la tela. Saliste del aeropuerto con tu mochila al hombro –la maleta llegaría al día siguiente, “por el cambio de itinerario”, te dijeron–, en busca de ese silencio que hiciera que nuevamente tu rostro fuera tu rostro, y las palabras recuperaran su sentido. El silencio era también tu protección, tu coraza, el modo de no lastimar más las imágenes que te acompañaban, tu memoria. O silencio que sai do som da chuva espalha-se, num crescendo de monotonia cinzenta, pela rua esterita que fito, había escrito Bernardo Soares, y ahora tú ibas en busca de ese mismo silencio, en las mismas calles, a orillas del Tágide. Le pediste al taxi que te llevara al centro y un olor a mar, a puerto, te mareó con una mezcla de dolor y sorpresa. ¿Cuántos habían hecho el camino inverso al tuyo dejando acá sus amores? ¿Cuántos habían subido a los barcos con una pequeña botella de aceite de olivas portuguesas entre sus cosas? Pueblo de migrantes, una pura nostalgia. Cerca de la orilla, las gaviotas esperan el momento de zambullirse. Amo, pelas tardes demoradas de verão, o sossego da cidade baixa… Necesitabas encontrar ese sosiego y convertirlo en parte de ti; necesitabas el silencio para tratar de entender lo que había sucedido, para hacer en tu interior un relato que explicara –que te explicara– los perfiles del horror, para que el torbellino de la angustia no se te instalara para siempre en la piel. Sólo si encontrabas ese sosiego podrías recuperar el sentido de las palabras. Aprendimos no a hablar sino a balbucear… Sacaste tu cuaderno y anotaste el párrafo completo; dibujaste algunos trazos. Era aún mediodía y la ciudad estaba en plena ebullición, faltaban algunas horas para que descubrieras la lentitud de la tarde. Detrás de ti, la estación de trenes te recordó las palabras de Soares… e tudo se me converte numa noite de chuva e lama, perdido na solidão de un apeadeiro de desvio, entre dois comboios de terceira classe. Prefieres dejar la mirada en el mar; las estaciones grandes te encierran, te asfixian, no las más pequeñas con bancos apenas cubiertos por un techo y jubilados calentándose al sol; pero las grandes siempre te han angustiado, como si en su interior pudieras extraviarte para siempre, como si todo se volviera Numa noite de chuva e lama. Mejor el aire que te da de lleno en la cara y el graznido de las gaviotas en ese río que es casi mar. Ai quem me dera as que eudetei ao mar! As que el lacei à vida, e nao voltaram!... Escucho a alguien que canta, mientras te pienso con casi veinte años, haciendo tus primeros dibujos del exilio frente a los barcos cargados de despedidas y promesas. “Mamá, no llore; claro que les escribiré”. “Cuídeme a la Fátima, que en cuanto regreso me caso”. “Te voy a extrañar, Amor”. Te pienso con casi veinte años comenzando apenas ese largo viaje. Intento imaginarte buscando tu instrumento en el concierto de silencio que anhelabas. Los primeros dibujos fueron los barcos y las gaviotas de esa orilla que ha visto tantas despedidas. Pueblo de migrantes, una pura nostalgia. Las valijas de cartón llevaban siempre una imagen de la virgen y una lámpara con aceite de olivas portuguesas: “Me traje un poco de nuestra tierra”, sonreían los abuelos recordando ese sitio del que salieron hacía más de cincuenta años. No hubo naufragio como lo hubo para Camoes, pero a veces parece que la vida los hubiera ido hundiendo de a poco. “Mariquinhas, saca un poco del vinho verde para ofrecerle a la señorita. Del que nos mandó tu tío. Aquí no lo conseguimos, ¿sabe?” Y el vino tiene sabor a saudade, a lejanía. En el bolsillo más pequeño del abrigo guardaron con celo la llave de la casa. “Yo ya no sé si alcance a regresar. Pero seguro tú lo harás. La casa estará esperándote”. Ai quem me dera as que eu detei ao mar! As que eu lancei à vida, e nao voltaram!... El sol comenzó a dorar las calles de la Baixa. Te levantaste de la banca y respiraste profundamente queriendo guardar dentro de ti todo el aire que te regalaba el Tajo. Te colgaste la mochila al hombro y comenzaste a caminar hacia la Rua do Alecrim.
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Miércoles 14 de noviembre de 2007 Correo enviado.
Sandra Lorenzano presenta su primera novela, hoy, a las 19 horas, en la librería Octavio Paz, del FCE, en avenida Miguel Ángel de Quevedo 115, Chimalistac Foto: Carlos Cisneros En la contraportada del primer libro de narrativa de Sandra Lorenzano escribe Sylvia Molloy: “Novela coral, donde las voces se alternan, intentando decir lo que no se puede decir, apresar relatos para siempre ajenos, oficiar un duelo que es y no es el nuestro, es un rumor de ausencias donde el cuerpo erótico ofrece pasajero refugio mientras que la cita literaria (otro cuerpo, otra voz más), funciona como aguijón, acentuando la falta, manteniendo vivo el llamado. Saudades es también –sobre todo– una reflexión sobre las grandezas y miserias de ese lenguaje ‘que no va a ninguna parte’ y que a pesar de ello nos solicita”. Con autorización del Fondo de Cultura Económica, ofrecemos a nuestros lectores el arranque de esta novela, a manera de adelanto
Alguna vez habías leído acerca de los conciertos silenciosos que forman parte de cierta tradición china. Todo sucede, en los instantes previos al inicio, como en cualquier otro concierto: los músicos sentados en semicírculo esperan con atención la señal del director; en el momento en que él hace el gesto de dar una palmada con ambas manos, ejecutantes y público contienen la respiración… Sus manos se detienen antes de producir sonido alguno, y los músicos comienzan a “tocar” sus instrumentos en silencio. Pero no se trata de una pantomima sino de un ritual que lleva, quizás, a la búsqueda de la armonía total. Allí, el sonido es superfluo. Es como si el concierto tuviese lugar muy lejos, quizás “en la otra orilla de la vida…” Ese silencio era el que anhelabas; un silencio que te permitiera sobrevivir. Llegaste cargada del ruido del horror, de aquella tarde en que la realidad se quebró en mil pedazos. Te habías quedado rota; las palabras deshechas, tartamudas. Aprendimos no a hablar sino a balbucear… Dejar vacío el asiento 21-C había sido un modo de acercarte a un refugio sin palabras. Necesitabas ese silencio de la otra orilla de la vida; necesitabas saber dónde estabas antes de empezar a manchar la tela. Saliste del aeropuerto con tu mochila al hombro –la maleta llegaría al día siguiente, “por el cambio de itinerario”, te dijeron–, en busca de ese silencio que hiciera que nuevamente tu rostro fuera tu rostro, y las palabras recuperaran su sentido. El silencio era también tu protección, tu coraza, el modo de no lastimar más las imágenes que te acompañaban, tu memoria. O silencio que sai do som da chuva espalha-se, num crescendo de monotonia cinzenta, pela rua esterita que fito, había escrito Bernardo Soares, y ahora tú ibas en busca de ese mismo silencio, en las mismas calles, a orillas del Tágide. Le pediste al taxi que te llevara al centro y un olor a mar, a puerto, te mareó con una mezcla de dolor y sorpresa. ¿Cuántos habían hecho el camino inverso al tuyo dejando acá sus amores? ¿Cuántos habían subido a los barcos con una pequeña botella de aceite de olivas portuguesas entre sus cosas? Pueblo de migrantes, una pura nostalgia. Cerca de la orilla, las gaviotas esperan el momento de zambullirse. Amo, pelas tardes demoradas de verão, o sossego da cidade baixa… Necesitabas encontrar ese sosiego y convertirlo en parte de ti; necesitabas el silencio para tratar de entender lo que había sucedido, para hacer en tu interior un relato que explicara –que te explicara– los perfiles del horror, para que el torbellino de la angustia no se te instalara para siempre en la piel. Sólo si encontrabas ese sosiego podrías recuperar el sentido de las palabras. Aprendimos no a hablar sino a balbucear… Sacaste tu cuaderno y anotaste el párrafo completo; dibujaste algunos trazos. Era aún mediodía y la ciudad estaba en plena ebullición, faltaban algunas horas para que descubrieras la lentitud de la tarde. Detrás de ti, la estación de trenes te recordó las palabras de Soares… e tudo se me converte numa noite de chuva e lama, perdido na solidão de un apeadeiro de desvio, entre dois comboios de terceira classe. Prefieres dejar la mirada en el mar; las estaciones grandes te encierran, te asfixian, no las más pequeñas con bancos apenas cubiertos por un techo y jubilados calentándose al sol; pero las grandes siempre te han angustiado, como si en su interior pudieras extraviarte para siempre, como si todo se volviera Numa noite de chuva e lama. Mejor el aire que te da de lleno en la cara y el graznido de las gaviotas en ese río que es casi mar. Ai quem me dera as que eudetei ao mar! As que el lacei à vida, e nao voltaram!... Escucho a alguien que canta, mientras te pienso con casi veinte años, haciendo tus primeros dibujos del exilio frente a los barcos cargados de despedidas y promesas. “Mamá, no llore; claro que les escribiré”. “Cuídeme a la Fátima, que en cuanto regreso me caso”. “Te voy a extrañar, Amor”. Te pienso con casi veinte años comenzando apenas ese largo viaje. Intento imaginarte buscando tu instrumento en el concierto de silencio que anhelabas. Los primeros dibujos fueron los barcos y las gaviotas de esa orilla que ha visto tantas despedidas. Pueblo de migrantes, una pura nostalgia. Las valijas de cartón llevaban siempre una imagen de la virgen y una lámpara con aceite de olivas portuguesas: “Me traje un poco de nuestra tierra”, sonreían los abuelos recordando ese sitio del que salieron hacía más de cincuenta años. No hubo naufragio como lo hubo para Camoes, pero a veces parece que la vida los hubiera ido hundiendo de a poco. “Mariquinhas, saca un poco del vinho verde para ofrecerle a la señorita. Del que nos mandó tu tío. Aquí no lo conseguimos, ¿sabe?” Y el vino tiene sabor a saudade, a lejanía. En el bolsillo más pequeño del abrigo guardaron con celo la llave de la casa. “Yo ya no sé si alcance a regresar. Pero seguro tú lo harás. La casa estará esperándote”. Ai quem me dera as que eu detei ao mar! As que eu lancei à vida, e nao voltaram!... El sol comenzó a dorar las calles de la Baixa. Te levantaste de la banca y respiraste profundamente queriendo guardar dentro de ti todo el aire que te regalaba el Tajo. Te colgaste la mochila al hombro y comenzaste a caminar hacia la Rua do Alecrim.
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3/11/07
30/10/07
La Jornada Noticias de hoy
martes 30 de octubre de 2007
La civilización occidental y cristiana
Sandra Lorenzano*
Un Cristo crucificado. Ésa es la obra. El escándalo no tardó en llegar. Era el año 1965; plena guerra de Vietnam. Los sectores conservadores de la sociedad argentina estaban –¡faltaba más!– más cerca del “patriotismo” bélico de Estados Unidos que de las propuestas artísticas experimentales del entonces provocador (y hoy legendario) Instituto Di Tella.
Un Cristo crucificado. Ésa es la obra. Pero no está sobre una cruz, sino sobre un avión de combate estadunidense FH107. La imagen de dos metros de largo, suspendida verticalmente en aparente y amenazante caída, es más que elocuente. El título completa el efecto y sienta las bases de la propuesta artística del joven León Ferrari: “La civilización occidental y cristiana”.
Esta crucifixión contemporánea finalmente no fue expuesta porque, se dijo en su momento, atacaba “la sensibilidad religiosa”. Su imagen, reducida a un tamaño inofensivo, apareció solamente en el catálogo de la exposición.
En la obra, el artista comienza a explorar la que se convertirá en una de sus obsesiones: mostrar que lo peor de nuestra cultura –la tortura, la discriminación, la crueldad, el autoritarismo; es decir, el corazón de nuestras tinieblas, el Mal absoluto– tiene su raíz en las enseñanzas de la tradición judeo-cristiana. Cuidadoso y obsesivo lector de la Biblia, ha trabajado rigurosamente sobre aquellos aspectos de complicidad entre la intolerancia, la violencia y la religión.
“... No importa si el infierno es real o no –escribió Ferrari– lo que importa es que está en la cabeza de la gente desde hace miles de años. Y es lo que ha provisto, y provee, de justificación para matar gente. Desde las Cruzadas a la dictadura en nuestro país.”
La defensa de la “civilización occidental y cristiana” fue la justificación de los horrores que pocos años después de la censura en el Di Tella llevarían a cabo los militares argentinos. La participación de la Iglesia está más que demostrada en esta guerra sucia. León Ferrari, padre de una desaparecida, continuó desde el exilio su denuncia. Las imágenes con las que, algunos años más tarde y ya en democracia, ilustró una edición del Nunca más, el informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, son una de sus propuestas más fuertes. En ellas mezcla la imaginería religiosa con fotografías periodísticas que muestran la convivencia (y connivencia) de la jerarquía militar y la eclesiástica.
La condena a cadena perpetua dictada a principios de octubre a Christian Von Wernich, apodado “el cura del diablo”, quien fuera capellán de la policía bonaerense, por su participación en el secuestro, tortura y asesinato de detenidos-desaparecidos durante la dictadura, es la primera a un miembro de la Iglesia, y muestra solamente la punta del iceberg de esta relación. Los organismos de derechos humanos llevan ya casi dos décadas denunciando la actuación de miembros del clero en las acciones más violentas y sórdidas llevadas a cabo por los militares, desde el robo de niños hasta la bendición de los “vuelos de la muerte”.
Cuando en 2004 León Ferrari inauguró una exposición retrospectiva de 50 años de carrera en el Centro Cultural Recoleta, nuevamente las “buenas conciencias” alzaron sus voces para exigir la clausura de la muestra. Grupos fundamentalistas entraron a la exposición, al grito de “Viva Cristo Rey”, destrozando varias de las obras, mientras en el exterior los fanáticos rezaban el rosario. La Iglesia declaró: “La exposición de Ferrari es una blasfemia”.
Durante 10 días se cerró la muestra, pero una fuerte movilización de un sector importante de la sociedad, que incluyó un “abrazo” simbólico al sitio donde se encontraban las obras, decenas de cartas y artículos publicados tanto en el país como en el extranjero, y diversas manifestaciones, mostraron la oposición a cualquier tipo de censura. La exposición fue visitada por más de 50 mil personas.
Escribió el propio León Ferrari en ese momento:
“Parte de las obras expuestas se refieren al antisemitismo, los anticonceptivos y la lucha contra el sida, el castigo al diferente en el más allá, los crímenes de la dictadura, la discriminación a los homosexuales, la actitud occidental frente al sexo, la misoginia, la Conquista, la Inquisición, las actividades de Estados Unidos en Vietnam y en Irak. Esas obras originaron un debate intenso y necesario que promete continuar y ampliarse.”
Hace pocos días, el artista de 86 años recibió el máximo premio que otorga la Bienal de Arte de Venecia, el León de Oro. Entre las obras premiadas se encuentra la ya legendaria La civilización occidental y cristiana, una parte de los trabajos sobre el Nunca más y una serie llamada L’Osservatore Romano, conformada por collages que muestran las torturas medievales utilizadas por la Inquisición sobre las páginas del periódico del Vaticano.
Con su tradicional ironía, Ferrari declaró: “Debería dedicarle el premio a Bergoglio”, cardenal primado de Argentina y su principal opositor en el país. Quizás podríamos, desde estas líneas, continuar con la ironía y ampliar la dedicatoria para abarcar también a los representantes de la Iglesia católica en México, tan amantes de los niños.
Celebramos el reconocimiento a quien ha sabido hacer dialogar al arte con la lucha por los derechos humanos contra el oscurantismo que viste sotana. ¡Enhorabuena!
* Escritora
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martes 30 de octubre de 2007
La civilización occidental y cristiana
Sandra Lorenzano*
Un Cristo crucificado. Ésa es la obra. El escándalo no tardó en llegar. Era el año 1965; plena guerra de Vietnam. Los sectores conservadores de la sociedad argentina estaban –¡faltaba más!– más cerca del “patriotismo” bélico de Estados Unidos que de las propuestas artísticas experimentales del entonces provocador (y hoy legendario) Instituto Di Tella.
Un Cristo crucificado. Ésa es la obra. Pero no está sobre una cruz, sino sobre un avión de combate estadunidense FH107. La imagen de dos metros de largo, suspendida verticalmente en aparente y amenazante caída, es más que elocuente. El título completa el efecto y sienta las bases de la propuesta artística del joven León Ferrari: “La civilización occidental y cristiana”.
Esta crucifixión contemporánea finalmente no fue expuesta porque, se dijo en su momento, atacaba “la sensibilidad religiosa”. Su imagen, reducida a un tamaño inofensivo, apareció solamente en el catálogo de la exposición.
En la obra, el artista comienza a explorar la que se convertirá en una de sus obsesiones: mostrar que lo peor de nuestra cultura –la tortura, la discriminación, la crueldad, el autoritarismo; es decir, el corazón de nuestras tinieblas, el Mal absoluto– tiene su raíz en las enseñanzas de la tradición judeo-cristiana. Cuidadoso y obsesivo lector de la Biblia, ha trabajado rigurosamente sobre aquellos aspectos de complicidad entre la intolerancia, la violencia y la religión.
“... No importa si el infierno es real o no –escribió Ferrari– lo que importa es que está en la cabeza de la gente desde hace miles de años. Y es lo que ha provisto, y provee, de justificación para matar gente. Desde las Cruzadas a la dictadura en nuestro país.”
La defensa de la “civilización occidental y cristiana” fue la justificación de los horrores que pocos años después de la censura en el Di Tella llevarían a cabo los militares argentinos. La participación de la Iglesia está más que demostrada en esta guerra sucia. León Ferrari, padre de una desaparecida, continuó desde el exilio su denuncia. Las imágenes con las que, algunos años más tarde y ya en democracia, ilustró una edición del Nunca más, el informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, son una de sus propuestas más fuertes. En ellas mezcla la imaginería religiosa con fotografías periodísticas que muestran la convivencia (y connivencia) de la jerarquía militar y la eclesiástica.
La condena a cadena perpetua dictada a principios de octubre a Christian Von Wernich, apodado “el cura del diablo”, quien fuera capellán de la policía bonaerense, por su participación en el secuestro, tortura y asesinato de detenidos-desaparecidos durante la dictadura, es la primera a un miembro de la Iglesia, y muestra solamente la punta del iceberg de esta relación. Los organismos de derechos humanos llevan ya casi dos décadas denunciando la actuación de miembros del clero en las acciones más violentas y sórdidas llevadas a cabo por los militares, desde el robo de niños hasta la bendición de los “vuelos de la muerte”.
Cuando en 2004 León Ferrari inauguró una exposición retrospectiva de 50 años de carrera en el Centro Cultural Recoleta, nuevamente las “buenas conciencias” alzaron sus voces para exigir la clausura de la muestra. Grupos fundamentalistas entraron a la exposición, al grito de “Viva Cristo Rey”, destrozando varias de las obras, mientras en el exterior los fanáticos rezaban el rosario. La Iglesia declaró: “La exposición de Ferrari es una blasfemia”.
Durante 10 días se cerró la muestra, pero una fuerte movilización de un sector importante de la sociedad, que incluyó un “abrazo” simbólico al sitio donde se encontraban las obras, decenas de cartas y artículos publicados tanto en el país como en el extranjero, y diversas manifestaciones, mostraron la oposición a cualquier tipo de censura. La exposición fue visitada por más de 50 mil personas.
Escribió el propio León Ferrari en ese momento:
“Parte de las obras expuestas se refieren al antisemitismo, los anticonceptivos y la lucha contra el sida, el castigo al diferente en el más allá, los crímenes de la dictadura, la discriminación a los homosexuales, la actitud occidental frente al sexo, la misoginia, la Conquista, la Inquisición, las actividades de Estados Unidos en Vietnam y en Irak. Esas obras originaron un debate intenso y necesario que promete continuar y ampliarse.”
Hace pocos días, el artista de 86 años recibió el máximo premio que otorga la Bienal de Arte de Venecia, el León de Oro. Entre las obras premiadas se encuentra la ya legendaria La civilización occidental y cristiana, una parte de los trabajos sobre el Nunca más y una serie llamada L’Osservatore Romano, conformada por collages que muestran las torturas medievales utilizadas por la Inquisición sobre las páginas del periódico del Vaticano.
Con su tradicional ironía, Ferrari declaró: “Debería dedicarle el premio a Bergoglio”, cardenal primado de Argentina y su principal opositor en el país. Quizás podríamos, desde estas líneas, continuar con la ironía y ampliar la dedicatoria para abarcar también a los representantes de la Iglesia católica en México, tan amantes de los niños.
Celebramos el reconocimiento a quien ha sabido hacer dialogar al arte con la lucha por los derechos humanos contra el oscurantismo que viste sotana. ¡Enhorabuena!
* Escritora
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29/10/07
28/10/07
La Jornada, viernes 3 de agosto de 2007 → Opinión
¿Por qué voy a votar por Cristina Fernández?
Sandra Lorenzano* / II y última
¿Por qué voy a votar por Cristina Fernández?
Que hoy más de la mitad de los argentinos esté pensando en darle su voto a Cristina Fernández de Kirchner (CFK) habla de la solidez de un proyecto que consiguió revertir el desempleo -para noviembre de 2006 había bajado a 10 por ciento-, restructurar la deuda externa e incentivar la producción económica consiguiendo que el crecimiento llegara a una tasa sostenida de 8 por ciento, aumentar las reservas internacionales alcanzando los 30 mil millones de dólares, y fortalecer una política social que consiguió, en gran medida, detener los reclamos de los sectores más castigados por la crisis.
Como planteó la propia candidata durante el lanzamiento de su campaña, la fortaleza del proyecto se asienta en tres ejes: "la consolidación del Estado democrático y de sus instituciones", el fortalecimiento de un "modelo económico productivo de acumulación con inclusión social", y "la reconstrucción de la autoestima" de la sociedad argentina.
Un elemento fundamental de la aprobación social que tiene el gobierno de Kirchner es la política que ha desarrollado con respecto a los derechos humanos, y especialmente en lo relativo a la deuda histórica que en este sentido el Estado tiene con las víctimas de la última dictadura militar. Asumió como política de Estado la condena a la violación de los derechos humanos, tomando medidas impensables hasta hace poco tiempo. Baste recordar, por ejemplo, la anulación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, o la expropiación a las fuerzas armadas del predio ocupado por la tristemente célebre Escuela Superior de Mecánica de la Armada, y su entrega a los organismos de derechos humanos para crear allí un centro para la preservación de la memoria histórica y la educación para la paz.
En el discurso que pronunció durante el lanzamiento de su candidatura, la senadora CFK recordó el papel de las mujeres en la lucha contra la dictadura. Sobre todo de "aquellas que se pusieron pañuelos blancos en la cabeza para buscar desaparecidos".
Las dos agrupaciones de Madres de Plaza de Mayo, así como Abuelas de Plaza de Mayo y otros organismos de derechos humanos habían expresado ya abiertamente su apoyo a la candidata.
Siendo feminista, o quizá por serlo, no soy "mujerista"; es decir, no votaría por una mujer por el solo hecho de que lo fuera; he sufrido en carne propia y en "carne ajena" -permítanme la expresión- a unas cuantas mujeres en el poder. No es porque sea mujer, entonces, que le daré mi voto a Cristina en las elecciones del próximo octubre, sino porque siento que su proyecto político constituye en este momento la mejor opción para el país (más allá de algunos desacuerdos, por supuesto, que pueda yo tener con el gobierno de Kirchner). Y sí, me da un enorme gusto que sea una mujer inteligente, comprometida, experimentada, luchadora, fuerte, quien se proponga para consolidar este modelo.
Mal que les pese a unos cuantos que ya, hay que decirlo, se están preparando para volver al poder a escala nacional, como han empezado a hacerlo en algunas elecciones locales. En la Argentina, los nostálgicos de la mano dura son siempre más de los que quisiéramos.
Decía Walter Benjamin que "ni siquiera los muertos estarán a salvo del enemigo si éste vence..." Es necesario estar atentos. Es una responsabilidad ética velar por nuestros muertos y por nuestros vivos.
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¿Por qué voy a votar por Cristina Fernández?
Sandra Lorenzano* / II y última
¿Por qué voy a votar por Cristina Fernández?
Que hoy más de la mitad de los argentinos esté pensando en darle su voto a Cristina Fernández de Kirchner (CFK) habla de la solidez de un proyecto que consiguió revertir el desempleo -para noviembre de 2006 había bajado a 10 por ciento-, restructurar la deuda externa e incentivar la producción económica consiguiendo que el crecimiento llegara a una tasa sostenida de 8 por ciento, aumentar las reservas internacionales alcanzando los 30 mil millones de dólares, y fortalecer una política social que consiguió, en gran medida, detener los reclamos de los sectores más castigados por la crisis.
Como planteó la propia candidata durante el lanzamiento de su campaña, la fortaleza del proyecto se asienta en tres ejes: "la consolidación del Estado democrático y de sus instituciones", el fortalecimiento de un "modelo económico productivo de acumulación con inclusión social", y "la reconstrucción de la autoestima" de la sociedad argentina.
Un elemento fundamental de la aprobación social que tiene el gobierno de Kirchner es la política que ha desarrollado con respecto a los derechos humanos, y especialmente en lo relativo a la deuda histórica que en este sentido el Estado tiene con las víctimas de la última dictadura militar. Asumió como política de Estado la condena a la violación de los derechos humanos, tomando medidas impensables hasta hace poco tiempo. Baste recordar, por ejemplo, la anulación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, o la expropiación a las fuerzas armadas del predio ocupado por la tristemente célebre Escuela Superior de Mecánica de la Armada, y su entrega a los organismos de derechos humanos para crear allí un centro para la preservación de la memoria histórica y la educación para la paz.
En el discurso que pronunció durante el lanzamiento de su candidatura, la senadora CFK recordó el papel de las mujeres en la lucha contra la dictadura. Sobre todo de "aquellas que se pusieron pañuelos blancos en la cabeza para buscar desaparecidos".
Las dos agrupaciones de Madres de Plaza de Mayo, así como Abuelas de Plaza de Mayo y otros organismos de derechos humanos habían expresado ya abiertamente su apoyo a la candidata.
Siendo feminista, o quizá por serlo, no soy "mujerista"; es decir, no votaría por una mujer por el solo hecho de que lo fuera; he sufrido en carne propia y en "carne ajena" -permítanme la expresión- a unas cuantas mujeres en el poder. No es porque sea mujer, entonces, que le daré mi voto a Cristina en las elecciones del próximo octubre, sino porque siento que su proyecto político constituye en este momento la mejor opción para el país (más allá de algunos desacuerdos, por supuesto, que pueda yo tener con el gobierno de Kirchner). Y sí, me da un enorme gusto que sea una mujer inteligente, comprometida, experimentada, luchadora, fuerte, quien se proponga para consolidar este modelo.
Mal que les pese a unos cuantos que ya, hay que decirlo, se están preparando para volver al poder a escala nacional, como han empezado a hacerlo en algunas elecciones locales. En la Argentina, los nostálgicos de la mano dura son siempre más de los que quisiéramos.
Decía Walter Benjamin que "ni siquiera los muertos estarán a salvo del enemigo si éste vence..." Es necesario estar atentos. Es una responsabilidad ética velar por nuestros muertos y por nuestros vivos.
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La Jornada, jueves 2 de agosto de 2007 → Opinión
¿Por qué voy a votar por Cristina Fernández?
Sandra Lorenzano*/ I
¿Por qué voy a votar por Cristina Fernández?
Cuando en 1989 Cristina Fernández -como le gusta que la llamen, o "Cristina", a secas- fue elegida diputada federal por la provincia de Santa Cruz, el bloque del Partido Justicialista de la Cámara conoció una de las pocas voces discordantes en el entonces unánime coro de apoyo al presidente Carlos Saúl Menem. Esa joven política nacida en La Plata en 1953, pero afincada con su familia en el sur del país, no estaba dispuesta a sacrificar sus principios políticos, forjados en la militancia de la izquierda peronista, para apoyar un proyecto de país basado en la imposición de políticas neoliberales, que continuaban la destrucción del Estado de bienestar, iniciada por la dictadura militar (1976-1983). Las políticas de privatización de los bienes nacionales; de flexibilización laboral; de drásticos recortes de presupuesto en sectores clave, como la educación y la salud; la convertibilidad, entre otras medidas, iban en contra de todo aquello que la había llevado a acercarse a la política cuando era estudiante de derecho. Desde entonces, como una de las voces "rebeldes" del grupo parlamentario, la carrera de Cristina Fernández de Kirchner tomó vuelo propio: participó, en 1994, en la asamblea que reformó la Constitución argentina. Un año después fue electa senadora nacional por la provincia de Santa Cruz y hace dos años obtuvo casi 50 por ciento de los votos en las elecciones legislativas de la provincia de Buenos Aires. Hoy es la candidata a la Presidencia de la República con mayores posibilidades de triunfo: los sondeos indican que tiene alrededor de 50 por ciento de las preferencias de voto.
¿Qué es lo que la gente va a votar al votar a Cristina? Sin duda, el fortalecimiento de un proyecto político que, iniciado en mayo de 2003 por el entonces electo presidente Néstor Kirchner, logró revertir una de las mayores crisis por las que ha pasado la Argentina contemporánea.
La historia argentina -como la de otros países latinoamericanos- puede ser vista como un largo proceso de sucesivos y violentos "borramientos", de exclusión y supresión del "otro", del diferente: el indio, el "bárbaro", el pobre, la mujer... Los "desaparecidos" no son, en este sentido, una creación de la última dictadura sino una figura fundante de la nación. Desde sus orígenes, el Estado argentino construye su legitimidad en la desaparición de los cuerpos y las voces otras. Baste pensar, en el genocidio de la conquista, por ejemplo. O en la eufemísticamente llamada "Campaña al desierto" que permitió la consolidación del proyecto liberal a partir de la masacre de los pueblos originarios del sur del país. O en la Semana Trágica, en los fusilamientos de José León Suárez, en las diversas dictaduras militares de nuestra historia moderna... La hegemonía de los sectores dominantes se ha basado en la cancelación violenta del diferente, por medio de su "desciudadanización" (si el Estado tiene la obligación de velar por el bienestar de sus ciudadanos, un estado que ejerce la fuerza del terror sobre su propia gente está violando el principio básico del concepto de ciudadanía) o de su franco exterminio.
En las décadas recientes, la sociedad argentina ha visto profundizadas las desigualdades que la constituyen en aras del ingreso a una nueva etapa de acumulación del capital a escala mundial. La implantación de políticas neoliberales implicó el aplastamiento de cualquier otro proyecto de país. Los 30 mil desaparecidos de la dictadura tienen su continuación en una política excluyente y pauperizadora que se constituyó, entre otros elementos, a través del desmantelamiento del estado de bienestar. Este, más allá de sus propias limitaciones y desequilibrios, había logrado mantener una cierta cohesión social en sociedades desiguales y heterogéneas como las latinoamericanas. Su adelgazamiento o franca desaparición hace que se acentúen las desigualdades y genera nuevos procesos de exclusión social. En Argentina, las reformas estructurales fueron acompañadas por un "nuevo modelo de dominación política". Las transformaciones, iniciadas a mediados de los años 70, encuentran así su punto culminante durante el gobierno de Carlos Menem (1989-1999) y sus sucesores, provocando una despiadada dinámica de polarización y fragmentación de la sociedad. La exclusión y marginación de vastos sectores de las clases trabajadoras no fue un movimiento pasajero sino que "fue moldeando los contornos más duraderos de un nuevo país, de una sociedad excluyente, estructurada sobre la base de la cristalización de las desigualdades, tanto económicas como sociales y culturales", como sugiere la socióloga Maristella Svampa.
Esta situación provocó una violenta crisis de legitimidad del estado cuya consecuencia más inmediata fue el llamado argentinazo cuando, al grito de "que se vayan todos", la gente salió a las calles a demostrar su oposición a las medidas que propiciaban, de diferentes maneras, el modelo de exclusión, desde la flexibilización laboral al corralito. La represión policial no se hizo esperar. Sin embargo, el movimiento espontáneo de la sociedad no sólo obligó a Fernando De la Rúa a dimitir (¿cómo no recordar su patética huida de la Casa Rosada en helicóptero?) sino que provocó que tres presidentes se sucedieran en el lapso de menos de 20 días. El último de ellos, Eduardo Duhalde, convocó a elecciones un año después de haber asumido. Es entonces cuando aparece en la escena nacional el político santacruceño, quien resulta vencedor con solamente 22 por ciento de los votos, el porcentaje más bajo con el que un candidato llegara al poder en el país. Kirchner asume así en medio de la mayor recesión de la historia argentina, con una caída de 10.7 por ciento del producto interno bruto en ese año, con una desocupación de 21.5 por ciento, con la reducción de las reservas internacionales del Banco Central a menos de 10 mil millones de dólares en junio y julio, y con índices de pobreza e indigencia cercanos a 60 por ciento.
Escritora argen-mex
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Todos los Derechos Reservados.
Derechos de Autor 04-2005-011817321500-203.
http://www.jornada.unam.mx/2007/08/02/index.php?section=opinion&article=018a1pol
¿Por qué voy a votar por Cristina Fernández?
Sandra Lorenzano*/ I
¿Por qué voy a votar por Cristina Fernández?
Cuando en 1989 Cristina Fernández -como le gusta que la llamen, o "Cristina", a secas- fue elegida diputada federal por la provincia de Santa Cruz, el bloque del Partido Justicialista de la Cámara conoció una de las pocas voces discordantes en el entonces unánime coro de apoyo al presidente Carlos Saúl Menem. Esa joven política nacida en La Plata en 1953, pero afincada con su familia en el sur del país, no estaba dispuesta a sacrificar sus principios políticos, forjados en la militancia de la izquierda peronista, para apoyar un proyecto de país basado en la imposición de políticas neoliberales, que continuaban la destrucción del Estado de bienestar, iniciada por la dictadura militar (1976-1983). Las políticas de privatización de los bienes nacionales; de flexibilización laboral; de drásticos recortes de presupuesto en sectores clave, como la educación y la salud; la convertibilidad, entre otras medidas, iban en contra de todo aquello que la había llevado a acercarse a la política cuando era estudiante de derecho. Desde entonces, como una de las voces "rebeldes" del grupo parlamentario, la carrera de Cristina Fernández de Kirchner tomó vuelo propio: participó, en 1994, en la asamblea que reformó la Constitución argentina. Un año después fue electa senadora nacional por la provincia de Santa Cruz y hace dos años obtuvo casi 50 por ciento de los votos en las elecciones legislativas de la provincia de Buenos Aires. Hoy es la candidata a la Presidencia de la República con mayores posibilidades de triunfo: los sondeos indican que tiene alrededor de 50 por ciento de las preferencias de voto.
¿Qué es lo que la gente va a votar al votar a Cristina? Sin duda, el fortalecimiento de un proyecto político que, iniciado en mayo de 2003 por el entonces electo presidente Néstor Kirchner, logró revertir una de las mayores crisis por las que ha pasado la Argentina contemporánea.
La historia argentina -como la de otros países latinoamericanos- puede ser vista como un largo proceso de sucesivos y violentos "borramientos", de exclusión y supresión del "otro", del diferente: el indio, el "bárbaro", el pobre, la mujer... Los "desaparecidos" no son, en este sentido, una creación de la última dictadura sino una figura fundante de la nación. Desde sus orígenes, el Estado argentino construye su legitimidad en la desaparición de los cuerpos y las voces otras. Baste pensar, en el genocidio de la conquista, por ejemplo. O en la eufemísticamente llamada "Campaña al desierto" que permitió la consolidación del proyecto liberal a partir de la masacre de los pueblos originarios del sur del país. O en la Semana Trágica, en los fusilamientos de José León Suárez, en las diversas dictaduras militares de nuestra historia moderna... La hegemonía de los sectores dominantes se ha basado en la cancelación violenta del diferente, por medio de su "desciudadanización" (si el Estado tiene la obligación de velar por el bienestar de sus ciudadanos, un estado que ejerce la fuerza del terror sobre su propia gente está violando el principio básico del concepto de ciudadanía) o de su franco exterminio.
En las décadas recientes, la sociedad argentina ha visto profundizadas las desigualdades que la constituyen en aras del ingreso a una nueva etapa de acumulación del capital a escala mundial. La implantación de políticas neoliberales implicó el aplastamiento de cualquier otro proyecto de país. Los 30 mil desaparecidos de la dictadura tienen su continuación en una política excluyente y pauperizadora que se constituyó, entre otros elementos, a través del desmantelamiento del estado de bienestar. Este, más allá de sus propias limitaciones y desequilibrios, había logrado mantener una cierta cohesión social en sociedades desiguales y heterogéneas como las latinoamericanas. Su adelgazamiento o franca desaparición hace que se acentúen las desigualdades y genera nuevos procesos de exclusión social. En Argentina, las reformas estructurales fueron acompañadas por un "nuevo modelo de dominación política". Las transformaciones, iniciadas a mediados de los años 70, encuentran así su punto culminante durante el gobierno de Carlos Menem (1989-1999) y sus sucesores, provocando una despiadada dinámica de polarización y fragmentación de la sociedad. La exclusión y marginación de vastos sectores de las clases trabajadoras no fue un movimiento pasajero sino que "fue moldeando los contornos más duraderos de un nuevo país, de una sociedad excluyente, estructurada sobre la base de la cristalización de las desigualdades, tanto económicas como sociales y culturales", como sugiere la socióloga Maristella Svampa.
Esta situación provocó una violenta crisis de legitimidad del estado cuya consecuencia más inmediata fue el llamado argentinazo cuando, al grito de "que se vayan todos", la gente salió a las calles a demostrar su oposición a las medidas que propiciaban, de diferentes maneras, el modelo de exclusión, desde la flexibilización laboral al corralito. La represión policial no se hizo esperar. Sin embargo, el movimiento espontáneo de la sociedad no sólo obligó a Fernando De la Rúa a dimitir (¿cómo no recordar su patética huida de la Casa Rosada en helicóptero?) sino que provocó que tres presidentes se sucedieran en el lapso de menos de 20 días. El último de ellos, Eduardo Duhalde, convocó a elecciones un año después de haber asumido. Es entonces cuando aparece en la escena nacional el político santacruceño, quien resulta vencedor con solamente 22 por ciento de los votos, el porcentaje más bajo con el que un candidato llegara al poder en el país. Kirchner asume así en medio de la mayor recesión de la historia argentina, con una caída de 10.7 por ciento del producto interno bruto en ese año, con una desocupación de 21.5 por ciento, con la reducción de las reservas internacionales del Banco Central a menos de 10 mil millones de dólares en junio y julio, y con índices de pobreza e indigencia cercanos a 60 por ciento.
Escritora argen-mex
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La Jornada Semanal, domingo 23 de abril de 2006 núm. 581
MUJERES INSUMISAS
Angélica Abelleyra
SANDRA LORENZANO: OBSESIÓN POR LA MEMORIA
Con la literatura se siente en casa, cobijada, en puerto seguro. La palabra es su morada; con ella salva la sensación de intemperie que el exilio le procuró a los dieciséis años, cuando llegó a México huyendo de la dictadura argentina. Y con la escritura, transitando con libertad entre el ensayo, la poesía y la novela junto a un ámbito de naturaleza acartonada como la academia, Sandra Lorenzano (Buenos Aires, 1960) dialoga con sus silencios y la voz de otros para explorar en una de sus obsesiones: la memoria.
Su relación con la escritura nació de su entusiasmo como lectora. Con un padre médico y filósofo de la ciencia y una madre dedicada a las artes plásticas, Sandra creció con una amplia biblioteca que animaba su gusto por el arte en general. Desde pequeña leía con ganas infinitas de que esos libros que le generaban placer y sorpresa nunca terminaran. Como eso no era posible, ella intentaba darles continuidad a través de su propia imaginación y pluma con un resultado: fracasos estrepitosos. Pese a todo, su deseo de seguir con el clima que recrea la literatura fue lo que la llevó a intentar reproducir esa atmósfera en la que se sentía protegida, en su hogar.
Arribó a nuestro país cuando en Argentina se instauró un gobierno militar y represor contra la izquierda, los movimientos populares y los sectores universitarios de donde ella procedía. Por eso, apenas llegar a tierra mexicana, respiró tal aire de libertad que alcanzó a tapar las pérdidas, al menos temporalmente. Cuando esas marcas de dolor y carencia afloraron, advirtió su necesidad de escribir para curar heridas, comprobar que siempre está extrañando algo y para construir esa comunidad imaginada que es su otra patria más allá de su naturaleza argentina, su ser mexicana y su mezcla argen-mex que le da mucha riqueza.
Doctora en letras (unam), investigadora invitada de la Universidad de California (San Diego, eu) y ahora vicerrectora de investigación y postgrado de la Universidad del Claustro de Sor Juana, siempre se interesó en la docencia. Desde chica tuvo la vocación de enseñar y lo hace a través de sus indagaciones sobre la memoria, el exilio y las múltiples vinculaciones entre el arte y el horror, la palabra contra la muerte. Recogiendo las voces de los exiliados argentinos, de los migrantes mexicanos en California, explorando sobre los casos de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez y, en resumen, salvando la desmemoria, ha dado a luz los libros Escrituras de sobrevivencia. Narrativa argentina y dictadura y Aproximaciones a Sor Juana, entre otros.
Dialogante con otras voces que le resuenan afines como Susan Sontag, Margo Glantz, George Steiner, Edmond Jabès, Paul Celan y Andrei Tarkovsky, Sandra acepta que la memoria es el eje en su obra y su forma de enfrentar la vida. La memoria en relación con el arte, la capacidad del arte (literatura, cine, pintura, foto) de transmitir esa memoria y las formas en cómo ésta se construye en una sociedad. Así, cuanto más personal se ha convertido su trabajo —sea en una investigación académica, una ponencia, un poema, un ensayo— más clara se ha hecho esa línea de interés contra la desmemoria. Un abordaje que encuentra un ritmo y una atmósfera que se otorga los permisos de fluir. Porque, dice, finalmente todo el trabajo real con la escritura es trabajo poético, no precisamente poesía pero sí un lenguaje que busque, que sugiera, que permita circular la respiración por el medio de las palabras, de los sonidos, que atienda a las cadencias.
Amante de la escucha, anda ese camino que ya otros han transitado; voces poéticas que la van alimentando y a las que ella se aferra para compartir, primero, el silencio y luego poblar (lo/se) de voces. Su interés por reunir la experiencia de los sobrevivientes del exilio argentino se suma a su recuperación de las historias de horror en Ciudad Juárez o las experiencias de migrantes oaxaqueños en California. Y todo muestra su compromiso ético-político, primero leal a su propia historia y a la de su país maltratado por la dictadura y también leal a su interés profundo por estas comunidades desplazadas a otros ámbitos por hambre y supervivencia en medio de extrema violencia y conflictos de pertenencia.
Argen-mex asumida y gozosa, la memoria se le impuso como obsesión. Y ella abraza el tema y lo acaricia, lo golpea, lo desmenuza y fragmenta. Le da carne a las palabras para no sentirse farsante y meterse a lo hondo de la escritura que genera por igual placeres y dolores.
http://www.jornada.unam.mx/2006/04/23/sem-angelica.html
MUJERES INSUMISAS
Angélica Abelleyra
SANDRA LORENZANO: OBSESIÓN POR LA MEMORIA
Con la literatura se siente en casa, cobijada, en puerto seguro. La palabra es su morada; con ella salva la sensación de intemperie que el exilio le procuró a los dieciséis años, cuando llegó a México huyendo de la dictadura argentina. Y con la escritura, transitando con libertad entre el ensayo, la poesía y la novela junto a un ámbito de naturaleza acartonada como la academia, Sandra Lorenzano (Buenos Aires, 1960) dialoga con sus silencios y la voz de otros para explorar en una de sus obsesiones: la memoria.
Su relación con la escritura nació de su entusiasmo como lectora. Con un padre médico y filósofo de la ciencia y una madre dedicada a las artes plásticas, Sandra creció con una amplia biblioteca que animaba su gusto por el arte en general. Desde pequeña leía con ganas infinitas de que esos libros que le generaban placer y sorpresa nunca terminaran. Como eso no era posible, ella intentaba darles continuidad a través de su propia imaginación y pluma con un resultado: fracasos estrepitosos. Pese a todo, su deseo de seguir con el clima que recrea la literatura fue lo que la llevó a intentar reproducir esa atmósfera en la que se sentía protegida, en su hogar.
Arribó a nuestro país cuando en Argentina se instauró un gobierno militar y represor contra la izquierda, los movimientos populares y los sectores universitarios de donde ella procedía. Por eso, apenas llegar a tierra mexicana, respiró tal aire de libertad que alcanzó a tapar las pérdidas, al menos temporalmente. Cuando esas marcas de dolor y carencia afloraron, advirtió su necesidad de escribir para curar heridas, comprobar que siempre está extrañando algo y para construir esa comunidad imaginada que es su otra patria más allá de su naturaleza argentina, su ser mexicana y su mezcla argen-mex que le da mucha riqueza.
Doctora en letras (unam), investigadora invitada de la Universidad de California (San Diego, eu) y ahora vicerrectora de investigación y postgrado de la Universidad del Claustro de Sor Juana, siempre se interesó en la docencia. Desde chica tuvo la vocación de enseñar y lo hace a través de sus indagaciones sobre la memoria, el exilio y las múltiples vinculaciones entre el arte y el horror, la palabra contra la muerte. Recogiendo las voces de los exiliados argentinos, de los migrantes mexicanos en California, explorando sobre los casos de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez y, en resumen, salvando la desmemoria, ha dado a luz los libros Escrituras de sobrevivencia. Narrativa argentina y dictadura y Aproximaciones a Sor Juana, entre otros.
Dialogante con otras voces que le resuenan afines como Susan Sontag, Margo Glantz, George Steiner, Edmond Jabès, Paul Celan y Andrei Tarkovsky, Sandra acepta que la memoria es el eje en su obra y su forma de enfrentar la vida. La memoria en relación con el arte, la capacidad del arte (literatura, cine, pintura, foto) de transmitir esa memoria y las formas en cómo ésta se construye en una sociedad. Así, cuanto más personal se ha convertido su trabajo —sea en una investigación académica, una ponencia, un poema, un ensayo— más clara se ha hecho esa línea de interés contra la desmemoria. Un abordaje que encuentra un ritmo y una atmósfera que se otorga los permisos de fluir. Porque, dice, finalmente todo el trabajo real con la escritura es trabajo poético, no precisamente poesía pero sí un lenguaje que busque, que sugiera, que permita circular la respiración por el medio de las palabras, de los sonidos, que atienda a las cadencias.
Amante de la escucha, anda ese camino que ya otros han transitado; voces poéticas que la van alimentando y a las que ella se aferra para compartir, primero, el silencio y luego poblar (lo/se) de voces. Su interés por reunir la experiencia de los sobrevivientes del exilio argentino se suma a su recuperación de las historias de horror en Ciudad Juárez o las experiencias de migrantes oaxaqueños en California. Y todo muestra su compromiso ético-político, primero leal a su propia historia y a la de su país maltratado por la dictadura y también leal a su interés profundo por estas comunidades desplazadas a otros ámbitos por hambre y supervivencia en medio de extrema violencia y conflictos de pertenencia.
Argen-mex asumida y gozosa, la memoria se le impuso como obsesión. Y ella abraza el tema y lo acaricia, lo golpea, lo desmenuza y fragmenta. Le da carne a las palabras para no sentirse farsante y meterse a lo hondo de la escritura que genera por igual placeres y dolores.
http://www.jornada.unam.mx/2006/04/23/sem-angelica.html
27/10/07
La Jornada
lunes 1 de octubre de 2007 Cultura
Políticas de la memoria insta a abrir un debate sobre la cultura nacional
El Estado debe pensar en los que no van a Bellas Artes a ver a Frida: Sandra Lorenzano
Políticas de la memoria insta a abrir un debate sobre la cultura nacional
La coordinadora del libro propone enfrentar las visiones en resistencia contra la hegemónica
Mónica Mateos-Vega
Sandra Lorenzano, coordinadora del libro Políticas de la Memoria Foto: Carlos Cisneros Contra la memoria hegemónica, las memorias en resistencia.
Tal es el hilo conductor de las reflexiones incluidas en el libro Políticas de la Memoria. Tensiones en la palabra y la imagen, el cual contiene cerca de 40 ensayos que analizan la memoria, la historia y su relación con el arte y el horror.
El volumen, editado por la Universidad del Claustro de Sor Juana (UCSJ) y Gorla, fue coordinado por la escritora Sandra Lorenzano, quien señala en entrevista con La Jornada que, si bien el Estado mexicano ha sabido incorporar a esa memoria hegemónica las otras memorias, “es necesario que lo reivindique, que vuelva a pensar en esos sectores que no van al Palacio de Bellas Artes a ver a Frida Kahlo.
“La memoria es aquello que se construye en el presente, por lo tanto implica un compromiso ético. Por eso, la forma en que vamos resignificando nuestro pasado es fundamental.”
La especialista señala que es urgente abrir un debate en torno a la memoria, sobre todo en esto tiempos en los que se fraguan dos importantes conmemoraciones para México: el bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución.
“¿A quién le corresponde la celebración del bicentenario? ¿La efeméride es propiedad del Estado o de todos los mexicanos? Lo ideal sería abrir una gran discusión nacional en torno a estos asuntos, ¿qué vamos a hacer?
“Me imagino que se pensará en las grandes obras y en grandes exposiciones porque tenemos un Estado que siempre plantea todo en términos macro, pero de alguna manera olvida que la cultura nacional no es nada más lo que se muestra en Bellas Artes. La cultura nacional es lo que se genera en cada pequeña comunidad.
“Más que pensar en un bicentenario, hace falta una discusión realmente amplia acerca de las políticas culturales de este país e invitar a la sociedad a participar. Las grandes celebraciones son sólo fechas donde el Estado muestra todo su ornato.”
Políticas de la memoria es resultado de dos encuentros que sobre el tema se realizaron en la UCSJ (septiembre de 2005, en el contexto de la cátedra Albert Camus), y en Buenos Aires, Argentina (convocado por la biblioteca nacional de ese país).
Participaron tanto teóricos como artistas interesados en el tema de la memoria, procedentes de Brasil, Uruguay, Estados Unidos, México, Italia, Francia, Alemania y España. (Entre ellos, Pilar Calveiro, Silvana Rabinovich, Liliana Felipe, Enzo Traverso, Horst Hoheisel.)
El diálogo interdisciplinario incluyó reflexiones y propuestas artísticas que van desde la discusión acerca de la memoria del Holocausto o la Guerra Civil Española, al terrorismo en Estados Unidos, o las dictaduras militares ocurridas en los países de América del Sur.
“Éste es un diálogo que no se da con frecuencia. Hubo debate a la par de videos, instalaciones y demás. El libro se organizó en torno de dos ideas fundamentales.
“La primera tiene que ver con la pregunta ¿cómo se constituye la memoria de una sociedad? ¿Qué es aquello que una sociedad busca transmitir a las futuras generaciones? Pero también, ¿qué es aquello que busca borrar?
“La segunda cuestión central de este volumen es el papel de la cultura en esta constitución de la memoria de una sociedad. Para ello pensamos en memorias vinculadas al horror, a esos momentos en que la historia nos presenta su rostro más terrible.
“Los ejes que están presentes en todos los trabajos aquí incluidos tienen que ver con la idea de que no existe una única memoria, sino que la memoria social está constituida por varias: heterogéneas, en conflicto, que forman un entramado complejo, tenso, conflictivo.
“Pero, justamente, no hablamos de una memoria anquilosada, a manera de un relato hegemónico desde sectores que tienen el poder. Aquí hablamos de diversas memorias que van minando la idea de homogeneidad o unilateral, hablamos de las memorias en resistencia.
“Por eso me gustaría que este trabajo fuera leído como un libro militante, que reivindica esta mirada plural y dinámica sobre estas memorias.”
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lunes 1 de octubre de 2007 Cultura
Políticas de la memoria insta a abrir un debate sobre la cultura nacional
El Estado debe pensar en los que no van a Bellas Artes a ver a Frida: Sandra Lorenzano
Políticas de la memoria insta a abrir un debate sobre la cultura nacional
La coordinadora del libro propone enfrentar las visiones en resistencia contra la hegemónica
Mónica Mateos-Vega
Sandra Lorenzano, coordinadora del libro Políticas de la Memoria Foto: Carlos Cisneros Contra la memoria hegemónica, las memorias en resistencia.
Tal es el hilo conductor de las reflexiones incluidas en el libro Políticas de la Memoria. Tensiones en la palabra y la imagen, el cual contiene cerca de 40 ensayos que analizan la memoria, la historia y su relación con el arte y el horror.
El volumen, editado por la Universidad del Claustro de Sor Juana (UCSJ) y Gorla, fue coordinado por la escritora Sandra Lorenzano, quien señala en entrevista con La Jornada que, si bien el Estado mexicano ha sabido incorporar a esa memoria hegemónica las otras memorias, “es necesario que lo reivindique, que vuelva a pensar en esos sectores que no van al Palacio de Bellas Artes a ver a Frida Kahlo.
“La memoria es aquello que se construye en el presente, por lo tanto implica un compromiso ético. Por eso, la forma en que vamos resignificando nuestro pasado es fundamental.”
La especialista señala que es urgente abrir un debate en torno a la memoria, sobre todo en esto tiempos en los que se fraguan dos importantes conmemoraciones para México: el bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución.
“¿A quién le corresponde la celebración del bicentenario? ¿La efeméride es propiedad del Estado o de todos los mexicanos? Lo ideal sería abrir una gran discusión nacional en torno a estos asuntos, ¿qué vamos a hacer?
“Me imagino que se pensará en las grandes obras y en grandes exposiciones porque tenemos un Estado que siempre plantea todo en términos macro, pero de alguna manera olvida que la cultura nacional no es nada más lo que se muestra en Bellas Artes. La cultura nacional es lo que se genera en cada pequeña comunidad.
“Más que pensar en un bicentenario, hace falta una discusión realmente amplia acerca de las políticas culturales de este país e invitar a la sociedad a participar. Las grandes celebraciones son sólo fechas donde el Estado muestra todo su ornato.”
Políticas de la memoria es resultado de dos encuentros que sobre el tema se realizaron en la UCSJ (septiembre de 2005, en el contexto de la cátedra Albert Camus), y en Buenos Aires, Argentina (convocado por la biblioteca nacional de ese país).
Participaron tanto teóricos como artistas interesados en el tema de la memoria, procedentes de Brasil, Uruguay, Estados Unidos, México, Italia, Francia, Alemania y España. (Entre ellos, Pilar Calveiro, Silvana Rabinovich, Liliana Felipe, Enzo Traverso, Horst Hoheisel.)
El diálogo interdisciplinario incluyó reflexiones y propuestas artísticas que van desde la discusión acerca de la memoria del Holocausto o la Guerra Civil Española, al terrorismo en Estados Unidos, o las dictaduras militares ocurridas en los países de América del Sur.
“Éste es un diálogo que no se da con frecuencia. Hubo debate a la par de videos, instalaciones y demás. El libro se organizó en torno de dos ideas fundamentales.
“La primera tiene que ver con la pregunta ¿cómo se constituye la memoria de una sociedad? ¿Qué es aquello que una sociedad busca transmitir a las futuras generaciones? Pero también, ¿qué es aquello que busca borrar?
“La segunda cuestión central de este volumen es el papel de la cultura en esta constitución de la memoria de una sociedad. Para ello pensamos en memorias vinculadas al horror, a esos momentos en que la historia nos presenta su rostro más terrible.
“Los ejes que están presentes en todos los trabajos aquí incluidos tienen que ver con la idea de que no existe una única memoria, sino que la memoria social está constituida por varias: heterogéneas, en conflicto, que forman un entramado complejo, tenso, conflictivo.
“Pero, justamente, no hablamos de una memoria anquilosada, a manera de un relato hegemónico desde sectores que tienen el poder. Aquí hablamos de diversas memorias que van minando la idea de homogeneidad o unilateral, hablamos de las memorias en resistencia.
“Por eso me gustaría que este trabajo fuera leído como un libro militante, que reivindica esta mirada plural y dinámica sobre estas memorias.”
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La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez
Una propuesta de interpretación
La extrema asimetría por la extracción desregulada de ganancias por parte de un grupo es una condición crucial para que se establezca un contexto de impunidad.
Rita Laura Segato
Ser mujer en Ciudad Juárez es más peligroso que en otro lugares del país. Allí la violencia deja su marca, desde hace años, sobre los cuerpos femeninos. Cuerpos desechables, cuerpos prescindibles en el aparato productivo, cuerpos borrables del imaginario social, cuerpos disponibles para los “más hombres”. ¿Qué es finalmente una mujer? ¿Qué es una mujer si además es pobre? ¿Qué es sino un territorio para que el poder disponga de él a su antojo?
Ser mujer en Ciudad Juárez es más peligroso que en otros lugares del país; allí han sido asesinadas más de 460 mujeres en los últimos trece años; 600 más están desaparecidas. Cuerpos desechables, cuerpos prescindibles, cuerpos borrables. Algunas eran apenas niñas, adolescentes. Las historias de injusticia, de complicidad y silencio por parte de los poderosos, las conocemos todos.
Los crímenes siguen sin aclararse. Y como la impunidad genera más impunidad, continúan apareciendo cadáveres. A un promedio de dos asesinadas al mes, la misoginia llevada al más aterrador nivel de crueldad sigue alimentándose de cuerpos de mujeres de la frontera.
Rita Segato intenta comprender lo que parece incomprensible, entender el horror de una sociedad que escribe la violencia, la intolerancia, la prepotencia en los cuerpos de sus mujeres. Cuerpos de mujeres jóvenes, trabajadoras de la maquila en su mayoría, pequeñas, morenas, de cabellos y sueños largos. Cuerpos mutilados, cuerpos desfigurados. El poder del más fuerte se escribe sobre los cuerpos más vulnerables de la sociedad. Las mujeres y las niñas.
A partir de su trabajo con violadores en la penitenciaría de Brasilia, la antropóloga llega a cuestiones clave para entender este tipo de violencia; se trata de interpretaciones aterradoras por su sencillez, por la presencia, aceptación y complicidad cotidiana del horror que muestran en la sociedad.[3] Segato plantea que “…los crímenes sexuales no son obra de desviados individuales, enfermos mentales o anomalías sociales, sino expresiones de una estructura simbólica profunda que organiza nuestros actos y nuestras fantasías y les confiere inteligibilidad. En otras palabras: el agresor y la colectividad comparten el imaginario de género, hablan el mismo lenguaje, pueden entenderse.” (p.15)
Ahora bien, cómo funciona este lenguaje en una frontera que no es solamente frontera política sino, principalmente, abismo entre la miseria y el exceso. “La frontera del tráfico más lucrativo del mundo: tráfico de drogas, tráfico de cuerpos.” Uno de los puntos de partida del análisis es el estrecho vínculo entre el neoliberalismo feroz que se “globalizó” en los márgenes de esta frontera y la violencia sobre las mujeres; entre una acumulación desregulada que se concentró en las manos de algunas familias de Ciudad Juárez y el cuerpo femenino como desecho.
El Estado nacional – cada vez más empequeñecido y prácticamente sin control ni social ni económico en extensas zonas del país - ha dejado el poder en manos de grupos locales que actúan según las reglas de lo que podría considerarse un “totalitarismo regional”, siguiendo la propuesta de Hanna Arendt. Estaríamos hablando de la constitución de Estados paralelos; de ahí el subtítulo de la obra de Rita Segato: Territorio, soberanía y crímenes de segundo Estado. Ésta es la causa principal de la impunidad que ha imperado en lo que respecta a los feminicidios. Y Segato agrega un elemento más para intentar entender lo que ha sucedido desde la aparición en 1993 de la primera víctima: es preciso considerar a los crímenes de mujeres en Ciudad Juárez no como resultado de la impunidad, sino como productores y reproductores de impunidad. Esta reflexión es fundamental para salir del círculo simplificador del “móvil sexual” que suele aparecer en todas las explicaciones “oficiales” y profundizar en un fenómeno que involucra, de una manera o de otra, a todos los grupos con poder de la ciudad.
En este sentido, plantea la autora:
“Ésta fue mi primera hipótesis y es posible también que haya sido el primer propósito de sus perpetradores en el tiempo: sellar, con la complicidad colectivamente compartida en las ejecuciones horrendas, un pacto de silencio capaz de garantizar la lealtad inviolable a cofradías mafiosas que operan a través de la frontera más patrullada del mundo. Dar prueba, también, de la capacidad de crueldad y poder de muerte que negocios de alta peligrosidad requieren. El rito sacrificial, violento y macabro, une a los miembros de la mafia y vuelve su vínculo inviolable.” (p.27)
Tal propuesta se fortalece mediante uno de los puntos centrales del trabajo de Segato: la violencia sobre los cuerpos femeninos entendida como un mensaje doble. El enunciado implícito en la violación se dirige necesariamente a varios interlocutores. En general se ha considerado uno solo de los ejes de interlocución a lo largo de los cuales emite su mensaje el agresor; nos referimos al eje vertical que lo relaciona con la víctima. Sin embargo, hay otro aspecto que permite entender los mecanismos puestos en juego en los feminicidios; se trata de un eje horizontal de interlocución a través del cual el agresor se dirige a sus pares, ya sea para solicitar el ingreso a un determinado grupo, o para mostrar su poder frente a sus iguales, sean éstos aliados o competidores, frente a las autoridades locales y federales, a los organismos de derechos humanos, a los periodistas, a los intelectuales, a los activistas... Estamos ante la exasperación, dentro de un orden mafioso, de los procesos de probación, conquista y exacción de tributos de un otro/a que han sido históricamente productores de masculinidad en el régimen patriarcal. Subrayando la importancia de este eje horizontal queda claro que quienes dominan la escena son, para el violador, los otros hombres y no la víctima.
Si el libro de Rita Segato inicia en primera persona con el relato de su propio miedo en Ciudad Juárez, adonde fue invitada por las agrupaciones “Nuestras hijas de regreso a casa” y Epikeia, cierra después del análisis agudo, sólido y valiente que presenta y que he intentado resumir en estas páginas, con una vuelta a la primera persona para preguntarse acerca de las posibilidades políticas, jurídicas y éticas de combatir estos crímenes de lesa humanidad. Quizás estemos realmente descifrando el enigma, quizás hemos dado un paso importante en la comprensión de los hechos, sin embargo “al igual que el héroe trágico, nos sumergimos más y más en un destino que no conseguimos detener” (p.49).
“¿Y si tal vez la justicia no fuera posible sino solamente la paz? ¿Podríamos conformarnos con que los asesinatos de mujeres de Ciudad Juárez un día, simplemente, acaben y se vayan transformando lentamente en pasado, sin que nunca se llegue a hacer justicia? (…) ¿Si nos dijeran que la única salida es un armisticio, sería yo, serían ustedes, capaces de aceptarlo? ¿Y seríamos capaces de no aceptarlo?” (p.53)
[1] Rita Laura Segato, La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. Territorio, soberanía y crímenes de segundo Estado, México, Universidad del Claustro de Sor Juana, 2006.
[2] Escritora.
[3] Ver Rita Laura Segato, Las estructuras elementales de la violencia. Ensayos sobre género entre la antropología, el psicoanálisis y los derechos humanos, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes / Prometeo, 2003.
La extrema asimetría por la extracción desregulada de ganancias por parte de un grupo es una condición crucial para que se establezca un contexto de impunidad.
Rita Laura Segato
Ser mujer en Ciudad Juárez es más peligroso que en otro lugares del país. Allí la violencia deja su marca, desde hace años, sobre los cuerpos femeninos. Cuerpos desechables, cuerpos prescindibles en el aparato productivo, cuerpos borrables del imaginario social, cuerpos disponibles para los “más hombres”. ¿Qué es finalmente una mujer? ¿Qué es una mujer si además es pobre? ¿Qué es sino un territorio para que el poder disponga de él a su antojo?
Ser mujer en Ciudad Juárez es más peligroso que en otros lugares del país; allí han sido asesinadas más de 460 mujeres en los últimos trece años; 600 más están desaparecidas. Cuerpos desechables, cuerpos prescindibles, cuerpos borrables. Algunas eran apenas niñas, adolescentes. Las historias de injusticia, de complicidad y silencio por parte de los poderosos, las conocemos todos.
Los crímenes siguen sin aclararse. Y como la impunidad genera más impunidad, continúan apareciendo cadáveres. A un promedio de dos asesinadas al mes, la misoginia llevada al más aterrador nivel de crueldad sigue alimentándose de cuerpos de mujeres de la frontera.
Rita Segato intenta comprender lo que parece incomprensible, entender el horror de una sociedad que escribe la violencia, la intolerancia, la prepotencia en los cuerpos de sus mujeres. Cuerpos de mujeres jóvenes, trabajadoras de la maquila en su mayoría, pequeñas, morenas, de cabellos y sueños largos. Cuerpos mutilados, cuerpos desfigurados. El poder del más fuerte se escribe sobre los cuerpos más vulnerables de la sociedad. Las mujeres y las niñas.
A partir de su trabajo con violadores en la penitenciaría de Brasilia, la antropóloga llega a cuestiones clave para entender este tipo de violencia; se trata de interpretaciones aterradoras por su sencillez, por la presencia, aceptación y complicidad cotidiana del horror que muestran en la sociedad.[3] Segato plantea que “…los crímenes sexuales no son obra de desviados individuales, enfermos mentales o anomalías sociales, sino expresiones de una estructura simbólica profunda que organiza nuestros actos y nuestras fantasías y les confiere inteligibilidad. En otras palabras: el agresor y la colectividad comparten el imaginario de género, hablan el mismo lenguaje, pueden entenderse.” (p.15)
Ahora bien, cómo funciona este lenguaje en una frontera que no es solamente frontera política sino, principalmente, abismo entre la miseria y el exceso. “La frontera del tráfico más lucrativo del mundo: tráfico de drogas, tráfico de cuerpos.” Uno de los puntos de partida del análisis es el estrecho vínculo entre el neoliberalismo feroz que se “globalizó” en los márgenes de esta frontera y la violencia sobre las mujeres; entre una acumulación desregulada que se concentró en las manos de algunas familias de Ciudad Juárez y el cuerpo femenino como desecho.
El Estado nacional – cada vez más empequeñecido y prácticamente sin control ni social ni económico en extensas zonas del país - ha dejado el poder en manos de grupos locales que actúan según las reglas de lo que podría considerarse un “totalitarismo regional”, siguiendo la propuesta de Hanna Arendt. Estaríamos hablando de la constitución de Estados paralelos; de ahí el subtítulo de la obra de Rita Segato: Territorio, soberanía y crímenes de segundo Estado. Ésta es la causa principal de la impunidad que ha imperado en lo que respecta a los feminicidios. Y Segato agrega un elemento más para intentar entender lo que ha sucedido desde la aparición en 1993 de la primera víctima: es preciso considerar a los crímenes de mujeres en Ciudad Juárez no como resultado de la impunidad, sino como productores y reproductores de impunidad. Esta reflexión es fundamental para salir del círculo simplificador del “móvil sexual” que suele aparecer en todas las explicaciones “oficiales” y profundizar en un fenómeno que involucra, de una manera o de otra, a todos los grupos con poder de la ciudad.
En este sentido, plantea la autora:
“Ésta fue mi primera hipótesis y es posible también que haya sido el primer propósito de sus perpetradores en el tiempo: sellar, con la complicidad colectivamente compartida en las ejecuciones horrendas, un pacto de silencio capaz de garantizar la lealtad inviolable a cofradías mafiosas que operan a través de la frontera más patrullada del mundo. Dar prueba, también, de la capacidad de crueldad y poder de muerte que negocios de alta peligrosidad requieren. El rito sacrificial, violento y macabro, une a los miembros de la mafia y vuelve su vínculo inviolable.” (p.27)
Tal propuesta se fortalece mediante uno de los puntos centrales del trabajo de Segato: la violencia sobre los cuerpos femeninos entendida como un mensaje doble. El enunciado implícito en la violación se dirige necesariamente a varios interlocutores. En general se ha considerado uno solo de los ejes de interlocución a lo largo de los cuales emite su mensaje el agresor; nos referimos al eje vertical que lo relaciona con la víctima. Sin embargo, hay otro aspecto que permite entender los mecanismos puestos en juego en los feminicidios; se trata de un eje horizontal de interlocución a través del cual el agresor se dirige a sus pares, ya sea para solicitar el ingreso a un determinado grupo, o para mostrar su poder frente a sus iguales, sean éstos aliados o competidores, frente a las autoridades locales y federales, a los organismos de derechos humanos, a los periodistas, a los intelectuales, a los activistas... Estamos ante la exasperación, dentro de un orden mafioso, de los procesos de probación, conquista y exacción de tributos de un otro/a que han sido históricamente productores de masculinidad en el régimen patriarcal. Subrayando la importancia de este eje horizontal queda claro que quienes dominan la escena son, para el violador, los otros hombres y no la víctima.
Si el libro de Rita Segato inicia en primera persona con el relato de su propio miedo en Ciudad Juárez, adonde fue invitada por las agrupaciones “Nuestras hijas de regreso a casa” y Epikeia, cierra después del análisis agudo, sólido y valiente que presenta y que he intentado resumir en estas páginas, con una vuelta a la primera persona para preguntarse acerca de las posibilidades políticas, jurídicas y éticas de combatir estos crímenes de lesa humanidad. Quizás estemos realmente descifrando el enigma, quizás hemos dado un paso importante en la comprensión de los hechos, sin embargo “al igual que el héroe trágico, nos sumergimos más y más en un destino que no conseguimos detener” (p.49).
“¿Y si tal vez la justicia no fuera posible sino solamente la paz? ¿Podríamos conformarnos con que los asesinatos de mujeres de Ciudad Juárez un día, simplemente, acaben y se vayan transformando lentamente en pasado, sin que nunca se llegue a hacer justicia? (…) ¿Si nos dijeran que la única salida es un armisticio, sería yo, serían ustedes, capaces de aceptarlo? ¿Y seríamos capaces de no aceptarlo?” (p.53)
[1] Rita Laura Segato, La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. Territorio, soberanía y crímenes de segundo Estado, México, Universidad del Claustro de Sor Juana, 2006.
[2] Escritora.
[3] Ver Rita Laura Segato, Las estructuras elementales de la violencia. Ensayos sobre género entre la antropología, el psicoanálisis y los derechos humanos, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes / Prometeo, 2003.
Una morada para el ser del Otro. Sobre educación, humanismo y arte
Publicado en la revista Nexos de septiembre de 2007
1.
Mass-klo, matisklo... aproximadamente así suena la única palabra que pronunció Hurbinek en toda su vida. Hurbinek “no era nadie”, cuenta Primo Levi en La tregua, “un hijo de la muerte, un hijo de Auschwitz. Parecía tener unos tres años, nadie sabía nada de él, no sabía hablar y no tenía nombre: aquel curioso nombre de Hurbinek se lo habíamos dado nosotros (...) Estaba paralítico de medio cuerpo y tenía las piernas atrofiadas, delgadas como hilos; pero los ojos, perdidos en la cara triangular y hundida, asaeteaban atrozmente a los vivos, llenos de preguntas, de afirmaciones, del deseo de desencadenarse, de romper la tumba de su mutismo”.[2] ¿Cómo se puede nacer y morir sin un nombre? El silencio de Hurbinek es la negación de la humanidad de cada uno de nosotros. Su “ser nadie” es el abismo donde perdemos nuestro propio rostro. Su falta de palabras cancela el sentido de nuestras propias palabras. “La palabra que le faltaba – continúa Primo Levi – y que nadie se había preocupado de enseñarle, la necesidad de la palabra, apremiaba desde su mirada con una urgencia explosiva: era una palabra salvaje y humana a la vez, una mirada madura que nos juzgaba y que ninguno de nosotros se atrevía a afrontar, de tan cargada que estaba de fuerza y de dolor. Ninguno excepto Henek: era mi vecino de cama, un muchacho húngaro robusto y florido, de quince años. Henek se pasaba junto a la cuna de Hurbinek la mitad del día. Era maternal más que paternal (...) Henek, tranquilo y testarudo, se sentaba junto a la pequeña esfinge, inmune al triste poder que emanaba; le llevaba de comer, le arreglaba las mantas, lo limpiaba con hábiles manos que no sentían repugnancia; y le hablaba, naturalmente en húngaro, con voz lenta y paciente. Una semana más tarde, Henek anunció con seriedad, pero sin sombra de presunción, que Hurbinek ‘había dicho una palabra’. ¿Qué palabra? No lo sabía, una palabra difícil, que no era húngara: algo parecido a mass-klo, matisklo.” El horror como negación de la palabra, como negación del lenguaje, como negación del saber y del logos, de los sentidos y del cuerpo. Pero algo de humanidad queda siempre entre los seres humanos, algo de humanidad queda aun bajo los seres cancelados. Como en aquel hombre, prisionero de Buchenwald que llenaba las fichas con los datos de los que iban llegando. “Profesión”, le preguntó al joven Jorge Semprún, de menos de veinte años, deportado desde Francia. “Estudiante” contestó éste con orgullo y quizás algo de inconsciente soberbia. “Student”; una palabra que puesta en la tarjeta de control hubiera significado la pronta ejecución del resistente español. El hombre lo miró tal vez con compasión, y sin volver a preguntar escribió en el espacio en blanco “Stukateur”. De ese modo le salvó la vida. Algo queda de humanidad; como en Henek, que desde sus quince años, su ternura y su testarudez, sabe que el silencio de Hurbinek es la derrota de todos; su empeño en lograr que finalmente las preguntas, los deseos, el dolor del niño sin nombre salieran de “la tumba de su mutismo” es una apuesta por la vida en el límite de su desaparición. La relación entre ambos, esa relación en que “el adolescente dotado de palabra, acoge la palabra por venir y todavía no dicha de Hurbinek”, es una “situación educativa radical”.[3]
En este sentido, la educación, tal y como queda derivada de este encuentro, “del encuentro entre la palabra muda y la palabra ya adquirida, no es otra cosa que la voluntad por hacer un lugar al otro dentro de uno, aunque sea al precio de la deconstrucción del propio yo, pero aceptando que este lugar de acogimiento no está ni previsto ni programado. Es buscar y desear que surja la palabra en el otro, que el otro encuentre su propio modo de expresión, sin dictar la palabra que deba decir desde ningún a priori. Educar es, en fin, justo lo contrario del totalitarismo”.[4]
No es simplemente transmitir un saber, una palabra, sino crear el espacio para que esa palabra surja en el otro. Experiencia de donación y de recepción, de creación compartida. Henek sabe que el humanismo significa cultivar lo que de verdaderamente humano hay en el niño nacido en Auschwitz. Henek sabe que a través de esa extraña palabra que finalmente aparecerá en los labios de Hurbinek - mass-klo, matisklo... – conviven de manera tensa y desagarrada lo mejor y lo peor de nuestra cultura. Sabe que allí, en ese quiebre, en esa fisura que lleva al infinito, está la mínima victoria de la vida sobre la muerte.
2.
Si para nosotros, como para Hurbinek, educar es abrirle al otro las puertas de sus propias posibilidades, guiarlo en la búsqueda de su propia palabra, propiciar la realización de aquello que lo hace verdaderamente humano, compartimos, entonces, con el joven húngaro la idea de que un lazo indisoluble une educación y humanismo. Es decir, la educación considerada como modo de velar por la “humanización” de los seres humanos. No estamos hablando de saberes, o no principalmente, sino de los muy diversos caminos en que cada uno puede cumplir su propio ser, en que cada uno puede cumplir su destino, su daimon. “Llega a ser el que eres”, decía Píndaro. Ni más ni menos. Un humanismo que parta ya no de la idea del ser humano colocado en el lugar supremo de la creación, sino un humanismo roto, quebrado, fracturado, por la experiencia del mal absoluto; un humanismo de la libertad, consciente de que la libertad puede ser, como dijo Sartre, el “terror”; un humanismo que dé cuenta de los claroscuros que fundan la modernidad, de las crisis que la han marcado – más allá de discusiones de términos -; que asuma el cuidado de los otros y de su entorno desde una propuesta sin centros; un humanismo descentrado, entonces, que sea a la vez búsqueda y resistencia; un humanismo discontinuo, crítico. No creo que valga la pena entrar a la discusión de si verdaderamente hablamos de humanismo o de “anti-humanismo”; en todo caso, hablamos de un concepto alejado de la tradición metafísica, de las etiquetas, y del narcisismo antropocéntrico. Podríamos llamarlo quizás un humanismo “menor”, en el sentido más revulsivo del término, ése que crearon Deleuze y Guattari para hablar de la literatura de Kafka.
La paideia que proponían los griegos no puede hoy ignorar siglos de historia, no puede olvidar las brutales desigualdades que marcan el mundo actual, especialmente evidentes en países como el nuestro; no puede hoy ignorar la prepotencia y ostentación que van de la mano de la violencia; la discriminación e intolerancia como justificación de “guerras preventivas” o de muros indignos –ya sea en Medio Oriente, en Tijuana o en Río de Janeiro-. La paideia hoy debe partir de nuestro ser lastimado, del desencanto y el dolor, pero al mismo tiempo de la fuerza de los márgenes, de una riqueza que no es sólo logos, sino también cuerpo, sino también afectividad, deseo. No hay educación basada en verdades absolutas sino en búsquedas compartidas, en ese acoger al otro para que encuentre su propia voz, su propia palabra, desde la dignidad y autonomía de los seres humanos, desde el riesgo que implica la libertad, desde la obligación – para muchos ya anacrónica – de pelear por un mundo más justo, es decir, entre muchas otras cosas, por un mundo donde todos tengan las mismas posibilidades educativas, y no donde tengan más privilegios en este campo quienes han nacido con más privilegios en todos los otros campos.
En este sentido, el humanismo es, ante todo, una concepción ética.[5] La educación, la de todos los días en todo lugar, pero también la educación formal - la de la escuela en cada uno de sus niveles - tiene como causa última, como pilar esencial, el cultivo, el cuidado de esa eticidad constitutiva de lo humano en su sentido más profundo. El cuidado de esa morada, de ese refugio – éste era el significado de ethos en griego – donde regresamos ante los embates de un afuera dominado por la mercantilización, la violencia, la intolerancia, la opresión. ¿Dónde si no en esa morada de la humanitas podríamos, como Hurbinek, pronunciar nuestra palabra? ¿Dónde podríamos hacer de esa palabra, palabra en diálogo, palabra para los otros? Palabra a través de la cual se cumple el destino terrenal del ser humano; homo es humus: es tierra[6].
3.
“El humanismo no es un saber sino una forma de ser”[7], una manera “específica de concebir la naturaleza humana”, es por lo tanto y ante todo, una concepción ética. ¿De qué estamos hablando, entonces, cuando hablamos de humanismo y de su relación con la escuela? Hablamos de una escuela cuyo compromiso principal sea, precisamente, ayudar a que se cumpla el ser del hombre, su humanitas, y esto – vale la pena aclararlo - no se logra solamente a través del cultivo de las llamadas “humanidades”, sino, por supuesto, de la conjunción y el diálogo de todos los campos del saber. Proponemos una ciencia y una tecnología vertebradas también ellas por un discurso humanista, de compromiso con la sociedad. Difícilmente nuestro continente saldrá de su realidad de pobreza y desigualdad – por mucho que quieran convencernos de lo contrario con discursos “globalifílicos” – mientras el número de científicos apenas supere los 100 mil en una población de 500 millones de habitantes, y el producto interno bruto destinado a este rubro sea vergonzosamente inferior al del mundo desarrollado (0,3% frente al 4% aproximadamente), o mientras los maestros sigan recibiendo sueldos de hambre (el salario de los maestros es directamente proporcional al interés de un Estado por la educación). Estas reivindicaciones poco tienen que ver con una dictadura mercantilista que olvida que la información y el conocimiento no son lo mismo (“Quiero para los estudiantes no cabezas bien llenas, sino cabezas bien hechas”, decía Montaigne), que olvida que la creatividad y la investigación son fuente de saber, que olvida que una sociedad sin memoria es una sociedad sin raíces, sin rostro, y por lo tanto, muy probablemente, sin proyecto de futuro (difícil este tema de la memoria en un mundo como el nuestro que prefiere entretenerse con los reverberos de la superficie, no profundizar en nada que pueda recordarnos nuestra propia muerte; difícil en una cultura tan afecta a apretar la tecla “delete”, para que no duela, para que – como dice la canción – “que no quede huella, que no y que no”). Tampoco se realiza el homo humanus si se olvida que en una democracia el ser humano es también un ciudadano; ciudadanía ésta que no puede estar construida sobre las desigualdades de acceso a los bienes materiales y simbólicos. Ciudadanía de la igualdad, entonces, la que buscamos, pero respetuosa de las diferencias que hacen que cada una de nuestras sociedades sea heterogénea y múltiple. Ser ciudadano es mucho más que emitir un voto el día de las elecciones, o regodearnos - o lamentarnos según sea el caso -, con videoescándalos, o con manifestaciones vistas desde la comodidad de nuestro lugar frente a la televisión; es “hacer nación”, ser responsables de lo que ocurre en nuestra sociedad, y desde ese lugar, desde los derechos pero también desde las obligaciones que ese lugar da, exigir mínimas garantías a los derechos humanos, a la diferencia, a la libertad de pensamiento. Sin duda, el tema de la formación de ciudadanía, inseparable del compromiso ético, debe ocupar un lugar fundamental en las preocupaciones educativas.
4.
Inicio este cuarto inciso citando nuevamente a Paulo Freire cuando dice: “La educación necesita tanto de formación técnica, científica y profesional como de sueños y utopías”. ¿Cómo hacer para que la escuela ayude a tener fe en sueños y utopías? ¿Cómo hacer para que los niños, los jóvenes, nuestros estudiantes, defiendan su derecho al sueño y a la utopía? Sabemos que la defensa de ese derecho los hará seres humanos más creativos, seguros de sí mismos, imaginativos, comprometidos y solidarios con el otro, con Hurbinek. ¿Acaso no sería ésta la base de una verdadera educación democrática? ¿De una educación que no corte las alas, sino que ayude a que crezcan y se hagan fuertes? ¿De una educación que – como decíamos al principio - desea que “surja la palabra en el otro, que el otro encuentre su propio modo de expresión, sin dictar la palabra que deba decir desde ningún a priori”?
Si la educación es entonces aquello que va a permitir que los seres humanos se desarrollen en libertad, aquello que va a proteger sus sueños y utopías, tiene que ser un espacio que favorezca la curiosidad, la creatividad, el diálogo… En este sentido, la educación comparte con el arte más de lo que muchos se atreven a aceptar; o debería compartir. ¿Hay acaso mayor espacio de libertad que el arte?
La educación que nuestra democracia necesita, esa educación como práctica de la libertad, no puede, no debe darle la espalda al arte, a las infinitas posibilidades que el arte otorga para plasmar precisamente sueños y utopías.
La “educación por el arte” es en sí misma quizás una utopía. Una utopía con historia: Es Platón quien habla del arte como la base de toda forma de educación.
Como planteaba Herbert Read en su texto clásico, Educación por el arte, no estamos hablando estrictamente de lo que conocemos como “educación artística” sino de una completa y verdadera “educación estética” que busque el desarrollo integral de los seres humanos en relación con su mundo y su época. No se trata de que los niños preparen un “bailable” de fin de curso, o tengan clases de dibujo en la escuela primaria. El arte para esta propuesta no es un “complemento bonito” al que, si queda tiempo después de las cosas “serias”, podemos dedicarle un rato, sino la base de una formación que favorezca la sensibilidad, la creatividad, la independencia y autonomía, la relación con la propia comunidad. Una formación que permita a los seres humanos llegar a ser lo que verdaderamente son: seres que nacen con potencialidades que la sociedad debe ayudar a desarrollar, no a recortar para adaptar a cada uno a los modelos preestablecidos. “…que las lecciones de vuestro niños tomen la forma de juego. Esto os ayudará también a apreciar cuáles son sus aptitudes naturales”, escribió Platón en La República. ¿Cómo permitiríamos que se desarrollaran si no diéramos espacio para que se manifiesten? No se trata de “acomodar” los sueños y las utopías, sino de propiciar su “desacomodo” imaginativo, de desarrollar la variedad, no la uniformidad. El ideal de ciudadanía de un Estado democrático o libertario no puede pasar por la homogeneidad de sus ciudadanos.
“El trabajo libre o arte – escribió Santayana – es simplemente la naturaleza desplegando sus potencialidades, tanto en el mundo como en la mente, y desplegándolas conjuntamente, en la medida en que guardan armonía en ambas esferas.”
Así, la educación que se lleva a cabo a partir de la sensibilidad estética busca hacer de cada individuo un ser completo a través del desarrollo de los varios procesos mentales que lo constituyen: sensación, percepción, intuición, sentimiento, pensamiento.
¿Cómo imaginar caminos para hacer de nuestro mundo un mundo mejor si no es a través del desarrollo de la imaginación o de los sentimientos? ¿Cómo crear esos caminos sin propiciar el desarrollo de la percepción, en todos los sentidos, de la creatividad?
Estas afirmaciones que tal vez resulten obvias para muchos, no se han concretado verdaderamente, en nuestros planes y programas educativos. Si, como establecen todas las declaraciones y convenciones internacionales, el derecho a la educación debe proporcionar a niños y adultos un desarrollo pleno y armonioso propiciando su participación en la vida artística y cultural, entonces se sigue que la educación por el arte tiene que ser parte fundamental de los programas educativos. Dice la UNESCO en sus documentos sobre el tema: “La educación por el arte es un derecho humano universal, abarcando también a aquellos que suelen estar excluidos de la educación formal, como los inmigrantes, los grupos culturalmente minoritarios y las personas con capacidades diferentes.” Y a continuación hace una enumeración de los derechos que se vinculan con esta propuesta. Cito algunos, sólo a modo de ejemplo:
De la Declaración Universal de los Derechos Humanos
Artículo 22
Toda persona, como miembro de la sociedad, tiene derecho (…) a obtener (…) la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales, indispensables a su dignidad y al libre desarrollo de su personalidad.
Artículo 27
1. Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten.
Transcribo unos ejemplos más tomados de la Convención sobre los Derechos de los Niños:
Artículo 29: 1. Los Estados Partes convienen en que la educación del niño deberá estar encaminada a: a) Desarrollar la personalidad, las aptitudes y la capacidad mental y física del niño hasta el máximo de sus posibilidades…
Artículo 31: 1. Los Estados Partes reconocen el derecho del niño al descanso y el esparcimiento, al juego y a las actividades recreativas propias de su edad y a participar libremente en la vida cultural y en las artes.
¿De qué derechos estamos hablando cuando, en nuestro país, uno de cada seis niños de entre 6 y 14 años trabaja?[8]
Sabemos que todos, los que trabajan y los que no, los que pueden ir a la escuela y los que no, todos tienen un enorme potencial creativo. Sabemos también que no todos van a poder desarrollarlo. Permitir que los niños desarrollen este potencial, incorporando además elementos de su propia cultura en la educación, cultivará en ellos el sentido de la creatividad y la iniciativa, la imaginación, la inteligencia, la capacidad para la reflexión crítica, la autonomía, y la libertad de pensamiento y de acción. Es decir que el arte, la educación estética, los hará mejores personas.
Si lo pensamos en los términos que le gustan al neoliberalismo en todas sus ramas, realmente no sirve para nada. No proporciona ninguna ganancia medible. ¿Cómo se miden, por ejemplo, la conciencia moral o la capacidad crítica? ¿Será esta “inutilidad” lo que hace que tenga tan poco peso en las políticas educativas? ¿O que llegue a excluirse? La Secretaría de Educación Pública le ha solicitado abiertamente a ciertas escuelas de formación para maestros que eviten en el planteamiento de sus nuevos proyectos educativos los términos “arte” y “cultura”, entre otros. De tal suerte que, por ejemplo, las propuestas destinadas al “fortalecimiento de las actividades culturales” tienen que ser ahora reformuladas como “fortalecimiento a actividades ¡curriculares!”.
La aproximación de cada uno a la vida artística y cultural enseña además, de manera progresiva a entender, apreciar y experimentar las diversas expresiones a través de las cuales los seres humanos exploran y proponen acerca de su realidad. La verdadera educación artística integra los aspectos físico, intelectual, afectivo y creativo. La separación de los cognitivo y lo emocional, y el consiguiente detrimento de alguno de los dos aspectos, repercute en la conformación completa del sujeto. Hay quienes plantean, incluso, que el desarrollo del aspecto cognitivo en detrimento de la esfera emocional es en parte la causa del debilitamiento de los principios éticos y morales de nuestra sociedad. El comportamiento moral tiene que ver sin duda con la consolidación de la ciudadanía, por lo que – como lo propone la propia UNESCO - el mayor equilibrio entre lo cognitivo y lo emocional contribuirá al desarrollo de una sociedad democrática y tolerante, una sociedad de paz.
Los aspectos tangibles e intangibles de la cultura se pierden cuando no son valorados, ni se protegen los canales para que puedan ser transmitidos de generación en generación. Tiene que ser un compromiso de la sociedad toda fortalecer estos canales tanto dentro de la educación formal como de la informal. Al hacer más sólidos los lazos entre la identidad y la propia cultura, se aprende también a valorar y respetar la diversidad.
¿Cabe alguna duda acerca del potencial de acercar a los niños al arte –ya sea a través de la práctica y la experimentación, ya a través del disfrute y el estudio-? ¿Queremos o no queremos ciudadanos sensibles, inteligentes, críticos y creativos?
Desde la reflexión de Schiller sobre la educación estética de la humanidad, el arte ha sido considerado como el lazo principal entre los seres humanos y el libre desarrollo de su inteligencia y sensibilidad.
Acercar a los niños al arte es darles una morada para que surja su propia palabra. Palabra íntegra, comprometida, ética. Palabra para imaginar un mundo mejor. No es poca cosa.
[1] Escritora.
[2] Primo Levi, La tregua, Barcelona, Muchnik, p.21.
[3] Sigo en estos párrafos la lectura que Fernando Bárcena hace en su libro La esfinge muda. El aprendizaje del dolor después de Auschwitz, Barcelona, Anthropos, 2001, pp. 185 y ss.
[4] Ibid., p.188.
[5] Ver Juliana González, El ethos, destino del hombre, México, UNAM / Fondo de Cultura Económica, 1996.
[6] Ibid., p.24.
[7] Eduardo Nicol, “Humanismo y ética”, citado en J. González, op. cit., p.22.
[8] Según datos del INEGI.
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