Hoy, 25 de mayo, Rosario Castellano hubiera cumplido noventa años.
¿Me dejan hacer una pequeña confesión? La verdad es que me cuesta pensar
mi relación con la literatura mexicana sin sus libros. Su Meditación en
el umbral es casi un himno para muchas de nosotras. Balún Canán me
enseñó uno de los rostros más dolorosos y entrañables de este país.
Siempre digo que es uno de las obras que me cambió la vida.
Son
muchas las páginas escritas por ella que me han acompañado a lo largo de
los años. Tenía una sensibilidad fuera de lo común que se siente en
cada una de sus palabras. Es una de esas escritoras que da ganas no sólo
de leer sino también de abrazar.
El abrazo va ahora para Gabriel Guerra Castellanos y para Martín.
Meditación en el umbral
No, no es la solución
tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoy
ni apurar el arsénico de Madame Bovary
ni aguardar en los páramos de Ávila la visita
del ángel con venablo
antes de liarse el manto a la cabeza
y comenzar a actuar.
Ni concluir las leyes geométricas, contando
las vigas de la celda de castigo
como lo hizo Sor Juana. No es la solución
escribir, mientras llegan las visitas,
en la sala de estar de la familia Austen
ni encerrarse en el ático
de alguna residencia de la Nueva Inglaterra
y soñar, con la Biblia de los Dickinson,
debajo de una almohada de soltera.
Debe haber otro modo que no se llame Safo
ni Mesalina ni María Egipciaca
ni Magdalena ni Clemencia Isaura.
Otro modo de ser humano y libre.
Otro modo de ser.
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