21/6/11
20/6/11
19/6/11
12/6/11
Poema de los dones
Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.
De esta ciudad de libros hizo dueños
a unos ojos sin luz, que sólo pueden
leer en las bibliotecas de los sueños
los insensatos párrafos que ceden
las albas a su afán. En vano el día
les prodiga sus libros infinitos,
arduos como los arduos manuscritos
que perecieron en Alejandría.
De hambre y de sed (narra una historia griega)
muere un rey entre fuentes y jardines;
yo fatigo sin rumbo los confines
de esta alta y honda biblioteca ciega.
Enciclopedias, atlas, el Oriente
y el Occidente, siglos, dinastías,
símbolos, cosmos y cosmogonías
brindan los muros, pero inútilmente.
Lento en mi sombra, la penumbra hueca
exploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una biblioteca.
Algo, que ciertamente no se nombra
con la palabra azar, rige estas cosas;
otro ya recibió en otras borrosas
tardes los muchos libros y la sombra.
Al errar por las lentas galerías
suelo sentir con vago horror sagrado
que soy el otro, el muerto, que habrá dado
los mismos pasos en los mismos días.
¿Cuál de los dos escribe este poema
de un yo plural y de una sola sombra?
¿Qué importa la palabra que me nombra
si es indiviso y uno el anatema?
Groussac o Borges, miro este querido
mundo que se deforma y que se apaga
en una pálida ceniza vaga
que se parece al sueño y al olvido.
7/6/11
22/5/11
Olga Orozco en El rincón de las palabras
Pavana para una infanta difunta
Olga Orozco
A Alejandra Pizarnik
Pequeña centinela,
caes una vez más por la ranura de la noche
sin más armas que los ojos abiertos y el terror
contra los invasores insolubles en el papel en blanco.
Ellos eran legión.
Legión encarnizada era su nombre
y se multiplicaban a medida que tú te destejías hasta el último hilván,
arrinconándote contra las telarañas voraces de la nada.
El que cierra los ojos se convierte en morada de todo el universo.
El que los abre traza las fronteras y permanece a la intemperie.
El que pisa la raya no encuentra su lugar.
Insomnios como túneles para probar la inconsistencia de toda realidad;
noches y noches perforadas por una sola bala que te incrusta en lo oscuro,
y el mismo ensayo de reconocerte al despertar en la memoria de la muerte:
esa perversa tentación,
ese ángel adorable con hocico de cerdo.
¿Quién habló de conjuros para contrarrestar la herida del propio nacimiento?
¿Quién habló de sobornos para los emisarios del propio porvenir?
Sólo había un jardín: en el fondo de todo hay un jardín
donde se abre la flor azul del sueño de Novalis.
Flor cruel, flor vampira,
más alevosa que la trampa oculta en la felpa del muro
y que jamás se alcanza sin dejar la cabeza o el resto de la sangre en el umbral.
Pero tú te inclinabas igual para cortarla donde no hacías pie,
abismos hacia adentro.
Intentabas trocarla por la criatura hambrienta que te deshabitaba.
Erigías pequeños castillos devoradores en su honor;
te vestías de plumas desprendidas de la hoguera de todo posible paraíso;
amaestrabas animalitos peligrosos para roer los puentes de la salvación;
te perdías igual que la mendiga en el delirio de los lobos;
te probabas lenguajes como ácidos, como tentáculos,
como lazos en manos del estrangulador.
¡Ah los estragos de la poesía cortándote las venas con el filo del alba,
y esos labios exangües sorbiendo los venenos de la inanidad de la palabra!
Y de pronto no hay más.
Se rompieron los frascos.
Se astillaron las luces y los lápices.
Se degarró el papel con la desgarradura que te desliza en otro laberinto.
Todas las puertas son para salir.
Ya todo es el revés de los espejos.
Pequeña pasajera,
sola con tu alcancía de visiones
y el mismo insoportable desamparo debajo de los pies:
sin duda estás clamando por pasar con tus voces de ahogada,
sin duda te detiene tu propia inmensa sombra que aún te sobrevuela en busca de otra,
o tiemblas frente a un insecto que cubre con sus membranas todo el caos,
o te amedrenta el mar que cabe desde tu lado en esta lágrima.
Pero otra vez te digo,
ahora que el silencio te envuelve por dos veces en sus alas como un manto:
en el fondo de todo jardín hay un jardín.
Ahí está tu jardín,
Talita cumi.
http://amediavoz.com/orozco.htm
Olga Orozco
A Alejandra Pizarnik
Pequeña centinela,
caes una vez más por la ranura de la noche
sin más armas que los ojos abiertos y el terror
contra los invasores insolubles en el papel en blanco.
Ellos eran legión.
Legión encarnizada era su nombre
y se multiplicaban a medida que tú te destejías hasta el último hilván,
arrinconándote contra las telarañas voraces de la nada.
El que cierra los ojos se convierte en morada de todo el universo.
El que los abre traza las fronteras y permanece a la intemperie.
El que pisa la raya no encuentra su lugar.
Insomnios como túneles para probar la inconsistencia de toda realidad;
noches y noches perforadas por una sola bala que te incrusta en lo oscuro,
y el mismo ensayo de reconocerte al despertar en la memoria de la muerte:
esa perversa tentación,
ese ángel adorable con hocico de cerdo.
¿Quién habló de conjuros para contrarrestar la herida del propio nacimiento?
¿Quién habló de sobornos para los emisarios del propio porvenir?
Sólo había un jardín: en el fondo de todo hay un jardín
donde se abre la flor azul del sueño de Novalis.
Flor cruel, flor vampira,
más alevosa que la trampa oculta en la felpa del muro
y que jamás se alcanza sin dejar la cabeza o el resto de la sangre en el umbral.
Pero tú te inclinabas igual para cortarla donde no hacías pie,
abismos hacia adentro.
Intentabas trocarla por la criatura hambrienta que te deshabitaba.
Erigías pequeños castillos devoradores en su honor;
te vestías de plumas desprendidas de la hoguera de todo posible paraíso;
amaestrabas animalitos peligrosos para roer los puentes de la salvación;
te perdías igual que la mendiga en el delirio de los lobos;
te probabas lenguajes como ácidos, como tentáculos,
como lazos en manos del estrangulador.
¡Ah los estragos de la poesía cortándote las venas con el filo del alba,
y esos labios exangües sorbiendo los venenos de la inanidad de la palabra!
Y de pronto no hay más.
Se rompieron los frascos.
Se astillaron las luces y los lápices.
Se degarró el papel con la desgarradura que te desliza en otro laberinto.
Todas las puertas son para salir.
Ya todo es el revés de los espejos.
Pequeña pasajera,
sola con tu alcancía de visiones
y el mismo insoportable desamparo debajo de los pies:
sin duda estás clamando por pasar con tus voces de ahogada,
sin duda te detiene tu propia inmensa sombra que aún te sobrevuela en busca de otra,
o tiemblas frente a un insecto que cubre con sus membranas todo el caos,
o te amedrenta el mar que cabe desde tu lado en esta lágrima.
Pero otra vez te digo,
ahora que el silencio te envuelve por dos veces en sus alas como un manto:
en el fondo de todo jardín hay un jardín.
Ahí está tu jardín,
Talita cumi.
http://amediavoz.com/orozco.htm
9/5/11
La patria de la Ñ
La patria de la Ñ - El Universal - Editoriales
Sandra Lorenzano
“¿Tiene algo para niños? Quiero que éste empiece a leer en español”, me dice una mujer mientras le da un pequeño empujón al aludido, de ésos que las madres solemos dar con cariño y que los hijos – como corresponde – suelen detestar. “Nací en Oaxaca, pero vine para acá hace más de veinte años”, sigue contándome con un acento que ya tiene mucho de gringo, y un orgullo cuando menciona su tierra que desmiente esa marca. Como si realmente – tal como lo dice el tango – veinte años no fueran nada. “Soy voluntaria en el club de lectura de su escuela – nuevo empujoncito –, porque todas queremos que los niños conozcan bien nuestra lengua. No nomás así…”, dice y deja flotando esos puntos suspensivos para darme tiempo de imaginar cómo es el “así”. Buena narradora la mamá oaxaqueña. El chamaquito – doce años a lo sumo – sonríe entre cabizbajo y apenado.
Mucho más desenvuelto era el otro que, mientras la mamá platicaba conmigo (¿cuántos hogares dice el último censo del INEGI que son encabezados por mujeres? Estoy empezando a creer que esas estadísticas son aplicables también a los que viven “del otro lado”), le iba leyendo a su amigo los títulos de los libros. Clase de español acelerado para el güerito que le llevaba varios centímetros de altura, y asentía con entusiasmo, y casi con admiración me atrevería a decir, a cada nueva explicación.
El mismo día (todo fue tan intenso que vivíamos varios días en sólo 24 horas), me crucé con un hombre joven, desenvuelto y sonriente. Con una de esas caras que da gusto encontrar en la vida, de puro alegre y fresca que se ve. “Yo también escribo”, me confesó con el aplomo de un colega. “Hasta he ganado un par de concursos en mi college. Me gradué como psicólogo y los fines de semana doy un taller en un correccional de menores.” Se llama Carlos y contó la experiencia de haber pasado solo la frontera – apenas adolescente - en un conmovedor texto llamado “The journey” que comienza diciendo: The first time someone called me a wetback, I idiotically smiled in agreement, believing that the comment had been about the weather. Pero él quiere escribir también en español.1
O Elena que está organizando talleres para los niños de Juárez, ciudad de la que salió hace casi treinta años, porque está convencida de que la literatura puede cambiar vidas. O Laura, hija de tapatíos, que es profesora de español por puro amor a sus raíces. O tantos otros con quienes me he encontrado en unas pocas horas. Todos tienen intacto el orgullo de pertenecer a la “patria de la Ñ”, como llama Consuelo Sáizar a ese difuso territorio que se extiende mucho más allá de cualquier frontera, y que nos hace miembros de la cofradía de la segunda lengua más hablada del mundo (después del chino mandarín, dicen) y sin duda de una de las más habladas en esta ciudad contradictoria, múltiple y fascinante que es Los Ángeles. Porque es aquí donde estamos – en LA, en la Feria del Libro en Español que se celebra por primera vez con un éxito que supera todas las expectativas -, compartiendo el amor por el idioma, y ese orgullo de la pertenencia que llevó a Pablo Neruda a escribir en sus memorias:
Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los
conquistadores torvos (...). Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra... Pero a los
bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como
piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes... el idioma.
Salimos perdiendo... Salimos ganando... Se llevaron el oro y nos dejaron el oro... Se lo
llevaron todo y nos dejaron todo... Nos dejaron las palabras.
Qué curioso: a veces hay que salir de la propia cotidianeidad para redescubrir lo que somos. Los compatriotas del otro lado nos recordaron la fuerza y la riqueza de nuestra cultura. Y yo, que soy mexicana por elección desde hace ya más de treinta años, regresé orgullosa de ser parte de este país.
1. Carlos Lemus, “The journey”, en Inscape núm. 66, Pasadena City College, California, 2011.
8/5/11
Silencio para mencionarlos a todos
El murmullo crece
Sandra Lorenzano
Con un abrazo para Javier Sicilia y para las familias de los otros cuarenta mil muertos, porque quizás aún “nos quede la palabra”
Un cuerpo y otro y otro más
¿Cómo hablar de las ausencias?
¿Con qué palabras llenar el vacío?
Tartamudear, susurrar, balbucear
No hay respuesta.
Los ojos desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas.
Ruina sobre ruina.
Sólo
el nombre de su hijo tatuado en el antebrazo.
Por ti, hasta la vida.
Huellas. Marcas. Cicatrices.
Concierto de voces insepultas en el insomnio de la memoria
Uno / dos / tres nombres
Yo quería mencionarlos a todos
Uno / dos / tres por todos los compañeros
Por los siete, y los cuarenta y nueve, y los setenta y dos, y las ¿cuatrocientas? ¿quinientas? mujeres (¿alguien de verdad quiere saber cuántas?)
Un humo oscuro lo cubre todo, madre,
el íntimo hueso se vuelve cenizas:
éste es el paisaje de nuestro país
¿Quiere usted un recorrido señor turista? ¿señor banquero?
¿señor traficante?
El mundo ya no es mundo de la palabra.
Nos la ahogaron adentro.
dijiste, Javier, con los ojos llenos de él
con la voz doliente
para bautizarlo lejos de los dioses del horror
para bautizarlos a todos
¿dónde los nombres y los sueños?
¿dónde la memoria?
¿dónde las palabras?
Leche negra del alba
Cavamos una tumba en los aires
una tumba en las nubes
¡Saquen a los niños!
Se me abrazan a las piernas.
¡Sáquenlos de aquí!
Como si el cuerpo de cada uno de nosotros
fuese tu cuerpo
“Te llevaron al alba,
y fui tras de ti como en un entierro.
En el ático oscuro lloraban los niños,
y ante la imagen sagrada se derretía la vela.”
Humo espeso
Huyen los pájaros
No quedará ninguno en nuestras plazas
Del dolor al vacío.
Mejor no sentir: no ser sino esa bolsa de piel curtida que guarda la propia nada.
Una tumba en las nubes
¡Saquen a los niños!
Se muere con demasiada facilidad
Huyen los pájaros. Se oscurecen los cuerpos.
Cavamos una tumba en el aire.
¿Por qué soy yo y no soy tú? ¿Por qué estoy aquí y no allá?
El murmullo crece. El susurro. El balbuceo.
En el principio era el humo.
Humo para una mortaja. Negro como el hollín. O bien ligero y gris, casi vaporoso. Como un presagio.
Como una despedida.
Los pájaros vuelan enloquecidamente
Nada se ve, y es apenas un susurro lo que llega de la otra orilla.
Palabras ininteligibles.
Tal vez una letanía.
Una canción infantil.
Concierto de voces insepultas.
Por el silencio de los justos, escribiste.
Por el silencio de tu hijo
de tu hermano
de tu madre encontrada entre el polvo que nubla los oídos
que se pega a la piel.
Y el miedo. Y el frío de la noche.
El cansancio.
Secas están la voz y la lengua.
Pero el silencio no es sino un grito que los nombra.
Hay silencios – decías - más profundos y significativos que la palabra que viene de él
y en él se recoge.
Silencio para mencionarlos a todos.
(Éste es un texto de “poesía documental” en el que mis palabras están acompañadas por las de Javier Sicilia, las de los padres de los niños de la Guardería ABC, y las de Paul Celan, Ossip Mandelstam, Ana Ajmátova, Jorge Semprún, Esther Seligson y Walter Benjamin)
7/4/11
Pepe Gordon sobre Vestigios
Con un abrazo a Javier Sicilia y a las familias de los otros cuarenta mil muertos
Los pasos van pautando el ritmo del silencio. Y es el aire solamente una cortina de luces. Un refugio que ha olvidado el desierto. Fue de sangre la primera palabra.
De la densa sangre del ausente.
De la carne robada al horizonte.
Humus oscuro.
Peces en llanto.
Un fulgor dibujaba las pupilas, el nombre escondido en el aliento. Para que la forma engendre a la forma. El contorno de las manos cóncavas. El rastro nocturno de tus voces.
Amarilla es la sal de cada ola, la que orla las orillas de tus mares. Salado bautizo de los pájaros. Errante simiente entre las islas. El origen es siempre huella en la madrugada. Transparencia de cenizas. Recuerdo de otros huesos. (fragmento de Vestigios)
grupo reforma
EL CUADERNO VERDE / Vestigios
José Gordon
(12-Nov-2010)
Uno piensa que los vestigios se remontan a tiempos ancestrales. Cuando nos llega la luz de las estrellas observamos de manera diferida lo que pasó hace millones de años. Actualmente, los físicos nos dicen que aquí y allá se asoman las huellas del Big Bang, la gran explosión (el gran pum, le llamaba Jorge Hernández Campos), que sucedió hace 13 mil quinientos millones de años.
De hecho, el Premio Nobel de Física George Smoot me comentaba que cuando escuchamos la radio en las noches, en el hueco que hay entre una estación y otra, a veces captamos la estática producida por un refrigerador o un aparato eléctrico, pero que aquí y allá, de pronto nos llegan sonidos que provienen del Big Bang. El origen nos alcanza de manera inesperada. Estamos escuchando la energía que se convirtió en el polvo de estrellas del que finalmente están hechos nuestros cuerpos.
Los vestigios pueden estar más cerca de lo que imaginamos. La luz del sol tarda ocho minutos en llegar a la Tierra, Cuando vemos el sol, vemos el pasado. ¿Y si los vestigios estuvieran aún más cerca? Cuando veo tu rostro, ¿también por unos instantes estoy viendo lo que ya pasó? Al compartir esta sensación en Facebook, Ana Cecilia Núñez me comentó con agudeza: "Esta que soy, ya no soy". La percepción es de vértigo.
En el poema Piedra de Sol, Octavio Paz escribe: "Se despeñó el instante en otro y otro". Este es el tema central de los versos del libro Vestigios, de Sandra Lorenzano (Pre-textos, poesía, 2010). El instante se fuga en el mismo momento en que se enciende. Ya es pasado. Por eso el epígrafe del poeta José Angel Valente dice: "No estoy. No estás/ No estamos. No estuvimos nunca/ aquí donde pasar/ del otro lado de la muerte/ tan leve parecía".
El libro de Sandra es una minuciosa exploración de las ausencias, un registro que explora el tiempo y el mundo al filo de la percepción. Entonces descubre que "la tela (del mundo) está rasgada -apenas- y al otro lado (está) el vacío". Hay una palabra en sánscrito que define con precisión esta experiencia en la que todo se borra en el mismo instante en que lo vemos. Se trata de maya, que se suele traducir como ilusión, pero que significa "aquello que no es". Escribe Sandra: "Algo pasa tras el aire denso. Una nada. Un instante que podría haber sido cualquier otro". Se desvanece con dolor todo lo que ha desfilado en la conciencia: los ríos de la memoria de la infancia, el olor de la madera enmohecida, el calor y los sueños pejagosos.
Este destierro tiene una ausencia fundamental. Crípticamente, Sandra nos habla de ella, parafrasea a T.S. Eliot en Tierra baldía, pero en vez de julio, nos dice que agosto es el mes más cruel, se trata de una pérdida que la deja sin palabras, con el rezo del kaddish del duelo por la madre.
La elegía por lo irrecuperable, por los naufragios, no se limita a los años: el instante mismo se licúa. Sandra tiene la tentación de decirnos que nuestra vida pasada es el sol de lo que sucedió hace ocho minutos o es el abismo del presente mismo que ya es ceniza. Sin embargo, justamente en esta tensión, en este vértigo del instante, la poeta rasga el velo del mundo y del tiempo y se adentra en un silencio que sostiene todo lo que existe. Palpa su ritmo, escucha los murmullos de una música invisible que flota en medio de los vestigios.
Las membranas más delicadas del oído y la vista se rasgan y aprecia un gran misterio: "Se seca la hierba y queda la palabra aún prendida al aire. Enjambre de sonidos en busca de las alas quemadas por el polvo". En medio de los vestigios surge el canto poético, recuperamos la memoria del lenguaje, de los sonidos primigenios que sostienen la precariedad del mundo. Como si nos asomáramos al Big Bang, podemos atisbar que, como escribe Sandra, hay destellos de luz que ocupan el silencio. El origen del tiempo y el espacio está en la misma orilla del cuerpo del otro, al que abrazamos como una plegaria. En medio del derrumbe, los vestigios del origen nos alcanzan.
pepegordon@gmail.com
Los pasos van pautando el ritmo del silencio. Y es el aire solamente una cortina de luces. Un refugio que ha olvidado el desierto. Fue de sangre la primera palabra.
De la densa sangre del ausente.
De la carne robada al horizonte.
Humus oscuro.
Peces en llanto.
Un fulgor dibujaba las pupilas, el nombre escondido en el aliento. Para que la forma engendre a la forma. El contorno de las manos cóncavas. El rastro nocturno de tus voces.
Amarilla es la sal de cada ola, la que orla las orillas de tus mares. Salado bautizo de los pájaros. Errante simiente entre las islas. El origen es siempre huella en la madrugada. Transparencia de cenizas. Recuerdo de otros huesos. (fragmento de Vestigios)
grupo reforma
EL CUADERNO VERDE / Vestigios
José Gordon
(12-Nov-2010)
Uno piensa que los vestigios se remontan a tiempos ancestrales. Cuando nos llega la luz de las estrellas observamos de manera diferida lo que pasó hace millones de años. Actualmente, los físicos nos dicen que aquí y allá se asoman las huellas del Big Bang, la gran explosión (el gran pum, le llamaba Jorge Hernández Campos), que sucedió hace 13 mil quinientos millones de años.
De hecho, el Premio Nobel de Física George Smoot me comentaba que cuando escuchamos la radio en las noches, en el hueco que hay entre una estación y otra, a veces captamos la estática producida por un refrigerador o un aparato eléctrico, pero que aquí y allá, de pronto nos llegan sonidos que provienen del Big Bang. El origen nos alcanza de manera inesperada. Estamos escuchando la energía que se convirtió en el polvo de estrellas del que finalmente están hechos nuestros cuerpos.
Los vestigios pueden estar más cerca de lo que imaginamos. La luz del sol tarda ocho minutos en llegar a la Tierra, Cuando vemos el sol, vemos el pasado. ¿Y si los vestigios estuvieran aún más cerca? Cuando veo tu rostro, ¿también por unos instantes estoy viendo lo que ya pasó? Al compartir esta sensación en Facebook, Ana Cecilia Núñez me comentó con agudeza: "Esta que soy, ya no soy". La percepción es de vértigo.
En el poema Piedra de Sol, Octavio Paz escribe: "Se despeñó el instante en otro y otro". Este es el tema central de los versos del libro Vestigios, de Sandra Lorenzano (Pre-textos, poesía, 2010). El instante se fuga en el mismo momento en que se enciende. Ya es pasado. Por eso el epígrafe del poeta José Angel Valente dice: "No estoy. No estás/ No estamos. No estuvimos nunca/ aquí donde pasar/ del otro lado de la muerte/ tan leve parecía".
El libro de Sandra es una minuciosa exploración de las ausencias, un registro que explora el tiempo y el mundo al filo de la percepción. Entonces descubre que "la tela (del mundo) está rasgada -apenas- y al otro lado (está) el vacío". Hay una palabra en sánscrito que define con precisión esta experiencia en la que todo se borra en el mismo instante en que lo vemos. Se trata de maya, que se suele traducir como ilusión, pero que significa "aquello que no es". Escribe Sandra: "Algo pasa tras el aire denso. Una nada. Un instante que podría haber sido cualquier otro". Se desvanece con dolor todo lo que ha desfilado en la conciencia: los ríos de la memoria de la infancia, el olor de la madera enmohecida, el calor y los sueños pejagosos.
Este destierro tiene una ausencia fundamental. Crípticamente, Sandra nos habla de ella, parafrasea a T.S. Eliot en Tierra baldía, pero en vez de julio, nos dice que agosto es el mes más cruel, se trata de una pérdida que la deja sin palabras, con el rezo del kaddish del duelo por la madre.
La elegía por lo irrecuperable, por los naufragios, no se limita a los años: el instante mismo se licúa. Sandra tiene la tentación de decirnos que nuestra vida pasada es el sol de lo que sucedió hace ocho minutos o es el abismo del presente mismo que ya es ceniza. Sin embargo, justamente en esta tensión, en este vértigo del instante, la poeta rasga el velo del mundo y del tiempo y se adentra en un silencio que sostiene todo lo que existe. Palpa su ritmo, escucha los murmullos de una música invisible que flota en medio de los vestigios.
Las membranas más delicadas del oído y la vista se rasgan y aprecia un gran misterio: "Se seca la hierba y queda la palabra aún prendida al aire. Enjambre de sonidos en busca de las alas quemadas por el polvo". En medio de los vestigios surge el canto poético, recuperamos la memoria del lenguaje, de los sonidos primigenios que sostienen la precariedad del mundo. Como si nos asomáramos al Big Bang, podemos atisbar que, como escribe Sandra, hay destellos de luz que ocupan el silencio. El origen del tiempo y el espacio está en la misma orilla del cuerpo del otro, al que abrazamos como una plegaria. En medio del derrumbe, los vestigios del origen nos alcanzan.
pepegordon@gmail.com
4/4/11
4 de abril
3/4/11
Anna Ajmátova en "El rincón de las palabras"
Hoy más que nunca nos hacen falta las palabras de los poetas.
Este desgarrador texto de Anna Ajmátova va con un abrazo a Javier Sicilia.
Réquiem
DEDICATORIA
Ante esta desgracia se inclinan las montañas
Y no fluye el famoso río,
Pero son fuertes los cerrojos de la prisión
Y tras ellos están las “mazmorras de los presos”
Y una pena mortal.
Para algunos sopla suave la brisa,
Para algunos es una caricia el ocaso.
Nosotras no sabemos, somos las mismas por todas partes
Y sólo oímos el odioso chirrido de las llaves
Y los pesados pasos del soldado.
Nos levantábamos como para la misa del alba
Y caminábamos por la ciudad salvaje,
Y allí nos encontrábamos, casi sin aliento.
El sol estaba más bajo y el Neva más nublado,
Pero la esperanza canta siempre a lo lejos.
La sentencia... y de pronto brotan las lágrimas
Y ella se aleja ya de todas
Como si con dolor le arrancaran del corazón la vida,
Como si brutalmente la derribaran por la espalda.
Pero camina... se tambalea... va sola...
¿Dónde estarán ahora mis amigos a la fuerza,
Mis dos años furiosos?
¿Qué oirán en la tormenta de nieve siberiana?
¿Qué imaginarán en el círculo de la luna?
A ellas envío mi saludo de despedida. MARZO 1940
PRÓLOGO
Eso sucedió cuando sólo sonreía
El muerto, contento de su paz
Y como un apéndice inútil, Leningrado
Pendía de sus cárceles.
Cuando, locos de dolor,
Caminaban en tropel los condenados,
Y los silbidos de las locomotoras
Cantaban cortas canciones de despedida.
Las estrellas de la muerte se erguían sobre nosotros
Y la inocente Rusia se retorcía
Bajo unas botas manchadas de sangre
Y bajo las ruedas de los negros furgones .
1
Te llevaron al alba ,
Y fui tras ti como en un entierro.
En el ático oscuro lloraban los niños,
Y ante la imagen sagrada se derretía la vela.
En tus labios estaba el frío del icono
Y un sudor mortal en tus cejas...¡NO lo olvidaré!
Como las viudas de los Streltsy
Aullaré bajo las torres del Kremlin.
El texto completo en: http://es.scribd.com/doc/3417817/Requiem
27/3/11
De Oaxaca a Nezayork
Los invito a leer mi artículo de hoy:
De Oaxaca a Nezayork. Y tú ¿qué miras? - El Universal - Editoriales
Y si pueden, den una vuelta por la página de Federico Gama. Vale muchísimo la pena: http://www.federicogama.com/
Los esperamos en la exposición de este estupendo fotógrafo que hay en la Universidad del Claustro de Sor Juana.
Izazaga 92, Centro Histórico.
22/3/11
Lenguas olvidadas
Un viejo poema que reapareció entre mis papeles:
Soy nieta de dos lenguas olvidadas
Que se abren como nubes de verano
Tras el rastro silencioso de un naufragio.
Sal que dibuja sonidos en la arena
Palabras de otras vidas presentes en mi nombre
Sobre álamos y pinos que olvidaron hacer sombra
En la tierra quemada hace mil años.
La leche se perdía entre los surcos,
Blanda caricia sobre la piel de nadie,
Y era adioses contenidos en el grito
Que agita pañuelos.
Soy nieta de dos lenguas
Que nunca han puesto voz a mi palabra
Y cantaron, sin embargo, al ruido de mi sangre
En un atardecer de mieses naranjas
y oraciones que agradecen el milagro.
Obstinadas cadencias del aliento,
Encerradas en las páginas primeras,
Compañía ineludible de las horas
que grabaron otro sol sobre mi frente.
Cuídate del viento y sus raíces,
De buscar la misma piedra para el mismo muerto.
Cuídate de los rezos sobre el mar.
Soy nieta de dos lenguas que confunden horizontes
Y todo es vendaval de nostalgias en vuelo
Siempre al otro lado de los bosques y los ríos
Ríe el pájaro que vuelve cada otoño
A tejer de los hilos la costumbre
Rostros tercos que se aferran a cubierta
Inventando el paisaje en las pupilas.
Tierra firme en el páramo de olas
Para hundir los pies en el invierno.
Otros panes sabrán de otros secretos
Y en el trigo la plegaria será carne.
Un mapa se dibuja con las venas
Pero nunca contaron del tesoro
Sino de las ventanas al caer la tarde
De cafés cargados, de una mujer sobre la lumbre
Con perfil de moneda gastada
Con manos que hilan las hebras de tiempo.
Nunca hablaron del tesoro de sonidos
Que guardaron bajo llave antes de irse.
Soy nieta de dos lenguas que me arropan
Que me acunan en murmullos color sepia
Que saben de sabores penetrantes
Y de verbos que se pierden en susurros.
La marcha se detiene junto al fuego
Cada uno busca a otro tras sus rezos.
El que es quizás no sea
Ni siquiera cobijo a la intemperie.
La distancia se clava entre las uñas
Y hace más lento el ritmo del abrazo
Como si no reconociera los olores
Como si en el cuerpo sudoroso de la vela
No viera que está escrito su destino.
¿Qué me dieron a mí sus oraciones?
¿Qué las huellas en arenas de otros mares?
¿En cuál gesto mío están sus voces?
¿En qué pliegue de mi rostro los encuentro?
Soy nieta de dos lenguas que me llaman
En la música breve de la tarde.
Con un libro de salmos se me acercan
Y renuevan el pacto que me funda,
El desierto cubre entonces las heridas
Guardando en sus entrañas el origen.
Una a una retornan las preguntas
y la carne es el barro que me nombra
la grieta más antigua
el sudor áspero
el único testigo de su ausencia.
Si en el grito voraz que aún resuena
Bajo el cielo que – sabemos – no protege
Encontráramos el rastro de otros pasos
No sería diferente nuestro espanto
Ni el vacío de mis huellas en su historia.
Soy nieta de dos lenguas olvidadas
Que se abren como nubes de verano
Tras el rastro silencioso de un naufragio.
Sal que dibuja sonidos en la arena
Palabras de otras vidas presentes en mi nombre
Sobre álamos y pinos que olvidaron hacer sombra
En la tierra quemada hace mil años.
La leche se perdía entre los surcos,
Blanda caricia sobre la piel de nadie,
Y era adioses contenidos en el grito
Que agita pañuelos.
Soy nieta de dos lenguas
Que nunca han puesto voz a mi palabra
Y cantaron, sin embargo, al ruido de mi sangre
En un atardecer de mieses naranjas
y oraciones que agradecen el milagro.
Obstinadas cadencias del aliento,
Encerradas en las páginas primeras,
Compañía ineludible de las horas
que grabaron otro sol sobre mi frente.
Cuídate del viento y sus raíces,
De buscar la misma piedra para el mismo muerto.
Cuídate de los rezos sobre el mar.
Soy nieta de dos lenguas que confunden horizontes
Y todo es vendaval de nostalgias en vuelo
Siempre al otro lado de los bosques y los ríos
Ríe el pájaro que vuelve cada otoño
A tejer de los hilos la costumbre
Rostros tercos que se aferran a cubierta
Inventando el paisaje en las pupilas.
Tierra firme en el páramo de olas
Para hundir los pies en el invierno.
Otros panes sabrán de otros secretos
Y en el trigo la plegaria será carne.
Un mapa se dibuja con las venas
Pero nunca contaron del tesoro
Sino de las ventanas al caer la tarde
De cafés cargados, de una mujer sobre la lumbre
Con perfil de moneda gastada
Con manos que hilan las hebras de tiempo.
Nunca hablaron del tesoro de sonidos
Que guardaron bajo llave antes de irse.
Soy nieta de dos lenguas que me arropan
Que me acunan en murmullos color sepia
Que saben de sabores penetrantes
Y de verbos que se pierden en susurros.
La marcha se detiene junto al fuego
Cada uno busca a otro tras sus rezos.
El que es quizás no sea
Ni siquiera cobijo a la intemperie.
La distancia se clava entre las uñas
Y hace más lento el ritmo del abrazo
Como si no reconociera los olores
Como si en el cuerpo sudoroso de la vela
No viera que está escrito su destino.
¿Qué me dieron a mí sus oraciones?
¿Qué las huellas en arenas de otros mares?
¿En cuál gesto mío están sus voces?
¿En qué pliegue de mi rostro los encuentro?
Soy nieta de dos lenguas que me llaman
En la música breve de la tarde.
Con un libro de salmos se me acercan
Y renuevan el pacto que me funda,
El desierto cubre entonces las heridas
Guardando en sus entrañas el origen.
Una a una retornan las preguntas
y la carne es el barro que me nombra
la grieta más antigua
el sudor áspero
el único testigo de su ausencia.
Si en el grito voraz que aún resuena
Bajo el cielo que – sabemos – no protege
Encontráramos el rastro de otros pasos
No sería diferente nuestro espanto
Ni el vacío de mis huellas en su historia.
21/3/11
En busca del cuento perdido
Kenzaburo Oé
Escritor y ensayista japonés, premio Nobel de Literatura y probablemente el mejor novelista de la posguerra. Oé nació en una remota aldea de montaña en Shikoku, localidad que aparece con frecuencia en su obra, y creció en tiempos de guerra. En 1954 ingresó en la universidad de Tokio y en 1958 ganó el prestigioso Premio Akutagawa por su relato La presa, que describe la custodia en un pueblo de un aviador negro prisionero. Su primera novela extensa, Memushiri kouchi (1958), ratificó su éxito. Establecido como escritor importante de la posguerra, escribió sobre la condición alienada del Japón moderno, al tiempo que apoyó causas de izquierda, a pesar de su amistad con Yukio Mishima. En 1963, el nacimiento de un hijo retrasado mental y una visita a Hiroshima causaron una nueva evolución en su escritura, que culminó con sus obras maestras Un asunto personal (1964) y El grito silencioso (1967). Su obra, de estilo complejo y contenido intelectual, aborda la crisis existencial, la historia y la identidad cultural. Sus novelas posteriores tratan temas antinucleares y ecológicos en un estilo moderno más libre. Destacan, además, en su vasta obra, Las aguas han inundado mi alma (1973), Juegos contemporáneos (1979) y la novela de ciencia ficción La torre del tratamiento (1990). En 1994 le fue concedido el Premio Nobel, siendo el segundo escritor japonés en recibirlo.
Tomado de: http://www.epdlp.com/escritor.php?id=2096
Entrevista: http://www.elpais.com/articulo/Babelia/gesto/hidalgo/elppor/20100123elpbab_3/Tes
Sobre Una cuestión personal: http://www.lecturalia.com/libro/3265/una-cuestion-personal
Matsuo Basho
19/3/11
La luna en "El rincón de las palabras"
La luna
Jorge Luis Borges
Cuenta la historia que en aquel pasado
Tiempo en que sucedieron tantas cosas
Reales, imaginarias y dudosas,
Un hombre concibió el desmesurado
Proyecto de cifrar el universo
En un libro y con ímpetu infinito
Erigió el alto y arduo manuscrito
Y limó y declamó el último verso.
Gracias iba a rendir a la fortuna
Cuando al alzar los ojos vio un bruñido
Disco en el aire y comprendió, aturdido,
Que se había olvidado de la luna.
La historia que he narrado aunque fingida,
Bien puede figurar el maleficio
De cuantos ejercemos el oficio
De cambiar en palabras nuestra vida.
Siempre se pierde lo esencial. Es una
Ley de toda palabra sobre el numen.
No la sabrá eludir este resumen
De mi largo comercio con la luna.
No sé dónde la vi por vez primera,
Si en el cielo anterior de la doctrina
Del griego o en la tarde que declina
Sobre el patio del pozo y de la higuera.
Según se sabe, esta mudable vida
Puede, entre tantas cosas, ser muy bella
Y hubo así alguna tarde en que con ella
Te miramos, oh luna compartida.
Más que las lunas de las noches puedo
Recordar las del verso: la hechizada
Dragon moon que da horror a la halada
Y la luna sangrienta de Quevedo.
De otra luna de sangre y de escarlata
Habló Juan en su libro de feroces
Prodigios y de júbilos atroces;
Otras más claras lunas hay de plata.
Pitágoras con sangre (narra una
Tradición) escribía en un espejo
Y los hombres leían el reflejo
En aquel otro espejo que es la luna.
De hierro hay una selva donde mora
El alto lobo cuya extraña suerte
Es derribar la luna y darle muerte
Cuando enrojezca el mar la última aurora.
(Esto el Norte profético lo sabe
Y tan bien que ese día los abiertos
Mares del mundo infestará la nave
Que se hace con las uñas de los muertos.)
Cuando, en Ginebra o Zürich, la fortuna
Quiso que yo también fuera poeta,
Me impuse. como todos, la secreta
Obligación de definir la luna.
Con una suerte de estudiosa pena
Agotaba modestas variaciones,
Bajo el vivo temor de que Lugones
Ya hubiera usado el ámbar o la arena,
De lejano marfil, de humo, de fría
Nieve fueron las lunas que alumbraron
Versos que ciertamente no lograron
El arduo honor de la tipografía.
Pensaba que el poeta es aquel hombre
Que, como el rojo Adán del Paraíso,
Impone a cada cosa su preciso
Y verdadero y no sabido nombre,
Ariosto me enseñó que en la dudosa
Luna moran los sueños, lo inasible,
El tiempo que se pierde, lo posible
O lo imposible, que es la misma cosa.
De la Diana triforme Apolodoro
Me dejo divisar la sombra mágica;
Hugo me dio una hoz que era de oro,
Y un irlandés, su negra luna trágica.
Y, mientras yo sondeaba aquella mina
De las lunas de la mitología,
Ahí estaba, a la vuelta de la esquina,
La luna celestial de cada día
Sé que entre todas las palabras, una
Hay para recordarla o figurarla.
El secreto, a mi ver, está en usarla
Con humildad. Es la palabra luna.
Ya no me atrevo a macular su pura
Aparición con una imagen vana;
La veo indescifrable y cotidiana
Y más allá de mi literatura.
Sé que la luna o la palabra luna
Es una letra que fue creada para
La compleja escritura de esa rara
Cosa que somos, numerosa y una.
Es uno de los símbolos que al hombre
Da el hado o el azar para que un día
De exaltación gloriosa o de agonía
Pueda escribir su verdadero nombre.
15/3/11
El rincón de las palabras 15 de marzo de 2011
Selección de poesía japonesa
Si cantan los insectos,
solitaria la noche.
Si no, más todavía.
Otani Joseki (1875)
Víspera.
Pasa el viento sobre las chozas .
Dice algo el arrozal .
Yo golpeo las puertas de la vida .
¿Alguien, adentro, está?
Yone Noguchi (1875)
De vuelta del trabajo,
tarde, en la noche ,
voy llevando a mi niño ,
quien, apenas, ha muerto.
Takuboku Ishikawa (1885-1912 )
Mis canciones
Porque son tan pequeñas
mis canciones ,
creen que estoy midiendo
las palabras .
Pero no es que yo ahorre mis cancione s
sino que yo no puedo añadir nada .
Mi alma, distinta al pez, no tiene agallas
Canto con una sola bocanada.
Akiko Yosano (contemporánea)
Ausencia
Noche de primavera .
Silencio .
Susurran mis vestidos ,
al caer en el suelo .
Silencio .
Takeko Kujo (contemporánea )
Alguien
Alguien pasa, por mi ventana ,
diciendo : "está oscuro, está oscuro" .
Extraño : la luz sigue afuer a
y hay luces en todas las casas .
Mas, alguien cruzó mi ventan a
diciendo : "está oscuro, está oscuro".
Yaso Saijo (1892)
Y, cuando toso ,
resulta, nuevamente .
que sigo solo.
Ozaki Hoya (1885-1923)
El agónico enfermo
ha preguntado la hora .
Se hace silencio.
Ogiwara Seinsensui (1884)
Una larva
No conozco el alzarse de la luna ,
porque estoy confinado en un cuarto .
No conozco el alzarse del sol
desde que estoy hundido en una celda .
Y no conozco el firmamento claro
porque voy transitando cabizbajo .
No recibo noticias.
Confundo las mujeres con las flores
desde que me hallo ciego .
Y, así, todavía estoy vivo, todavía
conozco el viento frío y el olor de la tierra.
Yasao Akeda (contemporáneo)
Una rosa
Hay un horizonte que tiembla
en una rosa .
Hay una curva de fuego artificial
en una rosa .
Hay el zumbido de propulsión a chorro
en una rosa .
Hay un mapa horroroso de sueño
en una rosa.
Hay el brazo caído de un traje
en una rosa .
Y no hay ninguna rosa
en una rosa .
Ichiro Ando (1907 )
Tomado de Un siglo de poesía japonesa.
http://escholarship.bc.edu/cgi/viewcontent.cgi?article=1007&context=xul&sei-redir=1#search="poesÃa+japonesa"
14/3/11
Sobre la antología de cuentos "Mudanzas"
También hay un cuento mío incluido en el libro. Se llama "¿Quién le teme a Manuel Puig?". ¡Ojalá les guste!
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