El 8 de noviembre de 2011 la Universidad del Claustro de Sor Juana y la Embajada Argentina en México creaban, creábamos, la Cátedra Abuelas de Plaza de Mayo. Fue un día de emociones, de abrazos, de lucha y memoria compartidas.
Hoy que el nieto 114 recuperó su identidad y que es nada menos que Guido, el nieto de Estela Carlotto, quiero compartir con ustedes la emoción, la conmoción, las lágrimas que se me atragantan en la garganta.
"Camino disfrutando lo que otras Abuelas abrazan como propio, pensando cuándo me tocará oír un timbre, una voz, la sangre comparada que diga: soy tu nieto Guido". Esto escribió Estela hace unos meses. Ahora le ha tocado escucharlo: "Soy tu nieto Guido".
Y vuelvo a este texto que escribí en 2011, para darle con él un nuevo abrazo a la querida Estela y a todas las Abuelas.
Homenaje
a las Abuelas de Plaza de Mayo
Sandra Lorenzano
¿Por dónde empezar a hablar de las Abuelas de
Plaza de Mayo? ¿Por la historia de horror que tiñó de sangre a la Argentina? ¿Por los 30
mil desaparecidos? ¿Por las torturas? ¿Por las familias destruidas? ¿Por el
duelo que parece no terminar nunca? ¿Por los más de 500 bebés nacidos en
cautiverio y cuyo derecho a la identidad les fue arrebatado al igual que el
amor de sus padres? Ésa es una parte, sin duda; la del dolor, la de las
ausencias, la de las interminables lágrimas. Una parte que no podemos olvidar,
una parte que ha marcado la vida y la memoria de toda la sociedad. Una parte
cuyas estribaciones aún se sienten cotidianamente, cuyas heridas no han cerrado
ni cerrarán (¿cómo podrían?).
Pero hay otra parte: la del amor. Y quizás por
ahí debería yo empezar a hablar. Por este grupo de mujeres valientes, fuertes,
cuyos rostros y cuya lucha están ya entrañablemente dentro de nuestro ser, de
nuestra memoria más íntima. Ellas son un ejemplo de coherencia, de entereza, de
honestidad, de pasión, de ética. Hace 34 años que buscan a sus nietos. Cada
nieto recuperado es una fiesta. Es como si aparecieran todos.
“Perdimos mucho en el camino”, dice una de las
chicas apropiadas que hoy ha recuperado su identidad, gracias al trabajo
incansable y amoroso de las Abuelas. “Perdimos mucho en el camino, pero nos
sentimos nietos de todas las Abuelas de Plaza de Mayo. ¡Tenemos un montón de
abuelas!” Y cada Abuela tiene amor y abrazos para todos esos nietos. Los 105
recuperados, y los 400 que aún faltan. “No tenemos mucho tiempo, sí tenemos
mucho amor para ellos”, ha dicho Estela de Carlotto, presidenta de la Asociación Abuelas
de Plaza de Mayo. Esta mujer que, como ella misma cuenta, entre sonrisas
tristes y guiños cómplices, está tan alejada – junto con sus compañeras de
sueños; aquí está también hoy Buscarita Roa, gracias queridas Abuelas – está
tan alejada, decía, de los estereotipos de las tradicionales abuelas: una
viejecita de pelo blanco, recogido en un chongo (“rodete”, en la versión
argentina), con lentes que se deslizan por la nariz, sentada en un cómodo
sillón, con un nieto en el regazo. Pero para estas Abuelas no hay sillón sino
un constante peregrinar por el mundo para encontrar a sus hijos e hijas, y a
esos queridos nietos que aún no han podido abrazar.
Imaginen ustedes todo lo que debieron enfrentar
cuando iniciaron su camino: las tildaron de locas, las amenazaron, las
ignoraron, las calumniaron… pero ellas siguieron incólumes, con la dignidad que
da el dolor más profundo, con la convicción de que la ley de la sangre está más
allá de cualquier grupo de asesinos. Fueron no unas viejecitas sentadas sino
unas leonas defendiendo a sus cachorros. “Ustedes, Abuelas, son el más claro
ejemplo de que una lucha se gana con amor”, dice otro de los nietos
recuperados, y en esa frase condensa lo que sentimos todos. El amor para
encontrar la verdad, para reclamar que se haga justicia. Jamás para fomentar la
venganza. Y una se pregunta muchas veces cómo hicieron, cómo hacen, de dónde
sacan esa inmensa sabiduría que las lleva a haber creado nuevos espacios para
el desarrollo de la paz, para que las sociedades se construyan no sobre el
resentimiento sino sobre el afán de justicia. Ellas abrieron brecha,
inauguraron caminos que convierten el duelo y el dolor por la más terrible de
las pérdidas, en fuerza de lucha y de solidaridad.
Explica Estela de Carlotto en el prólogo del
libro Restitución de niños, “Nada fue
fácil. Tuvimos que aprender, crear, recrear, innovar, crecer y, sobre todo,
cambiar. Porque nada estaba escrito sobre cómo hacer lo correcto para no dañar
aún más a ese precioso vástago, el hijo o hija de nuestros hijos” (…) “Trabajamos por nuestros nietos -hoy
hombres y mujeres-, por nuestros bisnietos -que también ven violado su derecho
a la identidad-, y por todos los niños de las futuras generaciones, para
preservar sus raíces y su historia, pilares fundamentales de toda identidad.”
Con áreas de apoyo psicológico, jurídico y de
investigación genética, las Abuelas invitan a acercarse a todos aquellos
jóvenes nacidos entre 1975 y 1980 y que tengan dudas sobre su origen. Así, de a
poco, muchos han ido recuperando su memoria, la historia de su origen, la
calidez de una familia que los estaba esperando.
Gracias
a las Abuelas, entre muchas otras cosas, se creó el Banco Nacional de Datos
Genéticos, y se reconoció el Derecho a la Identidad como fundamental en la convención
Internacional sobre los Derechos del Niño.
El derecho a la Identidad es el derecho
a tener una historia, una memoria; y de ahí, de la memoria más antigua surge,
muchas veces, la punta del hilo que llevará a estos niños, hoy jóvenes adultos,
a encontrar la salida del laberinto de mentiras en el que han crecido. Dijo
alguna vez Estela, “Nuestros nietos que han estado en
cautiverio junto a su mamá en la panza, han recibido cantos, cuentos, voces,
nombres, todo hacia dentro, porque eran ellos dos solos; mientras viviera el
hijo, vivían ellas. Eso es lo que llevan adentro los chicos sin darse cuenta”.
Por
eso quiero contarles una de las historias, una de las 105 historias de los
nietos que han recuperado su identidad. La historia del nieto 98. Así decía el
titular del periódico: “Identifican al nieto 98”. Nada más. Eso fue
suficiente para que a quienes leímos la noticia nos iluminara por dentro un sol
cálido y amoroso que se alimenta de las palabras y la energía de las Abuelas.
Quizás por eso que los niños llevan dentro, por
los cantos y los cuentos, porque hoy es un hombre que aún tararea bajito
“Manuelita la tortuga”, o el arrorró
o a lo mejor la marcha montonera, Martín pensó que su verdadero origen no podía
ser el que le contaba la pareja de militares que lo crió, y se acercó a Abuelas
a ver si su ADN coincidía con el de alguno de los desaparecidos. Así se convirtió en el nieto número 98 que
recupera su historia. Martín sabe ahora que es el cuarto hijo de Marcela
Molfino y Guillermo Amarilla.
Escuchó el relato de su origen sabiendo que al
otro lado de la puerta había una familia que lo esperaba. La respuesta fue casi
física: las voces de los hermanos que no conocía le provocaron una conmoción de
la que aún no logra salir. Descubrió que tiene el lóbulo de las orejas pegado
igual que ellos. Los cuatro juntos se dieron cuenta y se abrazaron riendo.
Dicen que inmediatamente Martín pidió una foto de su madre, para conocerla. Le
preguntaron a qué se dedicaba y contestó: “A la música. Ahora aprendo a tocar
el acordeón a piano”. A todos les corrió un escalofrío por la espalda: era el
mismo instrumento que tocaba Marcela. ¿Habrá habido algo de aquel sonido en las
melodías que ella tarareaba encerrada en el campo militar?
O las palabras
emocionadas de Juan Cabandié quien, habiendo nacido en cautiverio en la ESMA, acompañó a Néstor
Kirchner en un día histórico, el 24 de marzo de 2004, el día en que el
presidente anunció que las instalaciones de la Escuela Superior de Mecánica de
la Armada
serían convertidas en un “Espacio de la Memoria y la defensa y promoción de los Derechos
Humanos”. Por primera vez, se abrieron a la sociedad las puertas del predio en
que funcionara uno de los mayores campos de tortura y exterminio de la
dictadura militar, marcando el inicio de una nueva etapa en la lucha por la
memoria y la justicia. Dijo, entonces, Juan Cabandié:
“En este lugar le robaron la vida a mi mamá (…)
Luego de muchísimos años, y sin tener elementos fuertes, le puse nombre a lo
que buscaba, y dije ‘Soy hijo de desaparecidos’. Encontré la verdad hace dos
meses, soy el número 77 de los chicos que aparecieron. (…) Mi madre estuvo en
este lugar detenida, seguramente fue torturada y yo nací acá adentro, en este
mismo edificio. El plan siniestro de la dictadura no pudo borrar el registro de
la memoria que transitaba por mis venas, y fui aceptando la verdad que hoy
tengo. (…) En este lugar está la verdad de la sangre.”
Y así, cada uno
de los 105 nietos recuperados tiene una historia que contar, un sonido, una
sensación, una imagen, a veces sólo un deseo, también recuperado. La verdad de
la sangre.
Tengo que confesarles que de todo lo
que he hecho en este querido Claustro en los más de diez años que llevo
viniendo cotidianamente, nada me ha conmovido y emocionado más que el homenaje
que hoy estamos haciendo. Ojalá pueda transmitirles yo esa emoción. Aquí, las
tres mujeres que me acompañan en esta mesa lo saben, se juega parte de mi
propia historia. Por eso quiero decir que estoy enormemente agradecida a la Embajada Argentina
en México, y a nuestra querida Embajadora, Patricia Vaca Narvaja, por habernos
dado un verdadero hogar a quienes estamos en esta país generoso al que
adoramos, pero que no por eso dejamos de extrañar cada día al otro, al que nos
vio nacer. Con mi agradecimiento a Patricia, va mi reconocimiento más profundo
al compromiso del gobierno argentino con los derechos humanos. Con Néstor
Kirchner, primero, y con Cristina Fernández de Kirchner, hoy, nos encontramos
en el momento de mayor compromiso de un gobierno con estos temas. Como pocas
veces en nuestra historia, los argentinos podemos estar orgullosos de lo que
sucede en nuestro país.
Quisiera agradecer, por supuesto, a la
universidad por permitirme seguir soñando en “argenmex”, que es un modo muy
peculiar de soñar, y permitirme además que les contagie mis sueños argenmex y
los haga – a todos ustedes – cómplices entrañables de ellos.
Pero sobre todo agradezco a estas
queridísimas Abuelas que nos han enseñado que los sueños si son de amor, son
arma suficiente para alcanzar la verdad y la justicia.
Los
años pasan… pero la lucha continúa,
“Y hay un compromiso con la vida – ha dicho Estela
- a no abandonar esta lucha porque en ella va el orgullo por la prole, la
integración de la familia, la advertencia de que este despojo no podrá
repetirse en ningún lugar del mundo, porque allí se levantarán las mujeres que,
como nosotras, se transformarán en leonas para defender al cachorro. Y se sabrá
que hay luchas en paz para que nunca más sea posible tal despojo.” Estas
palabras fueron parte del discurso que pronunció en la UNESCO, al recibir el
Premio al Fomento de la Paz,
en septiembre pasado. Y por supuesto, nosotros y muchos más seguimos pidiendo
para ellas el Nobel, como tanta gente me lo ha dicho en estos días, al
enterarse de la noticia de que estarían en México.
Crear la Cátedra de Derechos
Humanos “Abuelas de Plaza de Mayo”, y entregar con ella este reconocimiento, la Presea Sor Juana Inés de la Cruz, es un modo de decirles
que nos sumamos a ustedes en esta lucha de paz, la lucha por los 30 mil cuya
muerte – como decía Laura, tu hija, querida Estela, no habrá sido en vano -; es
un modo de decirles que nos sumamos al grito de nunca más – nunca menos,
que también estamos de fiesta cuando se hace justicia y un genocida es
condenado, o cuando un joven se reconoce en la foto de esos padres que nunca
vio, o cuando finalmente una abuela y su nieto se funden en un abrazo que es
todos los abrazos del mundo.
Es un modo de saber que en este
continente nuestro, a pesar de los golpes / y de nuestros caídos
/ la tortura y el miedo / los
desaparecidos / no nos han vencido.
Es saber que, como lo expresó uno de
los nietos, “Más allá de la tristeza y las ausencias, el momento del encuentro
nos completa a todos”.
Es, entonces, un modo de agradecerles,
queridas Abuelas, que, con su abrazo inmenso y generoso, nos regalen ese
encuentro que nos completa a todos.