23/2/08

Las “pequeñas memorias” del cartón

1) La historia argentina puede ser vista como un largo proceso de sucesivos y violentos “borramientos”, de exclusión y supresión del “otro”, del diferente: el indio, el “bárbaro”, el pobre, la mujer… Los “desaparecidos” no son, en este sentido, una creación de la última dictadura militar (1976-1983) sino una figura fundante de la nación. Desde sus orígenes, el Estado ha construido su legitimidad en la desaparición de los cuerpos y las voces otras. Baste pensar, en el genocidio de la conquista, por ejemplo. O en la eufemísticamente llamada “Campaña al desierto” que permitió la consolidación del proyecto liberal a partir de la masacre de los pueblos originarios del sur del país. O en la Semana Trágica, en los fusilamientos de José León Suárez, en las diversas dictaduras de nuestra historia moderna… La hegemonía de los sectores dominantes se ha basado en la cancelación violenta del diferente, a través de su “desciudadanización” (si el Estado tiene la obligación de velar por el bienestar de sus ciudadanos, un Estado que ejerce la fuerza del terror sobre su propia gente está violando el principio básico del concepto de ciudadanía) o de su franco exterminio.
En las últimas décadas, la sociedad argentina ha visto profundizadas las desigualdades que la constituyen en aras del ingreso a una nueva etapa de acumulación del capital a escala mundial. . Los 30 mil desaparecidos de la dictadura tienen su continuación en una política excluyente y pauperizadora que se constituyó, entre otros elementos, a través del desmantelamiento del Estado de Bienestar. Su adelagazamiento o franca desaparición hizo que se acentuaran las desigualdades estructurales generando nuevos procesos de exclusión social. Las transformaciones, iniciadas a mediados de los 70, encontraron su punto culminante durante los gobiernos de Carlos Menem (1989-1999) y Fernando de la Rúa (1999-2001), provocando una despiadada dinámica de polarización y fragmentación social. La exclusión y marginación de vastos sectores de las clases trabajadoras no fue un movimiento pasajero sino que “fue moldeando los contornos más duraderos de un nuevo país, de una sociedad excluyente, estructurada sobre la base de la cristalización de las desigualdades tanto económicas como sociales y culturales” .
En los quiebres de este nuevo escenario pueden escucharse las “pequeñas voces de la historia” que han funcionado como espacios de resistencia, generando estrategias de sobrevivencia social. Frente a las ruinas – contempladas con espanto por el “ángel de la historia” de Walter Benjamin - que ha dejado a su paso el “progreso” del neoliberalismo, las pequeñas voces recuperan la memoria de todos los desaparecidos de nuestra historia para construir a partir de allí una nueva dignidad individual y colectiva.

2) Los años 2001 y 2002 constituyeron uno de los periodos históricos más críticos de la nación, caracterizado por el vaciamiento del Estado, por un sistema político en crisis, por un aparato económico desmantelado, por sectores de la policía y las fuerzas armadas nostálgicos de pasadas dictaduras, por una población golpeada que vio desaparecer los logros sociales de otras épocas: trabajo, salud, educación...; se trata de una realidad en la que impera el empobrecimiento de sus sectores medios y el proceso de marginalización y caída en la indigencia de su otrora combativa y organizada clase trabajadora.
El "argentinazo" llaman muchos a la movilización popular que tomó las calles los días 19 y 20 de diciembre de 2001 exigiendo la renuncia del entonces presidente De la Rúa. La consigna dominante fue "Que se vayan todos": que se vayan los políticos corruptos, los funcionarios ineptos, los empresarios ladrones, los cómplices del saqueo, los jueces nombrados por el menemismo, los represores... "Que se vayan todos" fue el grito que unió a los piqueteros y a los estudiantes, a los marginados de siempre y a los "nuevos pobres", a los indigentes y a la clase media atrapada en el "corralito" de Domingo Cavallo. Recordemos algunas de las cifras que alimentaron el descontento: el 53 % de la población (aproximadamente 18.5 millones de personas) viviendo por debajo de la línea de pobreza, y el 24.8 %, es decir 8.7 millones de personas consideradas “indigentes”. La tasa de desempleo rondaba el 20 %. Los "peces gordos", como siempre, se salvaron: entre el 28 de febrero y el 10 de diciembre de 2001, abandonaron los bancos 19,190 millones de dólares de depósitos, continuando con una sangría que hacía tiempo habían comenzado los sectores más poderosos del país.
Cualquier análisis tiene que partir de una paradoja que impide tener una perspectiva unívoca: la sociedad argentina, atravesando uno de los peores momentos de su historia, se mostró quizás más viva que nunca. Sabemos que los gestos solidarios, generosos, comprometidos que llevaron a cabo muy diversos sectores, protagonizados no por lo actores conocidos (podría decirse que los más desubicados ante la crisis nacional fueron justamente los políticos profesionales), sino por la gente común y corriente, no constituyeron por sí mismos una alternativa política a la crisis en el sentido tradicional; los comedores populares, las redes de trueque, el respeto a los "cartoneros", las guarderías creadas por grupos piqueteros, los merenderos para jubilados y desempleados, entre otros cientos de acciones que nacieron "desde abajo", no fueron seguramente un modo de rediseñar el Estado, no establecieron las bases de un nuevo pacto nacional - imprescindible para poder pensar en algún tipo de proyecto de futuro -, pero fueron, sin duda, la manifestación más clara de que el hartazgo y el cansancio pueden despertar fuerzas creativas en la sociedad.

3) En una calle de la Boca, muy cerca de la cancha, conviven César Aira y Ricardo Piglia, Martín Adán y Haroldo de Campos, Leónidas Lamborghini y Enrique Lihn. Se trata de algunos de los más de 100 autores publicados por la editorial “Eloísa Cartonera”. Junto a los escritores latinoamericanos reconocidos tienen un espacio en el catálogo aquellos que están empezando o que se han movido en un circuito no comercial. “Se publica material inédito y/o desaparecido, border, de vanguardia y de culto…”, explican los fundadores. Cada libro es un ejemplar único, hecho de manera artesanal por los propios recolectores de cartón.
Pero “Eloísa Cartonera” es mucho más que eso: es un proyecto artístico, social y comunitario concebido, durante lo peor de la crisis, por el escritor Washington Cucurto junto a Javier Barilaro y a otros narradores, poetas y artistas visuales. Un espacio para las “pequeñas memorias”.
En la cartonería “No hay cuchillo sin Rosas” (obvia e irónica alusión a Juan Manuel de Rosas y su policía política, la “Mazorca”), sede de la editorial, los cartoneros charlan y conviven, en busca de una estética novedosa y desprejuiciada, con quienes se dedican a la escritura y al arte. Las tapas de los libros son de cartón comprado directamente a quienes lo juntan a un precio superior al que les paga normalmente el mercado (“Estamos rompiendo la cadena de explotación que encabezan las papeleras”, dice uno de los fundadores del proyecto ), y están pintadas a mano por chicos que dejan la calle cuando se suman a la editorial (“Lo que era un pedazo de basura, hoy es una obra de arte” ).
Las publicaciones son objetos artísticos que han llamado ya la atención de diversos museos y galerías. No es difícil encontrarlos no sólo a la venta en librerías, sino expuestos junto a las obras más vanguardistas del arte latinoamericano. Y el proyecto crece y crece, desde el desparpajo y la creatividad: exposiciones, blogs, concursos literarios (Premio Sudaca Border de Narrativa muy Breve)…
La propuesta, que ya tiene varias “hermanas” en el resto de América Latina (Chile, Bolivia, Perú…), nació como una de las respuestas solidarias ante la presencia fantasmal de los cientos de miles de cartoneros que empezaron a tomar cada noche las calles de la ciudad de Buenos Aires, revolviendo en la basura para conseguir algo que se pudiera vender. Fue ése uno de los rostros de la crisis, un rostro que obligaba a la sociedad porteña a mirar aquello que prefiere ignorar; aquello que forma parte de su propio entramado social, aquellos a los que las “buenas conciencias” han criminalizado: los excluidos, los marginados, los que viven en las villas miseria, “los de abajo”… Lo que tantos hubieran querido “invisibilizar” se hizo visible cada noche. Para muchos desempleados, la recolección de residuos fue la única fuente de ingresos disponible. Una opción difícil, dolorosa.
Desde las ruinas de un sistema socioeconómico perverso, y a partir de los desechos del consumo cotidiano resurgió una cierta idea de “dignidad” del trabajador que había caracterizado a la clase obrera argentina. No deja de ser sorprendente en un mundo que desvaloriza cada día más la cultura del trabajo. ¿Huellas de la memoria?
Sumándose a otras “estrategias de sobrevivencia”, “Eloísa Cartonera” generó un espacio de diálogo entre el campo cultural y los sectores marginales; espacio irreverente que hace de lo político, del gesto comprometido, de la propuesta ética, un punto de encuentro propositivo y transgresor. Entre la cumbia villera – ese género musical que suena con fuerza en los barrios marginales, conjuntando los ritmos y sabores de Chile y Bolivia, de Paraguay y Perú, con los llegados de todas las provincias del país - y lo más heterodoxo y lúdico del debate literario, crece la “editorial más colorinche del mundo”.
¡Larga vida a los márgenes!

La última parte de este artículo fue publicada en la revista Letras Libres de diciembre del 2007.

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