Saber de peces
“hay
hombres que conocen las diferentes clases de hierbas; otros, de peces;
yo, de separaciones”
Nazim
Hikmet
A veces quisiera saber de peces,
de cómo se desplazan los atunes,
o dónde desova una surubí.
Pero enseguida aparecen las fotos
de Mar del Plata y la caña y la tanza
y las tardes mirando el mar.
Las corvinas eran lo de menos:
era el horizonte, el agua oscura,
las risas, el silencio.
Tenía ocho años y aún no había perdido la sensación de
eternidad.
Una vez por semana pasaba por casa
el pescadero italiano.
Ahora pienso: los jueves.
Venía en bicicleta y los hielos cubrían los pescados.
Mamá y él conversaban un buen rato
-chiacchierata dicen
en Italia-
mientras yo miraba los ojos de las merluzas
imaginando nuestras futuras canicas.
Éramos crueles sin saberlo.
Sobre mí las palabras tejían un manto que parecía
impenetrable
Y yo amaba el ritmo de la charla que fluye
sin más sentido que “aquí estamos, compartiendo esta porción
de mundo”.
Pero los peces siempre fueron mudos
y sigo ignorando casi todo sobre ellos.
Todo lo que no sea estos pocos hilos de memoria:
El arenque en la mesa de la abuela
como homenaje a una Rusia que ya nadie recordaba,
las tardes en la escollera,
los bagres que devolvíamos al río
o el dorado que mamá condimentaba.
El invierno era entonces esa casa de horno encendido
con olor a tomate y pimienta de Cayena.
Nosotros hacíamos dibujos en los vidrios empañados,
intentando desde entonces tatuarnos lo fugaz.