Sandra Lorenzano
Publicado en El Universal
Viernes 07 de agosto de 2009
http://www.eluniversal.com.mx/editoriales/45153.html
Una de las novelas que no sólo más profundamente me ha marcado en términos personales sino que considero fundamental para entender el México de hoy —a pesar de que apareció en 1957— es Balún Canán de Rosario Castellanos. En esas páginas en las que se cruzan las palabras de una narradora niña con la memoria ancestral de los pueblos indígenas, la corrupción oficial con la prepotencia de los latifundistas, el alcoholismo con la violencia dentro y fuera de cada hogar, aparecen los claroscuros de una realidad signada por las desigualdades, el sexismo y la explotación.
Allí están muchas de las respuestas para quienes en enero de 1994 se preguntaron con una mezcla de perversa ingenuidad e irresponsabilidad: “¿Cómo? ¿Todavía pasan estas cosas en Chiapas?”. Casi 40 años antes, Rosario Castellanos las había visto, las había sufrido, las había señalado. Pocos, muy pocos quisieron verlo entonces. Muy pocos quieren verlo aun ahora.
Balún Canán es sobre todo una novela sobre el poder. Una novela política en el mejor sentido, en la que está presente tanto la política nacional —desde la conquista al gobierno de Lázaro Cárdenas— como las micropolíticas que arman el tejido de nuestra cotidianidad. Castellanos, de cuya muerte se cumplen 35 años hoy, había aprendido en carne propia que “lo personal es político”. Sobre todo para las mujeres. El sector más oprimido de los oprimidos en las páginas de la novela. Y fuera de ella. La discriminación y la opresión construyen una pirámide en la que quienes están abajo son también los que menos tienen, los más desposeídos, los indios, pero hay además otra línea que atraviesa esa pirámide: la del género.
Sin duda muchas cosas han cambiado desde que se publicara el libro, o desde que una jovencísima Rosario se atreviera a pensar la filosofía que aprendía en la UNAM desde otra perspectiva, con otra mirada: la mirada oblicua, cuestionadora, de las mujeres inteligentes. Muchas cosas han cambiado. Muchas otras no, o no de manera homogénea en todo el país.
Por recordar sólo lo que sucede en Guanajuato, cito lo que escribió hace dos semanas, en este periódico, José Gerardo Mejía: “Por recomendación de la Secretaría de Gobernación, el Sistema Nacional para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres rechazó conformar una comisión investigadora para esclarecer distintas agresiones a los derechos humanos contra mujeres, incluida la violación de una menor de nueve años de edad”. Por recomendación de la Segob. ¡Caramba! Y podríamos hablar también de los crímenes que continúan impunes en Ciudad Juárez o en el estado de México (que tan “glamoroso” se presenta en otros aspectos) o en la frontera con Guatemala. O pensar en el caso de Ernestina Ascencio o en el de las hermanas triquis Daniela y Virginia, por si queremos decir algo de las constantes violaciones a los derechos humanos por parte de nuestro patriótico Ejército. Vale la pena entrar al sitio del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio y darle una mirada a los aterradores datos que presentan.
O podríamos pensar en el retroceso en cuanto a legislación sobre salud reproductiva que ha habido en varios estados. Desde la histórica sentencia de la Suprema Corte en la que declara la constitucionalidad de la despenalización del aborto en el DF en las primeras 12 semanas de gestación (http://informa.scjn.gob.mx), 14 estados modificaron sus constituciones para “proteger la vida desde el momento de la concepción/fecundación”. Esto se traduce en la vulneración y desconocimiento de los derechos fundamentales de las mujeres, como el derecho a la vida, a la intimidad, a la libertad y a la autodeterminación reproductiva, todos reconocidos por la Constitución. Así lo argumentan las más de 500 mujeres que se han amparado contra las decisiones de las autoridades locales.
Es evidente la flagrante complicidad de muchos de los organismos oficiales con los sectores más conservadores de la sociedad. El desplegado redactado en el marco de la Cuarta Reunión Nacional de los Mecanismos para el Adelanto de las Mujeres en las Entidades Federativas del Sistema Nacional para la Igualdad entre Mujeres y Hombres, entre otras cosas, dice: “Exigimos que los institutos de las Mujeres y las dependencias federales, estatales y municipales cumplan con su responsabilidad jurídica de hacer realidad el derecho de las mujeres a vivir una vida libre de violencia”.
Como plantea la antropóloga de la Universidad de Brasilia Rita Segato, en el caso de la violencia contra las mujeres no estamos hablando de “violencia de género, sino sobre cómo el género es violencia y esa violencia es la fundadora de todas las otras formas de violencia. (…) El género es —desde esta perspectiva— una máquina genocida”. Ay, Rosario…
Escritora
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