I.
Sobre el mar se pierden las fronteras, se humedecen los papeles, arden los ojos y la piel.
(el vértigo es la distancia entre mi voz y la inclinación de tu cabeza)
cuerpos, cenizas, historias que alimentan el escozor del yodo para regocijo de violencias submarinas
el comienzo de los tiempos fluye en el deseo de naufragio
(podría aferrarme a tu cintura y olvidar el zumbido de altamar)
pero son inasibles las palabras
prófugas de una memoria salobre revelada en otros huesos
II.
Si
hay un nombre secreto, el nombre que un huidizo dios escribiera alguna vez
sobre la arena, te llamaría yo piedra, mano, agua que corre, para tratar de
adivinar sus designios. Dibujaría entonces sobre tu vientre los signos ambiguos
del consuelo - como la hoguera que arde detrás del último médano - para hacer
de tu piel mi rezo cotidiano.
Si hay un nombre secreto debe contener dentro de sí todas las palabras. También las del dolor. Las de la ventana que mira a ninguna parte. Las de la ceniza que dio forma a tus huesos. Las del brillo acerado de las aves que viven cada noche dentro de los sueños. O tal vez sean alas de ángeles que repiten el nombre en tus oídos, como cuentan en otoño quienes saben. Bajo una llovizna inacabable. Bebo de ti entonces como si de algas fuera la sal de tu lengua. Bebo para encontrar aquella primera letra. Origen. Vértebra. Vino oscuro que se derrama.
Si hay un nombre secreto debe contener dentro de sí todas las palabras. También las del dolor. Las de la ventana que mira a ninguna parte. Las de la ceniza que dio forma a tus huesos. Las del brillo acerado de las aves que viven cada noche dentro de los sueños. O tal vez sean alas de ángeles que repiten el nombre en tus oídos, como cuentan en otoño quienes saben. Bajo una llovizna inacabable. Bebo de ti entonces como si de algas fuera la sal de tu lengua. Bebo para encontrar aquella primera letra. Origen. Vértebra. Vino oscuro que se derrama.