Travesías de domingo
11 de enero de 2009
También aquí llega - cómo no –, al silencio y a la paz del jardín de Cuernavaca que miro por la ventana. Acabo de leer en Nexos de enero, el primer número de esta nueva época, el texto de Eliseo Alberto “Así escribo”. El querido Lichi empieza diciendo “Una ventana. Necesito tener delante una ventana para sentarme a escribir…” y yo no puedo más que sentirme absolutamente identificada con su deseo. Como aquella mujer de Pánico o peligro, la novela de María Luisa Puga, o como la “Juana” de la canción de María Elena Walsh (“Sé que ustedes pensarán, qué pretenciosa la Juana…”) también yo necesito una ventana para poder escribir, para poder vivir. Aunque hay momentos, como éste, en que quisiera cerrar una oscura cortina para no distraerme, para no cuestionarme, para no sentir la inutilidad de estar metida desde hace casi tres horas en la cabeza y el cuerpo de Leo, mi personaje, músico que huye de la ciudad y se instala en una fría playa casi desierta, o de estar imaginando metáforas para terminar el libro Vestigios que – ahora sí – urge que cierre de una vez, antes de terminar de arruinarlo. Hay momentos como éste, en que quisiera cerrar una oscura cortina, porque también aquí, al jardín de Cuernavaca, llega el estruendo de la guerra en medio oriente. Y llega, por supuesto, cargado de horror, de sensación de impotencia, de indignación, pero también de los ecos de la polémica que ha tenido lugar en el diario mexicano La Jornada, en los últimos días, sobre el antisemitismo de algunos medios de comunicación. El bombardeo israelí sobre la franja de Gaza comenzó en medio de la polémica. Muchos de quienes firmamos una carta contra las expresiones antisemitas de uno de los columnistas del diario, también quisimos expresar nuestro desacuerdo y nuestro horror ante la matanza de palestinos. Ésta es la carta que yo misma publiqué el 6 de enero en el correo de lectores:
Ante la masacre que el Estado de Israel está perpetrando en la franja de Gaza, quisiera expresar mi repudio con una frase que el gran músico de origen argentino Daniel Barenboim dijera hace pocos días:
"Nosotros, el pueblo judío, debemos saber y sentir con más urgencia que otros que el asesinato de civiles inocentes es inhumano y inaceptable".
No hace falta ser judía para oponerse al antisemitismo. Ni negra para oponerse al racismo. Ni palestina para oponerse a la violencia en Medio Oriente. Ni homosexual para oponerse a la homofobia. O hace falta, justamente, serlo todo a la vez: soy judía, soy negra, soy palestina, soy homosexual, soy indígena. Por eso hoy estoy obligada a gritar:
¡ALTO A LA MATANZA DEL PUEBLO PALESTINO!
Hoy, frente a mi ventana, el estruendo de la guerra me trae también la posibilidad de reflexionar, de analizar, de separar el trigo de la cizaña. Una vez más, como tantas otras, esta posibilidad encuentra palabras en un texto de Ricardo Forster publicado en Página 12.
http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-117998-2009-01-11.html
Vale la pena leerlo y releerlo. Vale la pena pensarlo. Vale la pena recuperar lo mejor de la tradición del humanismo judío, reflexivo, sensible, hospitalario. El humanismo de Franz Rosenzweig, de Martín Buber, de Emmanuel Lévinas, de Edmond Jabès y tantos otros. O el de las voces que se levantan hoy incluso en Israel en contra de los asesinatos a palestinos: la voz de Daniel Barenboim, la de Amos Oz. Del primero extrañamos el diálogo agudo y comprometido que sostuvo durante tantos años con Edward Said y que proyectos tan importantes generó. De Amos Oz recupero, como lectura de domingo, sentada ante mi ventana, el libro Contra el fanatismo. Con él seguiré la travesía de hoy.
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