Escribir para “intentar saber qué escribiríamos si escribiésemos”, escribió Marguerite Duras. O escribir para no morir, quizás. O para no ser más que palabras. Escribir porque no podemos hacer otra cosa; porque no queremos hacer nada más. Escribir para conjurar a los fantasmas. Escribir para no tener que ir a una oficina. Escribir rodeados de libros aunque eso nos lleve al silencio. Escribir aunque “preferiríamos no hacerlo”. Escribir con todo el cuerpo. Escribir para que alguien pueda “adoptar la postura más cómoda: sentado, tumbado, aovillado, acostado…”. Escribir para inventar ángeles. O para enterrarlos. Escribir con vergüenza. Escribir en viejos escritorios apolillados. Escribir de pie. Escribir a la hora violeta. Escribir por los que no están. Escribir al ritmo de la respiración; relajados o ahogados en whisky. Escribir escondidos en el ático. O escribir a voz en cuello. Escribir para mirar morir una mosca. Escribir para no llegar nunca al punto final. Escribir cantando. Escribir con Bach y sus sonatas para cello. Escribir mirando el rostro amado. Escribir apenas rozando el teclado. O con entrañable tinta sepia. Escribir para no perdernos en lo cotidiano. Escribir con miedo. Escribir para inventar las vidas que no vemos al otro lado de la puerta. Escribir para explorar la noche. Escribir como náufragos. Escribir porque dios no nos escucha. Escribir porque el desierto es infinito. Escribir a la luz de una vela. Escribir en el metro. Escribir porque todos moriremos. Escribir en pequeñas libretas. Escribir para estar solos. O no. Escribir cuando todo lo demás es silencio. Escribir con los otros. Escribir desde el pozo negro de la angustia. Escribir para no tener que salir de este cuarto. Escribir para ser feliz a deshora. O quizás escribir a lápiz. Escribir para escuchar otras voces. Escribir de madrugada. Escribir con lentes nuevos. Escribir, madre, en la lengua de tus asesinos. Escribir hacia adentro. Escribir para salvar los restos. Escribir y desescribir ante el mar de Ítaca. Escribir para no olvidar las palabras. Escribir desde el tartamudeo. Escribir frente a la corriente zaina. Escribir alrededor del fuego. Escribir lejos de la computadora. Escribir para conocer el sabor de tu piel. Escribir en el vacío. Escribir frágilmente. Escribir desesperadamente. Escribir de un tirón. Escribir a regañadientes. Escribir olvidados por los dioses. Escribir desde la hospitalidad. Escribir para encontrar el sonido primigenio. Escribir para abrazar otras huellas. Escribir en idiomas perdidos. Escribir para volver a casa.
Sandra Lorenzano
Este texto publicado en el libro El arte de enseñar a escribir, coordinado por Mario Bellatin, México, FCE, 2007.
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