Memoria I
Giorgos Seferis
Y el mar ya no existe
Yo no tenía más que una flauta de caña en mis manos;
desierta era la noche, en menguante estaba la luna
y la tierra fragante después del aguacero.
Yo murmuraba: la memoria, donde se la toque, duele;
apenas si hay un poco de cielo, el mar ya no existe,
lo que se mata durante el día, por carradas se lo arroja detrás de la colina.
Distraídamente mis dedos jugueteaban con aquella flauta
que me regaló un viejo pastor porque le di las buenas tardes.
Los otros han olvidado ya el saludo;
se despiertan, se afeitan e inician el día de la matanza
así como se poda o como se opera, metódicamente y sin pasión.
El dolor es un cadáver como Patroclo y ya nadie se deja embaucar.
Yo pensé tocar un aria, pero me abochorna el otro mundo,
aquel que me ve más allá de la noche, en el corazón de mi luz,
tramado de cuerpos vivos, de corazones desnudos,
y el amor, que tanto pertenece a las Furias
como al hombre, a la piedra, al agua y a la hierba,
y aun a la bestia que enrostra la muerte asiéndola.
Así avanzaba sobre el sendero oscuro.
Me volví a mi jardín, enterré la flauta de caña
y nuevamente murmuré: un día, al alba,
la resurrección vendrá;
el rocío de esa mañana centelleará como centellean los árboles en la primavera.
Y otra vez será el mar… Y todavía Afrodita surgirá de las olas.
Somos la simiente que perece. Y regresé a mi casa vacía.
(De Diario de a bordo III)
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