Hablemos de poesía
1.
Hablemos de poesía. Que de eso se trata. De la conmoción que provoca la palabra poética. Del sacudimiento que generan imágenes sorprendentes, giros inesperados. Del escalofrío ante la metáfora aguda. Del ritmo envolvente. Del ritmo, señoras y señores.
Estoy llorando
Derramando lágrimas
(donde sea que me paro,
Donde siembro mis pies,
Revientan las flores de sal)
Las flores de sal que son versos, palabras que alumbran el abismo, que descubren el silencio, porque sólo desde allí existe la poesía. Palabras que le crecen a Mardonio como flores. A veces con llanto, como en este poema, a veces con risa, con música, con el cuerpo que descubre el goce y la caricia. Con picardía, con gracia, con sorpresa. Leo un fragmento de “Palabra de mujer”:
Nuestros hijos se han marchado ya
Nuestros hijos se han marchado ya
Sólo tú
Sólo yo
Sentémonos ya
Sólo tú
Sólo yo
A mirar cómo se apaga el día
¡Viejo, alegra mi corazón!
(y te daré buena comida)
Verás cómo el hambre se te vuelve a despertar.
Sólo yo
Sentémonos ya
Sólo tú
Sólo yo
A mirar cómo se apaga el día
¡Viejo, alegra mi corazón!
(y te daré buena comida)
Verás cómo el hambre se te vuelve a despertar.
Porque la vida es el motor que alimenta a Mardonio. La vida que busca su propio cauce. Allí donde la tradición y los versos antiguos no paralicen con su peso polvoriento, donde no impidan explorar nuevos caminos. Encontrar la propia huella más allá de los relatos. Y si hay que romper, romperá la voz la historia repetida desde siempre. ¿Acaso habla de otra cosa este poema? Uno de mis favoritos del libro, por cierto:
Dicen que me hicieron con un poco de barro
Reniego pues de la historia
Y si esas palabras verdaderas resultaran
Meteré una rosa blanca por mi boca
La tragaré como si fuera una pastilla
Y cuando pase por mi garganta
Me desgarrarán de la rosa sus espinas
Roja se hará la blanca rosa
Y haré trizas la primera historia
Comenzará a latir dentro de mi cuerpo
Una rosa roja en el ojo de mi pecho.
Por eso quizás, o por eso también, el xolo como símbolo: perro desnudo, como la muerte que nos espera al otro lado del Miktlán. La desnudez es un modo de hacer carne lo que nos precedió. Somos también el pan de aquellos huesos.
"Una antiquísma tribu, los yanomamis, que habitan la selva amazónica (...) practican un extraño canibalismo: se comen entre todos a su propios muertos, pero tras reducirlos a ceniza, en una fogata que consume no sólo el cuerpo del muerto sino cuanto le pertenecía..." De manera inversa a la magdalena proustiana a partir de la cual se despliega el universo completo de la memoria, el rito yanomami busca la compresión, la reducción de la memoria a un solo punto, Aleph que reúne con las cenizas del muerto mezcladas con plátano, su nombre, su historia, sus pertenencias.
Algo de eso hay también en la palabra poética. Y algo de eso, sin duda, en la palabra poética de Mardonio. Él mismo lo dice en el comienzo de otro texto, Xantolo, sobre la festividad de muertos en la Huasteca veracruzana. Les leo un fragmento:
Todos tenemos algo de santo, sobre todo después de muertos. Pero uno se muere de todo: de tiempo, de vida, de risa, de hambre y de todo. Para los mexicanos, y más para los que pertenecemos a un pueblo indígena, la muerte es sólo un síntoma de vida, nos enfermamos de vida hasta que nos curamos cuando llega la muerte, ya sea grande o chiquita. Para los que nacimos hablando el idioma náhuatl la muerte está con nosotros desde nuestros nombres. En náhuatl nombre se dice toka. El verbo sembrar se dice toka, entierro se dice también toka.
Hablemos de poesía, pues. De poesía, de memoria, de cuerpo, de ritmo. De la vida y de la muerte. Ni más ni menos. Luego vendrá lo demás.
2.
Y la lengua. Claro. No hemos hablado aún de la lengua. Cómo me atrevo a hablar de poesía, y sobre todo de ritmo, sin hablar náhuatl. Me tomo esta “licencia poética” con la misma sensación de pobreza lectora que siento al leer las traducciones al español de Paul Celan o de Ana Ajmátova, por no leer alemán ni ruso. Carencia mía, pues, el no poder leer los poemas de Mardonio en su lengua original. Pero tengo una ventaja, la tengo yo y la tenemos todos los que nos acerquemos a Xolo: escucharemos al propio poeta leer en su lengua madre. En la lengua de los arrullos. En la lengua de los primeros miedos y los primeros amores. Por eso puedo hablar de ritmo, de pasión, y de palabras que se van metiendo de a poco por los poros hasta ser parte de nosotros mismos.
¡Qué relación complicada tiene este país con los pueblos indígenas! Mezcla de orgullo, de paternalismo, de desprecio, de temor, de ajenidad. Como si los indígenas fueran y no fueran nuestros compatriotas. Con políticas públicas cambiantes, ambivalentes. Pareciera un tema que no se resuelve. Me decía Mardonio en una entrevista: “Que yo sea el primer indígena que tiene un programa de televisión no habla bien de mí, habla mal de nuestro país.”
En este contexto, el tema de la lengua no es irrelevante. Nunca el tema de la lengua es irrelevante. Pero Xolo nos muestra algo más. Mardonio Carballo y Juan Pablo Villa nos muestran algo más. Y aquí sí voy a entrar al segundo elementos constitutivos de esta propuesta: la música. O mejor dicho: el diálogo entre la música y la poesía.
Mientras escribo estas líneas escucho el disco, por supuesto. Juan Pablo Villa sabe lo que hace con la poesía de Mardonio. No sólo porque tiene una sensibilidad fuera de lo común, sino porque ha estudiado como pocos en nuestro país las posibilidades de la voz como elemento de construcción sonora. Dicen que aprendió del agua. De las profundidades de un lago cuando tenía sólo diez años. También lo aprendió de los inuit, de los cardencheros de Durango, de los japoneses de Nanto, de los mongoles. Y ahora lo aprende con Mardonio y su raíz náhuatl. La garganta de Juan Pablo es fuente de sonidos y de silencios. Comparto con él algunas obsesiones, aunque él aún no lo sepa.
Explorador de las corrientes más interesantes y transgresoras de la música contemporánea, este músico formado en las vanguardias, en el jazz, amante a la vez de las formas populares y de la experimentación sonora, ha hecho un dúo excepcional con Carballo.
Yo sé que ustedes que nos acompañan hoy aquí lo saben, pero no está de más recordarlo: no estamos ante la “musicalización” de los poemas, sino ante una creación conjunta.
Aquí está la voz, íntima y profunda, pero también exaltada o teatral del poeta, recitando, cantando, sonando en castilla y en náhuatl. Aquí está la música. Están los gemidos, las respiraciones, los ritmos, los silencios, los juegos sonoros, las repeticiones, los aullidos, los murmullos que han construido entre los dos. Y que nos ponen la piel chinita.
3.
Para terminar sólo quiero decir que como fanática que soy de todos los caminos que se exploren para hacer crecer la palabra poética: en diálogo con otros lenguajes, en la calle, con los jóvenes, en voz alta, en murmullos, lo que sea que abra caminos a la poesía, me hace muy feliz este proyecto, y me hace más feliz aún tener la inmensa suerte – ustedes y yo – de sumar este pequeño y maravilloso objeto que es Xolo en el apartado más entrañable del “soundtrack” de nuestra vida.
Gracias a Mardonio y a Juan Pablo por habernos regalado esta posibilidad.