23/11/07

Presentación libro Saudades de Sandra Lorenzano
Antonio Navalón
Miércoles 14 de noviembre de 2007
Librería del Fondo Octavio Paz

Buenas noches.

Debo empezar esta participación aclarando que soy de los que no creen en las presentaciones de libros. No conozco un acto más enriquecedor, más interactivo -como ahora se llama-, que leer, pero también es el más íntimo, superior al amor, a la pasión, al sexo, sin duda…

La lectura significa una experiencia que nada puede borrar, que se deposita y se convierte en sedimento de nuestro ser.

No hay nada más penetrante que la necesidad de ser y la lucha permanente por romper los convencionalismos de raza y geografía para tener la fuerza de convertir a la cultura y la historia de la civilización en aliado de uno mismo, en cómplice para la construcción de nuestra vida, que en resumen, es la historia del mundo, esta vida que es la de usted, la mía, la de cualquiera…

Saudades es sobre todo un libro íntimo que borda, que busca y construye la intimidad más profunda.

El entendimiento de la experiencia histórica y por lo tanto, literaria y/o sensitiva, para construir la vida, funciona demasiadas veces al margen de la funcionalidad de las cosas.

No sé tanto de literatura como para juzgar desde esa perspectiva esta publicación, y tampoco quiero desandar los caminos sobre si la búsqueda de la libertad es comparable a la ciudad de Cortazar en su Rayuela.

No obstante, quiero destacar algo muy importante: es a través de estas páginas que Sandra Lorenzano se deconstruye y reconstruye, una y otra vez, en la que se encuentra la razón permanente del seguir sobre tres necesidades fundamentales:

La primera es la necesidad del ser, la segunda, de entender lo que pasó y lo que nos rodea -como un objetivo personal- y la última, la de conservar y tener un saudade, un recuerdo cuya satisfacción venga de haber tenido el valor de intentar ser.
El título, Saudades, no es -y no pretendo aquí sicoanalizar a la autora- un accidente lingüístico.

Saudade, que como todos ustedes saben es una palabra portuguesa, lengua más amable que aquella en la que hemos nacido y amado; saudade quiere decir nostalgia y esperanza, pero no es una nostalgia hacia atrás, es una nostalgia hacia adelante.

Sobre todas las cosas Portugal es un punto clave para entender este libro y a todos los demás, es la excepción civilizada dentro de una península de la que todos -más o menos-, venimos y en cuya lengua nos han enseñado a llorar, sufrir y morir.

El portugués es una apelación civilizatoria. No hay nada más ibérico en la península ibérica que la aspiración a ser inglés, logro que a la postre correspondió a Portugal.

Por eso Saudades trae la memoria, la nostalgia de tener algo que conservar; no solamente se refiere a un tiempo, a un lugar o a los momentos entrañables, sino que viene enlazado entre la bruma de una aspiración de ser.


Se puede tener nostalgia del ayer y pálpito nostálgico hacia el mañana. Saudades es una obra construida con base en párrafos que resuenan en nuestro interior como latigazos.

Cuando la autora dice:

El único viaje que de verdad disfruto, Amor, es el que me lleva a recorrer las riberas de tu aliento, los esteros de tu piel, los deltas antiguos que habitan tu lengua... El único viaje, Amor, es el que inventa tu nombre.

está colocando el principio y el final del rasgo principal de este libro. No solamente es -como dice mi compañera de presentación Sylvia Molloy, “una sinfonía coral”-, es sobre todo un viaje permanente hacia ninguna parte, ese ideal de la autoconstrucción y la manera en que conseguimos obtener lo mejor de nosotros mismos pese a cualquier circunstancia que se presente.


“No hay más tiempo que el que nos toca vivir” dijo el maestro Serrat, “y uno siempre es lo que es del derecho y del revés”.

Lorenzano nació en Buenos Aires y aprendió a oír el desgarre de la tierra en castellano, en español; entre crucifixiones intuyó el horror, escapó del horror, murió en el horror y sintió el horror.

El horror o la capacidad de horrorizarse frente a lo que sucede es un elemento fundamental para estar vivo a plenitud. Ser capaz de sobrevivir al campo es la prueba suprema de que la vida tuvo más fuerza que sus enemigos.

Hablar de lo indecible, entonces, dar cuenta de las alambradas, rodear el núcleo del horror, quizás, enmudecer haciendo del silencio repudio y condena porque, como lo supo Kafka, peor que el canto de las sirenas es el silencio de las sirenas.

Testigo, combatiente, enemiga conciente del horror, Sandra reflexiona una y otra vez y siempre se plantea la misma pregunta, ¿hasta dónde se puede llegar a ser uno?...Es por eso que este es un viaje hacia ninguna parte.

Uno de los mayores problemas que tenemos los habitantes de este siglo es que la violencia de hoy no es un pálpito del futuro sino una condición permanente que nos envuelve.

Con una salvedad que es preciso reconocer: el horror de hace 25 o 30 años era doméstico y local, hoy es general. Y frente a él subsisten tres preguntas eternas ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?

En ese sentido, la lucha por ser algo, por construir una vida después de la vida, diferenciar compromisos y luchar por sobrevivir lleva a reflexiones como la siguiente:

Quizás tengan razón quienes dicen que no podemos escribir contra la muerte porque ya hemos pasado por ella. No somos sobrevivientes como queremos creer. En Buchenwald, el humo del crematorio ahuyenta los pájaros y esos pájaros alejándose de la muerte son los mismos que gaznan enloquecidamente frente a la lente de Hitchcock.

También ellos son aparecidos en el último graznido de la locura. La imagen de Buchenwald cubre los cuerpos que conozco y me escamotea así el sentido de mis gestos cotidianos. Aunque tampoco yo -lo sé- haya visto nada en Hiroshima.

Ese es un sentido universal de pertenencia a la condición humana y es un sentido universal de buscar en el entorno más íntimo y más profundo la superación del ser.

Como la Torá proclama: “si salvas una vida, salvas al mundo entero; si construyes tu libertad, haces libre al mundo”. Vivir mirando hacia el mañana sabiendo a qué entorno pertenecemos y teniendo responsabilidad moral -más allá de las convicciones-, es el mayor desafío para la creación.

Usar las vidas y sufrimientos de otros para construir un proyecto personal, es uno de los mayores desafíos de vida y de creación, y rara vez llegan a buen puerto.



Es el caso de Saudades, escrito por una persona valiente que trata de superar el horror, que sabe que el humo de los crematorios ahuyenta a los pájaros pero cuyo compromiso la llevará finalmente a su destino, pues como ella misma dice:

Escribir porque es el último vestigio al cual aferrarse después del naufragio, porque es el único hogar que queda, porque hay que nombrar a cada uno, porque el cuento no puede terminar.

Escribir para que el baile no se detenga. Escribir porque no hay más señales, sólo gargantas escarpadas. Un tren que parte. Unos brazos que se extienden.

Al final, lo único que sobrevive es la literatura, los poetas son los únicos merecedores de la vida. Lo que todos los demás necesitamos expresar en cientos de páginas, ellos logran decirlo con una frase, y ésta marca el camino permanente hacia la memoria sobre el principio y el fin.


Para ello Lorenzano cuenta con una condición elemental: es imposible ser libre sin ser migrante de acción y condición, porque la libertad que más cuesta es la moral.

Para encontrarnos en el viaje a ninguna parte, la búsqueda empieza en el centro de uno mismo, para seguir reconstruyendo, una y otra vez, la vuelta a empezar.

La autora reclama y rescata:

En el I Ching, a la representación del exilio hecha a través de la figura de Lü, el Andariego, le corresponde “la imagen del pájaro al que se le incendia el nido”.

Los nidos se nos incendiaron y muchas veces nosotros mismos les prendimos fuego, nos equivocamos y lo aceptamos; al final queda la vocación de ser pese a los errores, un balance en el que moralmente nos podamos reconocer, porque en este viaje el costo final será siempre discutible y sólo habrá valido si aprendimos a descubrir la plenitud del sentimiento.


De Sandra Lorenzano se puede decir que no hace verdad una de las máximas de su libro –y cito-: "ella no es una voz que se ahoga".

Una de las principales claves para saber vivir es tomar de las experiencias sus elementos enriquecedores.

Si la búsqueda del interior nos convierte en migrantes permanentes, hay que tener cuidado en definir qué vale la pena conservar en el viaje, manteniendo a la vanguardia los compromisos morales que conlleva ser habitante de este planeta.

Frente a eso, el pasaporte es la responsabilidad histórica y moral de haber sufrido con todas las causas de opresión que nos rodean.

Esa comprensión de que las cenizas de cualquier víctima son nuestras, forja un vínculo eterno durante cada página, durante cada palabra... es un saudade histórico.



Esa es la responsabilidad del ser, eso es lo que me ha enseñado la lectura de este libro. Leer un libro es volar hacia un mundo que jamás acabamos de poseer, cada sensación es intransferible, nadie siente ni entiende lo mismo.

Si preguntamos a la autora de dónde es, ella sin duda ni cortapisa contestaría: nací en el planeta Tierra, habito en el compromiso y trato de ganar todos los días el título de ser humano.

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