Volver a ser la línea que separa las historias del zumbido feroz del mediodía. Como en el inicio. Predecibles eran entonces el sudor y las alas de los insectos. Lo esperado si el vapor de los ríos marcaba las horas y en un pliegue imperceptible del aire se quebraba el aliento. Lo que anhelaba la piel. El frágil golpeteo en las sienes, el reflejo en el pardo dibujo del agua.
Como el vidrio pulido que guardabas en la mano
Como el hilo que marcaba la frontera
Como el vino derramado en la tierra
(una aureola es la carta marina)
Y el sol en lo alto
¿siempre?
que quema la imagen por los bordes
que satura los colores
que hace del calor marca de fuego
herrumbre.
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