24/5/13

Amado Nervo: de Sor Juana a los boleros

Les cuento que hace exactamente 5 años, en mayo de 2008, fui invitada a dar la conferencia inaugural del Festival Internacional “Amado Nervo”, en Tepic, Nayarit. 
Comparto con ustedes lo que leí en ese momento. Ojalá les guste.




1. Nacimiento de una pasión
El 24 de mayo de 1919 moría Amado Nervo, en Montevideo, donde se desempeñaba como Ministro Plenipotenciario del gobierno de México. Tenía 49 años; había nacido en 1870 en esta maravillosa ciudad de Tepic. Tenía 49 años y una amplia y rica carrera a sus espaldas; 49 años y algo que no sabemos si alcanzó a percibir en su plenitud: la devoción del público. No sólo de los lectores mexicanos sino de los de la América hispánica toda. Uruguay decretó día de duelo nacional por la muerte del poeta, y su féretro, cubierto por las banderas de todos los países del continente, se hizo a la mar en un barco que fue deteniéndose en uno y otro puerto a lo largo del camino para que quienes amaban sus literatura pudieran despedirlo. Una multitud esperaba el cuerpo en el puerto de Veracruz para acompañarlo a la capital del país. Dicen que más de 300 mil personas le dieron “el último adiós” – para usar una metáfora que nació con el modernismo -. Un espectáculo único, una manifestación del peso que alcanzó su literatura que no volvió a repetirse nunca más en nuestra historia. La poesía logró con el creador nayarita lo que sólo se asemejaría décadas después con el apoyo de los medios. Y digo que no sabemos si alcanzó a percibir Amado Nervo el alcance de si figura, porque algunos años antes había escrito un texto desesperanzado: 
“… ¿Quién considera, quién comprende en México al literato? Nadie. Júzgasele aplicándole prejuicios de la época de Maricastaña; cúrese de él la gente como de un animal raro, créese destituido de valor su trabajo, y hay quien sostenga, sin temor de Dios, que es un holgazán, pues que la tarea intelectual, esa tarea ingrata, agotadora de mil energías y, ¿por qué no decirlo?, sublime y redentora, no es, según el común criterio, un trabajo propiamente dicho: es algo inútil y aun nocivo.” (En “Los poetas mexicanos y el pueblo”, 27 de junio de 1896).

La muerte que, como la búsqueda de la felicidad y el amor, habían estado tan presentes en su poesía, construye el último gran gesto del poeta convirtiendo en algo público el más íntimo de los instantes. De alguna manera la apoteosis de la despedida puede verse como el complemento que la vida le regala en respuesta a esa poema que hasta hace pocos años todos los mexicanos sabían de memoria (seguramente en Nayarit y en esta sala lo siguen sabiendo); me refiero, como habrán podido adivinar, a “En paz”. (Si uno pone en el buscador de Google “Amado Nervo, En Paz”, aparecen ¡¡¡208,000 entradas!!!). 
Permítanme que lo lea, repitiendo ese gesto usual en la época: le lectura en voz alta; y si quieren pueden sumarse y lo decimos juntos:
Muy cerca de mi ocaso,
yo te bendigo, vida
porque nunca me diste
ni esperanza fallida
ni trabajo injusto,
ni pena inmerecida. 
Porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino
que si extraje la hiel o la miel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel, o mieles sabrosas. 
Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno,
mas tu no me dijiste que mayo fuese eterno
halle sin duda largas las noches de mis penas,
mas tu no prometiste tan solo noches buenas. 
En cambio tuve algunas
santamente serenas 
¡Amé, fui amado, el sol acarició mi faz!
¡Vida, nada me debes!
¡Vida, estamos en paz!
Qué mejor regalo para un poeta que buscaba como Nervo llegar a la sencillez absoluta después de de haber experimentado las diversas formas del modernismo, que ver sus propios versos incorporados como frases del habla popular. ¿Quién no ha adoptado como propias algunas de sus imágenes? Esto es lo que sucede, como bien señala Carlos Monsiváis, con frases como “el arquitecto de mi propio destino”.
El camino de la sencillez es alimentado entre otras cosas por la reivindicación de su origen provinciano, como en el caso de López Velarde y su “Suave Patria”. Hay maravillosas páginas de Nervo hablando de la ciudad de su infancia, de ese “paraíso perdido”, “Pueblo feliz”, de juegos en la plaza, de vida familiar, de rezos murmurados que marcaban las horas del día. “El agua al amanecer… Las noches eran profundas. En las épocas de agua, los cocuyos iluminaban con sus alas de oro y verde.”
 Y él mismo escribe: “Al abandonar ese Tepic, junto con la muerte de mi padre, terminó la niñez y con ello, una etapa de la vida y de la ciudad donde nací.”

Esta sencillez, este despojamiento convertido en poética, se ve enriquecido también por su acercamiento a ciertas filosofías orientales, es especial al budismo. Recordemos la primera estrofa del poema “Renunciación”: “Oh Siddharta Gautama, tú tenías razón: / las angustias nos vienen del deseo; el edén / consiste en no anhelar, en la renunciación / completa, irrevocable, de toda posesión; / quien no desea nada, dondequiera está bien.” (En Serenidad, 1914)
Entre la pasión y el equilibrio, entre “el cielo y la tierra”, “entre el erotismo y la fe religiosa: ‘mi afán entre dos aguijones – escribió el propio Nervo -: alma y carne”
, creó una obra literaria que es, como lo subraya Monsiváis, la expresión de la sensibilidad de una época; el amor como “la justificación de la vida”
 y la amistad, la sinceridad y el catolicismo o, en todo caso, la fe en la trascendencia, como los pilares de toda creación. La poesía es la nueva religión y el poeta un elegido:
Si mis rimas fuesen bellas,
Enorgullecerme de ellas
No está bien,
Pues nunca mías han sido
En realidad: al oído
Me las dicta… ¡no sé quién!
Yo no soy más que el acento
Del arpa que hiere el viento veloz, 
Yo no soy más que el eco débil,
Ya jubiloso, ya flébil,
De una voz… (de Serenidad)

2. A las mujeres de mi país y de mi raza…
El único ensayo crítico extenso que realizó Amado Nervo fue Juana de Asbaje, escrito para el Centenario de la Celebración de la Independencia, en 1910, y en el cual recupera la figura de la monja jerónima, hoy tan estudiada y admirada, pero tan olvidada e incluso rechazada durante los siglos XVIII y XIX. 
No olvidemos que el modernismo es un movimiento que surge en Hispanoamérica como búsqueda, entre otras cosas, de la independencia estética de España que aún no habíamos alcanzado a pesar de haber alcanzado ya la independencia política. La mirada de nuestros escritores abandona entonces la península Ibérica y se dirige a la cultura propia, tanto como a Francia donde parnasianos y simbolistas les proporcionan los elementos que, combinados con las realidades nacionales y continentales, dieron origen al primer movimiento literario nacido en estas tierras. Es desde aquí, desde América, que irradiará al resto del mundo. Se trata de un movimiento complejo, que cubre distintas etapas con características diversas, lo que difícilmente podríamos resumir en unas pocas líneas.
“No hay modernismo sino modernismos – escribe José Emilio Pacheco - : los de cada poeta importante que comienza a escribir en lengua española entre 1880 y 1910. (…) Al ser la negación de cada escuela, al exigir a cada poeta el hallazgo de su individualidad, el modernismo es un círculo cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna. (…) Es una voluntad de situarse en el ahora, de encontrar el estilo de la época.” Y continúa Pacheco: “En 1695 los Siglos de Oro llegaron a su fin al morir Sor Juana Inés de la Cruz. Fueron necesarios doscientos años para que las letras españolas recuperaran su lugar. Esta empresa tuvo su origen en la periferia y no en el centro. Empezó por un afán de independencia cultural que siguiera a la autonomía política y terminó en un movimiento que se vio como hispanoamericano primero y en seguida dentro de la perspectiva general del idioma.”

Sin duda, la búsqueda del fortalecimiento de la identidad nacional en primer término, y luego de la continental son objetivos que muchos de las obras modernistas nos permiten ver. En esta búsqueda, el trabajo sobre el idioma – la experimentación con formas y ritmos poéticos tomados de otras lenguas, la exploración de nuevas imágenes y metáforas, etc. – va de la mano con los viajes, reales e imaginarios, a países remotos y, a la vez, con el redescubrimiento de la riqueza de las culturas nacionales. En este último sentido es que cobra tanto valor la recuperación que hace Amado Nervo de la figura de Juana de Asbaje.
La obra, cuyo título sin duda “saca” a la monja del convento, comienza con la siguiente frase: “Dedico este libro a las mujeres todas de mi país y de mi raza.”.  Y como primer párrafo dice: “Ahora que nos acercamos a la celebración del Centenario de nuestra Independencia, está bien que pensemos en todos aquellos con su mentalidad ingente ayudaron a formar el alma de la Patria e hicieron que se destacara poco a poco la individualidad de la misma.”

Hoy, cuando estamos iniciando los festejos por el Bicentenario, no estaría de más tener presente esta propuesta, ¿verdad? 
En este libro, el personaje, Juana, tiene, como el propio Nervo, orígenes provincianos – había nacido en Nepantla – y amor por la palabra. 
“Yo no quiero olvidar jamás cierta noche de miércoles santo, en que, yendo para Cuautla, una avería de la locomotora nos obligó a quedarnos tres horas en Nepantla. La transparencia de la atmósfera, extraordinaria, daba a los astros la ilusión de una proximidad emocionante. Una placidez de tonalidad admirable reinaba en el paisaje. Largo rato vagué por entre las casas humildes y por los campos anegados de luna, repitiendo con no sé qué íntimo deleite: ¡Aquí nació Sor Juana! ¡Aquí nació Sor Juana! (…) ¿Cuáles de aquellas paredes blancas cobijaron los primeros años de la adorable niña?”

Como él, la joven debe abandonar su hogar para ir a la ciudad y poder desarrollar entonces su verdadera vocación poética. Como él se debatirá entre la religión y la creación. Sin duda, la Inquisición y su género harán que para Sor Juana esta tensión sea muchísimo más problemática que dos siglos después para el tepiscense. De hecho, sabemos que los principales conflictos que tuvo la jerónima durante su vida se debieron a la presión que ejerció la Iglesia para hacerla abandonar el camino del conocimiento; camino que había emprendido desde que, a los tres años, acompañó a escondidas a su hermana mayor a la escuela y aprendió a escribir, para enorme sorpresa de su madre. La Iglesia rígida e intolerante de nuestro barroco intentará más de una vez obligarla al silencio. Amado Nervo, rompiendo una tradición de desprestigio que la crítica del siglo XVIII había tejido alrededor de la compleja y sin dudas excepcional obra de Sor Juana, la convierte en el centro de sus reflexiones con motivo, como les decía, de los cien años de nuestra independencia. La riqueza cultural es aquello que le da fuerza a nuestro país, parece ser uno de los mensajes que el poeta pretende transmitir. Saberse heredero de una rica tradición literaria fortalece también su propio trabajo y su figura en el imaginario nacional. Si bien siempre los poetas tienen algo de rara avis (no olvidemos que una de las obras de Rubén Darío se llama precisamente “Los raros”),  esta “rareza” encuentra afinidades en la propia historia. Sor Juana es, sin duda para Nervo, una de estas “afinidades electivas”, para utilizar la frase de una obra de Goethe. El siglo XX, en especial su segunda mitad, se caracteriza por el estudio riguroso y rico de la obra de la jerónima; los sorjuanistas forman una élite académica devotamente estudiosa de su obra. Pienso en los trabajos de Margo Glantz, de Antonio Alatorre, de Georgina Sabat de Rivers, de Antonio Rubial, entre otros. Y, por supuesto, en la hermosa biografía intelectual que es a la vez análisis sociológico, histórico y poético de Octavio Paz, Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe. Si alguien quiere acercarse a Sor Juana le recomiendo que lo haga a través del libro de Paz; obra mayor que resulta amena y rigurosa a la vez. Nuevamente un poeta hablando de un poeta (¿de una poetisa?). Decía que el siglo XX se caracteriza por el surgimiento de los estudios sobre Sor Juana, pero también por el afán de ciertos sectores por apresarla en una imagen rígida y “domesticada”, por decirlo de alguna manera; se limita así su obra al soneto “Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón”, o a la efigie de los billetes de 200 pesos. Uno de los espíritus más libres de nuestra historia queda de este modo reducido a su mínima expresión. Es necesario recuperar el afán de libertad que caracterizó a Juana Inés, su ansia de saber por encima de todo lo demás. Su búsqueda de respuestas a través del estudio y la observación. Su decisión de dedicarle la vida a las letras, al conocimiento. Su fortaleza para defender sus puntos de vista y sus derechos más allá de las presiones de los cerrados y convencionales espíritus confesionales. Amado Nervo hace especial énfasis en este ansia de libertad de nuestra Décima Musa, siguiendo los diversos pasos que la llevaron a acercarse al estudio y a la creación, desde las escapadas a la escuela, como lo comenté líneas anteriores, hasta los ruegos a su madre para que le permitiera asistir a la universidad aunque fuera vestida de hombre, pasando por el “examen” que le organiza el Virrey con los principales sabios del reino y en el cual Juana Inés demuestra tener una cultura y unos conocimientos nunca antes vistos en una jovencita de diecisieta años, su vida en el convento, las “llamadas de atención” de la Iglesia a raíz de sus posturas acerca de la principal fineza de Cristo (tema de discusión teológica muy importante en nuestro barroco novohispano), su amor por la ciencia, por los instrumentos astronómicos y musicales, etc. etc. El acercamiento que hace a Sor Juana está teñido por la admiración, el amor y el reconocimiento. Por primera vez después de la oscuridad en que cayó la obra de la poetisa, posterior al impresionante éxito que tuviera en vida. No olvidemos que gracias a María Luisa Manrique de Lara, Condesa de Paredes, esposa del Virrey y primera protectora de Sor Juana, se publican sus textos en España y causan sensación. Que la primera edición de las obras de la monja, la Inundación Castálida, se hiciera en 1689 en la capital del reino y no en la Nueva España, habla del reconocimiento con el que contaba ya en España y Portugal, incluso antes de la publicación del libro. Abre este libro con un soneto dedicado a su protectora que dice así: 

A la excelentísima señora condesa de Paredes, marquesa de la Laguna, enviándole estos papeles que su excelencia la pidió y pudo recoger soror Juana de muchas manos en que estaban, no menos divididos que escondidos como tesoro, con otros que no cupo en el tiempo buscarlos ni copiarlos 

   El hijo que la esclava ha concebido, 




dice el derecho que le pertenece




al legítimo dueño que obedece




la esclava madre, de quien es nacido.




   El que retorna el campo agradecido,
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opimo fruto, que obediente ofrece,




es del señor, pues si fecundo crece,




se lo debe al cultivo recibido.




   Así, Lisi divina, estos borrones




que hijos del alma son, partos del pecho,
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será razón que a ti te restituya;




   y no lo impidan sus imperfecciones,




pues vienen a ser tuyos de derecho




los conceptos de un alma que es tan tuya.




Ama y señora mía, besa los pies de vuestra excelencia, 




su criada




Juana Inés de la Cruz.






Por primera vez, decía, a través del libro de Amado Nervo, Juana de Asbaje vuelve a estar presente en la cultura nacional. Es el de nuestro poeta un trabajo amoroso, de admiración por esa mujer que se refugió en el convento porque no existía para ella otro destino si lo que quería era defender su derecho al conocimiento, su derecho al logos, su derecho a la palabra. Siguiendo las diversas etapas de su vida, así como el análisis de algunas de sus obras principales, va tejiendo este “libro con alas”, como lo llama Antonio Alatorre en la reedición que se hizo del mismo en 1994
; libro que resulta al mismo tiempo la recuperación de una de las principales voces de la historia de la literatura en lengua castellana y el homenaje de un poeta a quien le antecedió en el camino. No es el propósito de estas páginas detenerme más de la cuenta en el hermoso ensayo de Nervo, pero quisiera darle un espacio – si a ustedes les parece – a las últimas páginas del libro; aquellas que llevan por título “Su muerte”. 
“En cuanto a los que por ceguera, pertinacia o emulación no habían querido confesar su grandeza, ahora que la excelsa monja se convertía, según sus propias palabras, ‘en cadáver, en polvo, en sombra, en nada…’, cómo empezaban a verla crecer, crecer más alto que los dos volcanes hopados de nieve a cuyo amparo había nacido y llenar todo el Valle y toda la Nueva España, y todo el continente, y todo el mundo con la gigantesca proyección de su sombra.”

Algo quizás llegara a imaginar nuestro poeta de su propia desaparición ¿por qué no? Algo percibido, alimentado por la pasión mística de su juventud, por la marca que la muerte había dejado en su piel desde pequeño, con la ausencia de su padre. Recordemos aquel poema juvenil que dice: 
“Morir… y estar contigo…
¡Dulce esperanza, bienhechor abrigo
Donde mi corazón halla el consuelo
Que su ventura encierra!
¿Por qué peregrinar tanto en la tierra
Si la patria del alma está en el cielo?”
Algo parece adelantar también en el cierre del homenaje a Sor Juana de los sentimientos de aquel desgarrado poema que escribiera mientras velaba el cuerpo de la mujer que fue el amor de su vida, Ana Cecilia Luisa Dailliez, la “amada inmóvil”. Los versos son el homenaje que le rinde a quien consideró "ornamento de mi soledad, alivio de mi melancolía, flora de mi heredad modesta, dignidad de mi retiro, lamparita santa y dulce de mis tinieblas". 
“En memoria de ANA
Encontrada en el camino de la vida
El 31 de agosto de 1901
Perdida — ¿para siempre?— el 7 de enero de 1912.”


3. ¡Ah, el amor!
“Oh, qué será, qué será que no tiene decencia, ni nunca tendrá, que no tiene censura, ni nunca tendrá, que no tiene sentido...”, canta el brasileño Chico Buarque y con él canta toda nuestra cultura desde hace milenios. “Oh, qué será, qué será...” y ahí están Eros y Psique,  Penélope y Ulises, Troilo y Crécida, Romeo y Julieta…
He aquí nuestra educación sentimental: desde los mitos clásicos hasta los radioteatros, desde las tragedias de Shakespeare hasta los melodramas, desde las esculturas de la antigüedad a las fascinantes imágenes que nos mandaba Hollywood, todo eso ha formado a generaciones completas de latinoamericanos. Y allí están, por supuesto, los versos, los ritmos las imágenes de nuestros poetas modernistas.
He aquí nuestra educación sentimental; ésa a la que Manuel Puig le rindió homenaje en su novela La traición de Rita Hayworth, o el cubano Cabrera Infante convirtió en catedral de la lengua en Tres tristes tigres. La que nació con nuestros pálidos románticos vernáculos – epígonos melancólicos de Verlaine pasados por la exhuberancia del trópico -. ¿Alguien pronunció la palabra kitsch? Cuando muere Agustín Lara, en noviembre de 1970, las masas se abalanzan sobre su féretro. Las muchedumbres rodeando el cuerpo de su ídolo sólo tienen un antecedente en nuestro país, el entierro de Amado Nervo. El poeta nayarita que habiendo muerto en Montevideo es recibido por más de 300 mil personas que desean acompañar sus restos a la ciudad de México. Nunca más un poeta fue recibido con el fervor y la desolación popular que de ahí en adelante estaría sólo reservada para las “estrellas” del show bussines. La poesía vuelta - más que espectáculo - pasión compartida. Kitsch nada me debes, kitsch estamos en paz.
Del amor divino al amor terreno, la poesía de Amado Nervo se construye como él mismo lo dijo “entre el cielo y la tierra”. De sus primeras pasiones místicas al descubrimiento del amor pasional, va creciendo su obra. Y esto permite que se constituya en uno de los referentes principales en la educación “sentimental” de un pueblo que está descubriéndose a sí mismo. “Ser poeta – escribe Nervo en Revisión de valores es una predestinación; es realizar a Dios en el alma; es convertirse en templo del Espíritu Santo.” Y cito a Carlos Monsiváis en su libro Amor perdido: “A las obras de Acuña, Plaza, Díaz Mirón, Gutiérrez Nájera, Juan de Dios Peza, Nervo, José Manuel Othón, el público mexicano llega – transido de respeto y memorización amorosa – para ver sintetizadas o esbozadas, o magnificadas las relaciones internas o externas de una sociedad con sus haberes espirituales.” De ahí el paso de la poesía modernista a la cultura popular, a los boleros, a las canciones sentimentales, a la memoria de los mexicanos que hoy nos parece quizás más vapuleada que nunca.
Quisiera terminar, como homenaje a Amado Nervo y a su amor al amor, con la lectura de algunos fragmentos de su poema  "GRATIA PLENA"

TODO en ella encantaba, todo en ella atraía:
su mirada, su gesto, su sonrisa, su andar... 
El ingenio de Francia de su boca fluía.
Era llena de gracia, como el Avemaría;
¡quien la vio no la pudo ya jamás olvidar! 
Ingenua como el agua, diáfana como el día,
rubia y nevada como margarita sin par, 
al influjo de su alma celeste amanecía... 
Era llena de gracia, como el Avemaría; 
¡quien la vio no la pudo ya jamás olvidar! 
(…)
Yo gocé el privilegio de encontrarla en mi vía
dolorosa; por ella tuvo fin mi anhelar,
y cadencias arcanas halló mi poesía.
Era llena de gracia, como el Avemaría; 
¡quien la vio no la pudo ya jamás olvidar! 
¡Cuánto, cuánto la quise! ¡Por diez años fue mía; 
pero flores tan bellas nunca pueden durar!
¡Era llena de gracia, como el Avemaría; 
y a la Fuente de gracia, de donde procedía,
se volvió... como gota que se vuelve a la mar! 


Muchas gracias.




  


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