24/4/09

Tres textos tres

I.
Un ideograma, un jeroglífico, un simple rayo de luz que dibuja en la roca una marca indescifrable. ¿Otra vez el andariego? ¿El viejo Lu que vuelve a las cenizas? Como si buscara aún lo que fue sólo incendio. Rumor indistinto en su propio oído.

Sombra de agua sobre la senda del despojo. Vestigios. Ruina que sobre ruina construye un rostro. O un ave clavada al horizonte.
Perdida la transparencia el hogar fue una suma de vacíos.
Sobre todo en las mañanas en que la humedad impregna pulmones y papeles, y deja sólo los signos de una escritura diluida. Hay sobres que tuvieron alguna vez los bordes coloreados. Un pájaro reclama su espacio en estas líneas.

II.
La voz es niebla deslizándose despacio por tus vértebras. Como en el tiempo del desierto. Como en el principio moroso de la página.
Uno dos tres
Y el aire entra ahora a los mapas de tu olvido
Borra el grito y el rastro del grito
Borra la ausencia de sombras Cortante mediodía de luz
Los insectos rondan las palabras. Zumbidos. Murmullos familiares dentro de tu propio vértigo.
Siempre hay un hueso obsesionado, decía el poema. Por el tañido de una campana. Por el enjambre que teje despiadado el calor. Por la forma perfecta de tu espalda.
Un hueso que borda el ideograma del camino. Con hilo de seda. Inventa un origen. Un signo para cada uno de tus ríos.
Nunca un nombre.
Como en el principio. Como en las piedras que dejaste una tarde sobre otros relatos.

III.
La crueldad de las estaciones juega con la tierra y lo que oculta. Así comienza el relato. El de todos. Los escombros nos son más que fragmentos de imágenes que el verano abandona. Aunque siempre queda algo que remite al primer olor. ¿Limón? ¿Verbena? Un dejo agrio. El deshielo abre pequeños hilos de agua que luego serán grietas sobre todos los nombres. Y tu padre, y el padre de tu padre habrán visto sólo fracturas en la plegaria. Se escapa el recuerdo de la piel, quizás las uñas imaginen lo que han vivido, o el fondo de tu propio oído. El del vértigo. ¿Cuáles son las raíces que arraigan…? Sonidos que fueron palabras que fueron una amorosa declaración cualquier otoño. ¿A quién? ¿Cuándo? ¿Cuál es la punta del murmullo que encerraba el polvo? Mi voz trae arrastrando las voces del olvido. ¿…qué ramas crecen en estos escombros pétreos? Equipaje ligero si el viento soplara del este. O vacío. Hubo un invierno de silencios que pesa más que todo el resto de la carga. Y no hay aire. Sólo este tiempo helado. Silere.

12/4/09

Notas cada tanto

12 de abril de 2009

Desde siempre he sentido que los domingos en la tarde sólo hay lugar para la poesía. Una vez que hemos renunciado a meternos en algún centro comercial para ver cualquier película de las que las grandes cadenas de exhibición deciden que tenemos que ver, o cuando hemos terminado de secar el último plato de la extenuante comida familiar (¿quién las habrá inventado? Me entusiasman y me agotan por igual), cuando ya no se percibe ni el zumbido del partido de futbol que ha escuchado con devoción el portero del edificio, y el perro que tienen amarrado todo el fin de semana en la terraza que se ve desde mi ventana ha dejado de ladrar (y mi Lola ha dejado de responderle), sólo queda lugar para la poesía. No es cosa de ponerse melancólica - aunque algo de eso siempre hay - sino de sentarse cómodamente (de “repatingarse” en nuestro sillón favorito, como decía Italo Calvino en Si una noche de invierno un viajero; por lo menos en la traducción que leímos hace ya demasiado tiempo) con el mejor libro de poesía que se nos atraviese en el camino, y dejarnos llevar por las palabras (iba a escribir “por la música de las palabras”, pero me pareció terriblemente cursi).
En fin, que desde hace unos meses ando devota de José Ángel Valente, así que será entre sus páginas que pasaré mi tarde de domingo de esta semana que para parte de la humanidad fue “santa”, para otra parte fue el pretexto para unas siempre breves vacaciones, y para nosotros, los hijos de mi madre, fue semana de cumpleaños y duelos.
A pesar de las tristezas, fue también semana de libros y de sol, y las dos cosas son siempre agradecibles.
Y de amorosa compañía, y eso es mucho más agradecible aún.
Me tiro en el sillón rojo que Ulises, el gato de Mariana, ha decidido que es el mejor sitio para afilar sus ya de por sí afiladas garritas, y abro al azar el libro editado por Galaxia Gutenberg:

El amanecer es tu cuerpo y todo
lo demás todavía pertenece a la sombra.

Tus lentas oleadas fuerzan
la delgada membrana
del despertar.

Anuncias qué: no el día,
sino la quieta
duración del latido
en la sombra matriz.

Te anuncias,
proseguida y continua como
la duración.

Durar, como la noche dura,
como la noche es sólo sumergido cuerpo
de tu visible luz.

23/3/09

24 de marzo de 1976 - 24 de marzo de 2009

A 33 años del golpe militar que instaurara la más sangrienta de las dictaduras en la Argentina:

¡Ni olvido ni perdón!


LA MEMORIA (León Gieco)
http://www.youtube.com/watch?v=_bC9mqsGeJQ

22/3/09

Algo más de Tomás Segovia para las saudades del domingo

Soplos en la noche

Aquí contra mi piel el soplo
de tu respiración dormida
Y al otro lado afuera
El susurro del viento errante por la noche
Que trae de los trasfondos la efusión solitaria
Del tumulto callado de las cosas
Y entre uno y otro soplo
Con las alas abiertas cayendo por el tiempo
La extensión del abrazo
de un dichoso yo mismo de musical ausencia
Que bebe un hondo río de amor y de misterio
Cuyas dos manos son
Dos alientos disímiles.

20/3/09

Travesías de domingo (¡en viernes!)
20 – marzo – 2009

Para María Luisa y Tomás

¡Cuánto silencio en este blog! Y no del bueno, del que hay que buscar para encontrar la palabra verdadera, como decían por ahí. No. No ese silencio que algunos persiguen en las montañas, como el gran marginal Erri de Luca, ese “gran menor” (perdón por la deleuziana referencia) que se siente en las montañas (Alpes, Apeninos, lo mismo da) como en su casa, o mejor que en su casa. Erri de Luca trabajaba en la Fiat, o a veces como obrero de la construcción, mientras militaba en la izquierda más extrema que ha dado Italia, pero tenía dos caminos con los que escapaba de la fábrica y de la militancia: la Biblia (él, el gran ateo, se despertaba unas horas antes que sus compañeros y aprendía hebreo para leer los antiguos relatos. Después aprendió yiddish para no dejar que una lengua muriera. Él, sin una gota de sangre judía, se despertaba para sostener, con 22 letras, el universo entero), y el montañismo. Hay que ir a sus cuentos, a sus personajes solitarios, a la hermosísima novela de formación Montedidio para saber lo que el descubrimiento de la soledad y del aire transparente de las montañas han hecho con este hombre de pocas palabras. ¿Para qué más si todo está en unas cuantas miles de páginas que nos acompañan casi desde siempre?
No fue el mío ese silencio que otros buscan con largas, larguísimas caminatas, de días y días, con apenas una pequeña mochila a la espalda (“la enana”), como este noruego que acabo de descubrir: Tomas Espedal. Su libro Caminar (o el arte de vivir una vida salvaje y poética), publicado el año pasado por Siruela, es un lujo: ágil, profundo, irónico… Se convierte a las pocas páginas en un cómplice entrañable, por lo menos para quien (como yo, tengo que confesarlo) añora cada tanto largos momentos de aislamiento y soledad (¿habrá acaso otro espacio para escribir?). Espedal lleva al extremo el deseo de tantos de abandonar la ciudad de siempre, la rutina, las “comodidades de la modernidad”, y se lanza a los caminos noruegos, o franceses, o italianos, o turcos… Lo importante es caminar, retar al cuerpo a seguir y seguir, y recordar, por ejemplo, algo de las Confesiones de Rousseau: “Nunca pensé tanto ni viví tan intensamente, nunca tuve tantas experiencias ni estuve tanto conmigo mismo – si se me permite usar esta expresión – como durante los viajes que hice solo y a pie. Hay algo en eso de caminar que estimula y reaviva mis pensamientos. Cuando me quedo quieto en algún lugar apenas puedo pensar nada…”. (p.29) Unos zapatos cómodos, un impermeable, un buen libro y salir a encontrarse con la soledad, con el ritmo de la propia sangre, pero también con Heidegger, con las cantatas de Bach, con Whitman. No hay nada como estar solo para llegar a lo más querido, a lo imprescindible. En fin... un gran libro de viajes hacia ninguna parte, como son los mejores viajes.
Pero el silencio de este blog no ha sido el de las caminatas del noruego, ni el de las montañas de Erri de Luca, sino el del que se ha dejado comer (“engullir” sería mejor, o “aplastar”) por el puré del lenguaje cotidiano. El horror. Por suerte siempre está ahí, si queremos verla, una de las mejores maneras de llegar al mejor silencio: la poesía.
Quizás lo que más me ha enriquecido de haber ido al Salón del Libro de París haya sido el encuentro con Tomás Segovia. Frente a tanta palabrería (claro que también hubo buenos escritores, buenas intervenciones y sobre todo buenos amigos) se agradece la falta de vedettismo de Tomás, su modestia propia de los grandes, su calidez; pero más que nada, se agradece, agradezco su palabra poética.
VIENTOS

Ya por el horizonte
se difunde la noche, agua sombría
que moja lo mojado de las nubes murales.
Yo con pasos ausentes recorro la penumbra,
bajo el ala del Tiempo que sobre mí extendida
ingrávida y pausada se desplaza.
Vientos turbios y equívocos disponen
todo el húmedo clima donde arraiga,
ofrecida a la lluvia su fresca carne pura,
como un fruto partido, el peso del destino.
(Este soplo me llega desde oscuras distancias,
cruzó mares que he visto,
arrastra los perfumes de tierras que he pisado,
llenó claras llanuras o bosques sofocantes
donde yo enmudecía y sangraba de amor.
Y en la mitad de este aterido viento,
donde errabundas gotas viajan ciegamente,
siento soplar de pronto un viento diferente,
abierto y luminoso.)
Oh viento tibio y firme, viento bueno
que plasmaba de pronto en aguda presencia
el campo de mi infancia donde una abeja zumba.
Los árboles se instalan noblemente,
los caminos recorren inamovibles huellas,
los sitios tienen nombres persuasivos
que los hacen carnales como el hueso a la fruta.
Y la luz brota desde todas partes,
luz increada y siempre fiel, que inunda
la llanura sin muros donde un niño,
de estatura menor que las yerbas del mundo,
todo él suspendido de dos intensos ojos
que inmóviles lo clavan
a la inasible rotación del día,
se ve sobrepasado por su propio silencio,
que ya secretamente se entiende con la vida.

(Y otra vez desemboco en la áspera tierra
del llovido presente
que palmo a palmo con mis plantas palpo,
andando entre desnudas ondas donde anida
esta memoria que en murmurios muere,
tropezando en la sombra a cada instante
con su imperio cambiante.)

Y este múltiple viento informulable,
como el mudo lenguaje de un destino,
recorre con su soplo las horas de mi vida.
Y dice que su afán secreto fue tan solo
entender aquel puro silencio con que un día
yo descifraba el Tiempo.

18/1/09

Y porque las "Travesías de domingo" son también - son sobre todo - inmersiones en las palabras: entonces, y parafraseando a Adolfo Castañón - a quien quisiera felicitar por el más que merecido premio Xavier Villaurrutia -, a veces (como hoy) prosa...poética

18 de enero de 2009

Entre un silencio y otro no se vislumbra el infinito sino la marca que deja el caracol en el suelo frío. De qué serviría si no tanta derrota. Tantas plegarias dichas a cualquier oído. O aun al vacío de una tarde de invierno. Sin laberinto que hospede al vértigo. El azar no tiene que ver con los dados o el destino. Pesan demasiado las palabras cuando sólo busco hablar de la línea más pequeña de tu mano. Y sigue el caracol de a poco arrastrándose. Alguien dijo que tu vientre sería el libro que colmara mi cóncava curiosidad analfabeta. Huérfano de guerra aprendí entonces a llamarme. Y letra a letra fui marcando cada uno de mis huesos. Única riqueza del baúl del transtierro. Es viscoso el brillo que marca como huella. Vía Láctea de lo mínimo. Para qué más que esta confesión de la minucia, reconcentrada en sí misma.

11/1/09

Travesías de domingo
11 de enero de 2009



También aquí llega - cómo no –, al silencio y a la paz del jardín de Cuernavaca que miro por la ventana. Acabo de leer en Nexos de enero, el primer número de esta nueva época, el texto de Eliseo Alberto “Así escribo”. El querido Lichi empieza diciendo “Una ventana. Necesito tener delante una ventana para sentarme a escribir…” y yo no puedo más que sentirme absolutamente identificada con su deseo. Como aquella mujer de Pánico o peligro, la novela de María Luisa Puga, o como la “Juana” de la canción de María Elena Walsh (“Sé que ustedes pensarán, qué pretenciosa la Juana…”) también yo necesito una ventana para poder escribir, para poder vivir. Aunque hay momentos, como éste, en que quisiera cerrar una oscura cortina para no distraerme, para no cuestionarme, para no sentir la inutilidad de estar metida desde hace casi tres horas en la cabeza y el cuerpo de Leo, mi personaje, músico que huye de la ciudad y se instala en una fría playa casi desierta, o de estar imaginando metáforas para terminar el libro Vestigios que – ahora sí – urge que cierre de una vez, antes de terminar de arruinarlo. Hay momentos como éste, en que quisiera cerrar una oscura cortina, porque también aquí, al jardín de Cuernavaca, llega el estruendo de la guerra en medio oriente. Y llega, por supuesto, cargado de horror, de sensación de impotencia, de indignación, pero también de los ecos de la polémica que ha tenido lugar en el diario mexicano La Jornada, en los últimos días, sobre el antisemitismo de algunos medios de comunicación. El bombardeo israelí sobre la franja de Gaza comenzó en medio de la polémica. Muchos de quienes firmamos una carta contra las expresiones antisemitas de uno de los columnistas del diario, también quisimos expresar nuestro desacuerdo y nuestro horror ante la matanza de palestinos. Ésta es la carta que yo misma publiqué el 6 de enero en el correo de lectores:

Ante la masacre que el Estado de Israel está perpetrando en la franja de Gaza, quisiera expresar mi repudio con una frase que el gran músico de origen argentino Daniel Barenboim dijera hace pocos días:
"Nosotros, el pueblo judío, debemos saber y sentir con más urgencia que otros que el asesinato de civiles inocentes es inhumano y inaceptable".
No hace falta ser judía para oponerse al antisemitismo. Ni negra para oponerse al racismo. Ni palestina para oponerse a la violencia en Medio Oriente. Ni homosexual para oponerse a la homofobia. O hace falta, justamente, serlo todo a la vez: soy judía, soy negra, soy palestina, soy homosexual, soy indígena. Por eso hoy estoy obligada a gritar:
¡ALTO A LA MATANZA DEL PUEBLO PALESTINO!


Hoy, frente a mi ventana, el estruendo de la guerra me trae también la posibilidad de reflexionar, de analizar, de separar el trigo de la cizaña. Una vez más, como tantas otras, esta posibilidad encuentra palabras en un texto de Ricardo Forster publicado en Página 12.
http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-117998-2009-01-11.html
Vale la pena leerlo y releerlo. Vale la pena pensarlo. Vale la pena recuperar lo mejor de la tradición del humanismo judío, reflexivo, sensible, hospitalario. El humanismo de Franz Rosenzweig, de Martín Buber, de Emmanuel Lévinas, de Edmond Jabès y tantos otros. O el de las voces que se levantan hoy incluso en Israel en contra de los asesinatos a palestinos: la voz de Daniel Barenboim, la de Amos Oz. Del primero extrañamos el diálogo agudo y comprometido que sostuvo durante tantos años con Edward Said y que proyectos tan importantes generó. De Amos Oz recupero, como lectura de domingo, sentada ante mi ventana, el libro Contra el fanatismo. Con él seguiré la travesía de hoy.

10/1/09

1. Y el fragmento es eso simplemente: el talento de la piedra, en el calor del verano, para encontrar el ritmo preciso sobre el agua. O podría decirse de otra manera. Más cercana a la piel quizás. Al deseo que encierran las chicharras. Al delirante grillo que te nombró toda la noche. En otro paisaje. Tentada estuve de escribir “En otra vida”. Como si las estaciones cambiaran con los años. Como si los trenes sucumbieran ante el vértigo, lejos del embrujo de las siestas de sábanas húmedas.

2. No es más que el rumor de alas que escuchábamos por la tarde. Uno: Dos: Y al tercer salto sólo queda ahogarse sin haber conocido el nombre que gritaba el ángel. Aunque también está la opción de los caminos de tierra y las flores amarillas. Como tu frente contra el espejo. Más claras tal vez. O más brillantes. De todos modos sería una imagen repetida. Similar a las postales que guardabas en el sobre. Pedazos sueltos.

3. Pero podría haber sido un día lluvioso. Un festín de humedad los huesos a la intemperie. Para dejar una marca más en la pared. Una hendidura, una huella. Sabes que lo mismo da. De todos modos el viento ignorará estas cenizas. El barro que guarde tus rodillas se secará como cada año. Las gaviotas escarbarán sin pudor en los desechos. Como siempre. Hay cosas que no cambian. Aunque sería mejor buscar otra imagen. Otras palabras.

10 de enero de 2009

Dos joyas filmadas por mujeres

 En los días en que estuve a media máquina vi dos joyas filmadas por mujeres:  - "Atlantics", película franco senegalesa de Mati D...